Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
Podrías decirle que lo sientes sin sentirlo, yo siempre lo hago. Bartolomeo J. Simpson
Oaxaca, Oax. 18 de febrero 2011 (Quadratín).- Una piedra del tamaño de un puño como el mío, como quien dice, un término medio para los menores de 1.70 de estatura y que el único ejercicio que hace son los viernes de cumbias y tragos al dos por uno.
Así salió volando, surcando un cielo que por ocasiones se apreciaba azul y en otras se tornaba en un grisáceo lagrimal.
Un pedazo de cantera verde, demostraba las fórmulas y declaraciones que en su tiempo hiciera Isaac Newton, pues todo lo que sube tiene que bajar, aunque no se espera que la fuerza gravitacional de la roca tuviera como destino la cabeza de un oficial de la ley.
Gritos, desmanes y una adrenalina que resultaba incontrolable, pues mientras a unos los obligaba a resguardarse, otros seguían aprovechando para tomar fotos, grabar, bromear, saciar la sed de una formación cultural de nota roja o simplemente en un caso que va rayando de lo burdo a lo irreverente, apostando sobre el tino y brazo de los gladiadores en la arena de asfalto.
Con cigarro en mano y una refrescante Coca-Cola, yo me dediqué a ser observador, a ver un nuevo episodio de una telenovela, que ni a los creativos de Televisa se le hubiesen ocurrido, pues conjuga una apatía, ingenuidad y necesidad por verse bañados con gotas de sangre y flashes fotográficos.
No pasaron ni cinco años, para que las riendas de un pueblo vacío, sin aspiraciones y definidas por un conformismo, se vieran revueltas de nueva cuenta por las mismas cualidades que la han distinguido a lo largo de las eternidades.
Aquí dónde pasan sexenios, trienios, decenios y los milenios duran el segundo en que tardas en arrancarte el bello de la nariz, aquí es donde las mentadas definen nuestra urbanidad que se ve complementada con las pintas, enfrentamientos y las hechizas.
En este pequeño espacio que ocupa toda nuestra realidad, es dónde las clases se reciben y aprecian mejor en aulas con aroma a gas pimienta y orines mezclados con artesanías Made In Japan. Donde la religiosidad la definen los lentes un neo-líder cuyo intelecto no rebasa las causas para comprender una realidad que no atraviesa esos cristales oscuros, adquiridos en un puesto de crucero.
Donde gobernabilidad, es sinónimo de monarquía barata, pero no por ella, menos cruel.
Aquí es donde la piedra, se transformó en cientos y miles, donde las calles se convirtieron en zona de una guerra florida, fue aquí donde los sueños dejaron de serlo y ya nadie duerme por temor a ser devorado en esos espacios que por teorías son alejadas de la realidad, pero que al salir el sol, se convierten en amenazas de un presente más rojo que los destinos de Dante.
Sorbo a la Coca-Cola y apago el cigarro donde puedo, entre piedras, cascos, toletes y descalabrados, sigo observando el resurgimiento de aquellos líderes tinta y papel, de esas figuras talladas en lodo putrefacto que perfectamente pueden ser confundidos con políticos –depende de que manos las tallen–.
Esos que con el paso de los años, dejan crecer la barriga y se relamen los bigotes mientras buscan felaciones en los rincones de calles putrefactas y donde el mezcal es la única forma de sobrevivir y navegar en esos mares de vómito ensangrentado.
Observo cómo entre los escudos impactados por aquella roca del tamaño de mi mano, se asoman las nuevas armas para infestar a esta tierra que pierde su color ante la ceguera de héroes de papel sedientos de color.
Y apenas descubro eso, cuando el resuello de un policía me anuncia una nueva oleada de piedras literalmente arrancada de las paredes y me alertaban además de los peligros pues acompañando a esas rocas volátiles, se encontraban las cenizas de un autocamión, lo que complica cualquier intento de visibilidad.
Busco un reguardo, y me siento en alguna entrada donde no llegaban piedras, se apreciaba poco a los guerreros, pero se escuchaban fuertemente los clamores por una supuesta venganza que no acaban de comprender.
Dejo la Coca-Cola a un lado, ya está vacía, pero no puedo permitir que se mezcle con esos pedazos de historia regados en el suelo, aprovecho mejor para encender un nuevo cigarro, un jalón fuerte y despido ese humo que mientras más disfruto, más me enferma.
¡Extra! ¡Extra!, escucho a los periodistas, analistas muchos, autocríticos pocos.
Unos piden la guerra otros quieren olvidar la sangre. Unos viven los gritos, otros capturan las penas y unos más no terminan de encajar.
Cierro los ojos, fumo un cigarro y espero que la empedrada batalla desaparezca al ritmo de cumbia, pero despierto
y una roca cayó en mi epitafio.
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