Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Dios ha muerto. Parece que lo mataron los hombres. (F.N)
Oaxaca, Oax., 13 de diciembre de 2011 (Quadratín).- Apenas estaban pasando los años del auge periodístico, cuando aquel que llevaba gafete de PRENSA era bien recibido, incluso en los lugares incómodos.
En esta época, ser periodista era considerado estar como una figura equivalente al Papa, pastor o hacendado.
La pluma había sido el látigo que en principio fustigaba la desigualdad y con el paso del tiempo, redefinió su posición para ser el abajo firmante de las diversas nóminas –decenas, cientos de ellas– que se atravesaran en su camino.
Éste fue el entorno que nuestro protagonista fue creando
Él era un ser humano peculiar, diminuto de intelecto pero regordete en avaricia. Nació con la capacidad con que surgen los perversos, pues las pocas letras que bebió le eran suficientes para deslumbrar a incultos y encantar a los avaros, sin embargo esto no era un indicador de una correcta dicción, pues era más fácil comprender el lenguaje canino que la ilación de tres ideas en su diminuta complexión intelectual.
Este personaje que resulta de una mezcla de patético y absurdo, logró posicionarse dentro del vapuleado concepto de periodista, aprendiendo las manías y mañas de los perversos.
Supo firmar las nóminas, incluso antes de redactar. En su crecimiento hizo del vituperio su forma de vida y encontró que él no era el único en su tipo y se dio a la tarea de congregarlos, fundar una horda de correligionarios donde la tinta derramada signifique el aroma de unas monedas chocando en la bolsa y los billetes agazapándose en las cajas de metal que fueron empleadas para salvaguardar la sonrisa de los pudientes.
Así lo conocí y así fue cómo quiso conocerse.
Caminó por mucho tiempo tocando lugares, rascando las costras de billeteras antiguas, buscando uno, dos, tres pesos para los amigos, hizo de la calabaza espinosa una institución y fue adquiriendo terreno, fama y ese poder que tienen, el Papa, pastor o hacendado.
Desarrolló una habilidad para defraudar a los defraudadores y en cierta medida, se veía como un intento de Robin Hood, sólo que sus ganancias no lo hacían más pobre ni mucho menos más humano.
Se colocó en espacios donde el poder coloca a quienes detesta, de la verdad hizo su mejor puta, y la vendió a los postores, a quienes adoraran su cuerpo, soñaran con su aroma o se desgarraran por sentirla.
Ese maniático de la soberbia, descubrió que su figura de regordete le daba el poder de jugar a la política, –la mala versión de ésta– y en ocasiones se calificó a sí mismo como el redentor de su verdad.
Como las huestes se conjuntan, así se fue conformando su harem de plumas fétidas, y todos fueron aprendiendo y mamando de ese ser, parecía ser una de aquellas historias de ultratumba que los hermanos contaban para hacerte los sueños miserables, era un espectáculo grotesco el ver cómo se peleaban por probar un poco de aquella hedionda moneda, se desgarraban, se mordían, se mataban, se entintaban.
De sus críticos, quedaban pocos, quien se atrevía a señalarlos, de inmediato era sometido por sus huestes, no había letra que quedará estampada no había voz que tuviera eco, no había mano que pudiera alzarse, les quedaban sueños y una que otra pesadilla.
Se fogueó de luces, se llenó de tierra el rostro, se mostró ante cajas idiotizantes, habló por un mundo que no ha aprendido cómo hacerlo y se erigió como el redentor.
La soberbia lo enalteció y se convirtió en una criatura que se alejó de las cuevas para vivir en palacios, aprendió a devorar sin atragantarse y esa perversidad fue su marca personal.
Sus huestes siguen ladrando y lo seguirán haciendo al leer su historia, porque para ellos, él no puede ser y nunca será
el abajo firmante.
@argelrios