Diferencias entre un estúpido y un idiota
Siga luchando Alejandro Solalinde
Oaxaca, Oax. 30 de diciembre de 2010 (Quadratín).- Las gotas de lluvia eran el único deseo que podía apagar la llama de la injusticia y deslavar las callosidades en los pies de Alfredo.
Su caminar se ha vuelto pesado, su maleta, es una bolsa de plástico que se encontró entre las vías de un tren moribundo, por dentro carga dos piezas de pan duro y una botella de agua y así va caminando, arrastrando el alma y en ella a su esposa Claudia, sus hijos, Pedro, el mayor y Cristina la bebé, tres meses apenas.
De su madre y padre, no quiere acordarse, ya es mucha la tristeza de perder a su esposa e hijos, como para atormentarse con los achaques de los viejos.
El sol, en esta parte sur del país, pega con plomo, la tierra se ha vuelto más pesada, dura y hasta cierto punto rocosa. Alfredo camina entre senderos de un viacrucis tercermundista, cobijado en la jodidez y un sueño que vio en televisión.
La tierra quema, como advirtiendo la travesía, una ruta que vale la pena la muerte misma, pues hay esperanzas de una resurrección
allá, lejos, varias millas, kilómetros, vagones, sangre, sudor, llanto y la constante de una tristeza después.
El cielo parece nublarse en ocasiones y los cabellos de Alfredo lo agradecen, traía consigo una gorra que le regaló su esposa, pero le gustó a un oficial que se encontró por esas rutas descalzas
también le dio unos pesos, valían la pena por la seguridad.
La nube que cubre por segundos los pasos de Alfredo y de los nuevos 20 miembros de su familia, los cobijaba de una esperanza por sentir unas gotas de agua en el rostro, por lavarse las heridas, por esconder el llanto, por tener un motivo de risa, por un recuerdo infantil, por lavarse la amargura, por olvidarse de ser estadística, un frío número en las libretas de aquellos que comen filete y beben vino todos los días.
El caminar es así, sin sorpresas que realmente los impacte, 20 hombres y mujeres, 40 piernas y 40 brazos, varias llagas, piel rasgada, rostros perdidos, sueños de un mañana mejor, historias que no salen en televisión, sufrimientos que no están in en las telenovelas y no dejan de ser cifras y recuentos retóricos en las noticias vespertinas.
Un pan, agua, café, un lugar para dormir, son fibras que recuperan la humanización, la religión, santos, dioses, cultos, sacerdotes, ángeles, son una mano que puede tranquilizar los demonios internos y en patrullas.
Los testimonios, las historias conjuntas, los sueños de esperanza, los recuerdos de la familia deportada, valen la pena para darse fuerzas, para aferrarse a la meta, llegar a otro país donde no los quieren, son cazados como animales, maltratados, vejados, olvidados, pero que dos billetes verdes pueden subsanar, pues Claudia, Pedro y Cristina, bien lo valen.
Así caminó Alfredo, entre lechuzas, policías y víboras, con piedras como arena, con las callosidades que dejan la tristeza y el abandono, entre sirenas y mentadas de madre, robos, violaciones y recuerdos de una familia perdida.
Así son los días de Alfredo, que no tiene apellido, que sueña con el rostro de la hija que apenas si recuerda, pasaron más de dos, tres meses
un año, se ha borrado en el recuerdo del pequeño Pedro. Claudia, por el contrario le sigue llorando, sus padres –aquellos de los achaques– derraman una lágrima cada mañana, su otra familia, la de los 20 hombres y mujeres, lo siguen acompañando, permanecen juntos, suspirando por un mañana, por un poco de aire, de luz, soñando por que la lluvia les haga justicia y que la historia no los olvide, aunque sean un número más.