“…que le están degollando a su paloma”
¿A quién le temen los gobernantes?
OAXACA, Oax. 4 de enero de 2015.- En nuestro tiempo parece ser que los tiempos de las revoluciones ya fenecieron, son tiempos de adecuaciones, llamadas reformas, cambios, que no son sustanciales; estos cambios se realizan la mayor parte a través de las elecciones, que a decir verdad, no significan peligro alguno para los poderosos pues ya las hubieran prohibido. Por otro lado, las propias revoluciones al triunfar en sus momentos épicos y al volverse institucionales, se petrificaron en sus realizaciones y concreciones, se evidenció que solamente perfeccionaron el antiguo régimen pero con otra clase dirigente. Así sucedió con las revoluciones francesa, inglesa, rusa, Mexicana, china, nicaragüense, cubana. “Pero las revoluciones duran poco, apenas unos pocos y tumultuosos años, y sólo perviven como marcas políticas que permiten a las élites posrevolucionarias seguir hablando de tiempos heroicos”(Haroldo Dilla, Alfonso. De utopías, revoluciones y escombros. En Revista Este País, Núm. 285, enero, 2015, p. 6).
Para mi gusto los gobernantes no deberán temer ya a las revoluciones, pues las elecciones son las grandes catalizadoras de estos movimientos sociales. Deberán de garantizar la existencia de instituciones electorales confiables y eficientes en la organización de las mismas, asegurarse de que su candidato o partido gane o pactar con el seguro ganador.
La pregunta sería, ¿a quién le deben temer los gobernantes? Evidentemente no a los cambios violentos, no a los poderosos, pues gobiernan en nombre de ellos; tampoco deben temer al pueblo, pues este mediatizado por las elecciones, sólo se expresa en tiempos electorales y vuelve a la indolencia. Ni siquiera deben temer a los aparatos de justicia, pues los contubernios entre gobernantes y jueces son más que evidentes, ni siquiera a la opinión pública, pues la pueden controlar.
Pueden temer a las masas de inconformes, a las aglomeraciones, a las redes sociales, a las fuerzas del crimen organizado con los que no hay acuerdo y complicidad, a los votantes el día de la jornada electoral, ante una posible derrota de su heredero. En resumen, pueden sortear estos peligros que no significan casi nada. De aquí del cinismo e impunidad de los gobernantes. Ya no hay revoluciones que signifiquen pasar por la guillotina, por el fusilamiento, por el destierro o por la privación de la libertad. En realidad sólo deben temer a la democracia, pues esta ha surgido a golpes de los ciudadanos, presionando, exigiendo, es la única que le puede exigir cuentas al capitalismo y a sus juntas gubernamentales. Es una equivocación sostener que ella surgió con el capitalismo pues ella ha surgido mucho después de las revoluciones burguesas. La democracia lleva consigo el germen de una nueva sociedad igualitaria y libertaria. A través de la democracia debemos realizar una exploración de abrir nuevos caminos para superar un presente tan injusto, por el empobrecimiento general de la población, de aquí que los poderosos les interesa argumentar sobre el declive de la democracia como forma de vida y exaltarla como expresión electoral. También en las ciencias sociales hay lucha de clases.
En un magnífico libro, el profesor Neil Davidson, afirma: “De hecho, lejos de ser algo intrínseco a la sociedad burguesas, la democracia representativa se ha introducido en gran medida debido a la presión de la clase obrera, que a menudo incluía la amenaza de una revolución, y se ha extendido a otras partes del mundo por la presión de los oprimidos” (Davidson, Neil. Transformar el Mundo. Revoluciones burguesas y revolución social”. Edit. Pasado y Presente. Barcelona. 2013, p. 19). Debemos de agregar que la presión de los oprimidos, de los sin esperanza, de las mujeres, de los indígenas, de los emigrantes, de los jóvenes, de los ambientalistas, de los ancianos, de los minusválidos, en fin, de los que sufren de nuevas formas de injusticia, la democracia es la única vía con que se cuenta. Los gobernantes deberán de temer a estas nuevas expresiones de la lucha social, que los podemos englobar como: los indignados.
Los indignados entienden perfectamente que para ser libres de opresión de los poderosos habría que dar el golpe certero, sin lucha no hay progreso. “Los que aseguran estar a favor de la libertad y sin embargo reprueban la agitación son los mismos que quieren la cosecha sin arar el terreno, los que quieren lluvia pero abominan de los truenos y relámpagos. Quieren el océano sin el tremendo rugido de sus aguas. La lucha puede ser moral o puede ser física, y puede ser a la vez moral y física, pero tiene que ser una lucha. El poder no concede nada sin exigírselo. Nunca lo hizo y nunca lo hará” (Citado por Davison. Op. Cit. p. 24).
En verdad, las nuevas expresiones de lucha y de sus componentes, no les es suficiente las elecciones, he aquí el real peligro para los gobernantes, en un futuro no muy lejano se acabará esta forma de legitimación de los gobernantes. No vendrán las revoluciones, que siempre traen aparejada cierta racionalidad, sino vendrá el caos total que pondrá en duda a la propia sociedad humana. Es hora de buscar alternativas de buen gobierno, es hora de revisar nuestras utopías, de nuestros sueños, de nuestros principios, el tiempo apremia.
Aquí debe quedar muy claro que la sociedad y el gobierno más perfecto que puede desear la humanidad, no dependerá de fuerzas cósmicas, ni el advenimiento del sexto sol de los antiguos mexicanos, ni del Dios de cada una de nuestras culturas, sino del propio ser humano, de su ingenio, de su creatividad, de su voluntad, de su propia experiencia, así lo ha hecho y así lo hará, eso no tiene ninguna duda. El paraíso es una nueva creación humana, no es una recuperación pues nunca lo hemos tenido. Tampoco significa la destrucción total del presente, pues hemos creado ciencias, tecnologías, instituciones útiles; principios políticos, religiosos, filosóficos y morales que nos reivindican como seres racionales; también hemos creado nuestros demonios que debemos enterrar en los cementerios del olvido.
Sin embargo, algunos niegan las posibilidades del ser humano de prosperidad y felicidad, la maldición bíblica la toman como una condena eterna y sin posibilidad de superar, para otros, es imposible negar la enorme capacidad humana de transformar y transformarse por su propia actividad.
!Indignaos! Nos dice el francés Stéphane Hessel, cuyo título de su libro es este precisamente. Es un llamado al despertar y un llamado a la acción a todos aquellos que, en la incesante soledad, del individuo consumista de los mercados capitalistas, sienten una gran decepción y vergüenza por los políticos, por las políticas de los gobiernos de presuntas democracias. Su objetivo es la movilización como forma de expresión de un sentimiento común que sea capaz de hacer temer a los gobernantes.
Ya no es sólo acudir a las urnas, ya es la constante movilización para despertar la conciencia de la clase gobernante de mejorar su desempeño para con el pueblo y no solamente para los poderosos. Es a la movilización de los indignados lo que temen los gobernantes, es el nuevo signo de la democracia.