Obispos de México: Un nuevo horizonte
MADRID, 12 de julio de 2014 (Quadratín).- En las ciudades se ve con frecuencia a personas sentadas en el metro, tan imbuidas en la pantalla de su teléfono celular, que no ven que hay una persona mayor o embarazada de pie. Ningún contacto visual con la gente alrededor. Las sonrisas y los cambios en sus gestos delatan una atención volcada en la conexión virtual con otra persona, da igual si está en la misma ciudad o del otro lado del Atlántico. Esta pulverización de distancia física aporta compañía y ahuyenta la soledad. O al menos eso creemos.
La conectividad constante ha cambiado la forma de relacionarnos con los demás, pero también ha redefinido la percepción que tienen de sí mismas las personas. Para Sherry Turkle, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), las tecnologías generan una fantasía de omnipresencia, de atención las 24 horas y la sensación de no estar solos. Antes llamábamos cuando necesitábamos contar lo que nos había sucedido. Ahora, las personas tuitean o ponen algo en Facebook para que ocurra algo aunque sólo sea en el mundo virtual, para sentir. Esta hiperconectividad ha aumentado el umbral de estímulo necesario para no sentirnos solos, lo que puede hacernos sentir aún más solos cuando no estamos conectados y contribuir a comportamientos tóxicos y adictivos.
La nomofobia, o fobia a la desconexión, está considerada ya como una patología psiquiátrica, que afecta sobre todo a jóvenes. Acostumbrados a compartir lo que les ocurre las 24 horas del día los invade la ansiedad y la soledad al no poder hacerlo.
Turkle, autora de Alone Together (Juntos en soledad) reconoce que había sido una entusiasta de las tecnologías hace unos años. Y aunque no ignora las posibilidades que brindan las tecnologías, le preocupa la creciente incapacidad de las personas para estar solas, una necesidad para reflexionar, para madurar, para asimilar los millones de estímulos a los que nos somete la vida diaria.
“Buscamos a los demás únicamente para no estar solos, no para crear lazos verdaderos”, dice Turkle. Esto implica una instrumentalización de las personas, el utilizarlas como objetos para paliar nuestras carencias emocionales.
La pérdida de habilidades sociales por el abuso de las nuevas tecnologías no sólo preocupa a psicólogos, sociólogos y otros expertos. El uso que cada vez más gente les da en el transporte público, en la calle y en restaurantes o bares dificulta las relaciones convencionales y las actividades que se organizaban como excusa para encontrarse con los demás. Quedar con alguien hoy puede implicar que, a media conversación, deje de atenderte para responder a un mensaje o para ver si alguien ha comentado algo interesante en Facebook.
El Whatsapp, el Twitter y el Facebook también generan problemas en casa: mensajes que llegan a la hora de cenar, o en momentos de intimidad, o a media madrugada; porque uno de los miembros de la familia atiende al teléfono, o la computadora, en lugar de escuchar y dedicarles tiempo a quienes le rodean. Algunas investigaciones hablan de millones de rupturas de parejas por el abuso de las tecnologías. Los hijos no tardan en aprender lo que ven en casa: los padres con el teléfono a todas horas. Luego, ¿con qué autoridad se les podrá hablar de la importancia de escuchar a los demás, de compartir y de convivir? El abuso de las nuevas tecnologías también refuerza el sedentarismo que aleja a los jóvenes del deporte y plantea problemas de salud, habitualmente por obesidad.
La capacidad de relacionarnos con los demás más allá de una pantalla se fortalece con la práctica y con la experiencia. ¿Cómo aprender a manejar el lenguaje no verbal, que compone el 90% de lo que decimos, si no nos exponemos al contacto real entre personas? En lo verbal, se puede producir un empobrecimiento de la lengua cuando el abuso de los teléfonos, con mensajes mal escritos para “economizar”, se combina con la falta de lecturas.
Para que Facebook o Twitter sean los auténticos espacios de encuentro que algunos les atribuyen, tienen que estar precedidos por el cultivo de vínculos reales con las personas. De lo contrario, las tecnologías se convertirán en nuestro autoengaño para no sentirnos solos.
(Texto proporcionado por el Centro de Colaboraciones Solidarias CCS)
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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