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Madrid, España, 4 de diciembre de 2011 (Quadratín).- Sentados en una mesa que da justo a la Puerta del Sol tan disputada en días pasados, con un sol matutino contrastante con la fuerte lluvia del domingo 20 de noviembre que no ahuyentó electores, la revisión del cuadro político de España podría resumirse en cinco puntos centrales:
1.- No ganó la derecha sino que perdió la izquierda. Mientras el candidato socialista Alfredo Pérez Rubalcaba llamaba a sus seguidores a pelear y casi convocaba a una segunda guerra civil, el candidato popular se dedicó a administrar su ventaja y a no caer en las provocaciones. La victoria de Mariano Rajoy y del PP la forjó el presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero con su incompetencia en la gestión de la crisis económica.
2.- A pesar de la contundente victoria del PP, el saldo final dejó ver cinco hechos: la disminución sensible del bipartidismo, el ascenso a grupo parlamentario de formaciones sólidas de la izquierda, de la sociedad y del país vasco, la urgencia de reformar el sistema político para abrirle espacios a los jóvenes, la necesidad de reformar el sistema electoral para equilibrar las representaciones y la certeza de que Franco está muerto y bien muerto como para asustar a cualquiera.
3.- La capacidad de resistencia del sistema político, cuando menos hasta ahora, para conciliar posiciones radicales que en el pasado llevaron a una de las guerras civiles europeas más crueles. Por la vía de las elecciones llegaron como bancada al parlamento representantes de los independentistas vascos y de organizaciones republicanas, Y, por cierto, que nadie aquí se asusta de ello.
4.- La irrupción de los jóvenes por la vía de las protestas pero sin espacios de participación en los partidos. El Movimiento 15-M –15 de mayo, días antes de las elecciones municipales y autonómicas que indicaron el principio de la debacle del Partido Socialista– y el radicalismo anticapitalista y antisistémico de los Indignados se convirtieron en un catalizador de la crisis social que el gobierno socialista no entendió. Ahora el gobierno popular está obligado a incluir de alguna manera la agenda y las demandas de los grupos movilizados, además de abrirles espacio de participación política más consistente.
5.- De nueva cuenta se manifestó el llamado Síndrome de la Moncloa, una enfermedad definida por la periodista Pilar Urbano: la forma en que el poder presidencial aísla al jefe del gobierno y lo aleja de la realidad: le ocurrió a Adolfo Suárez, a Felipe González, a José María Aznar y a Zapatero. Ese aislamiento corta los espacios de movilidad de sus respectivos partidos y lleva a los presidentes a percibir otra realidad, no la real sino la que reflejan los espejos del poder.
LOS DESAFÍOS DE LA DEMOCRACIA
Si alguna prueba faltaba para confirmar la viabilidad del sistema político español salido de la transición democrática del periodo 1976-1978, las elecciones del 20 de noviembre la pasaron: la presencia republicana, el apartamiento de la monarquía de cualquier debate coyuntural, la guerra civil ideológica izquierda-derecha, la severísima crisis económica con 5 millones de desempleados –el 22% de la población trabajadora– y la madurez de la sociedad alejada de los cantos de sirenas de la ruptura sistémica. La prueba que faltaba tenía que ocurrir tres veces. Lo dijo el rey Juan Carlos I en 1982 cuando el PSOE llegaba por primera vez al poder: la izquierda debe llegar (al poder), estar y salir, y no dejar atrás praderas quemadas. En 1996, sumido el PSOE en una severa crisis de corrupción, guerra sucia contra el terrorismo y crisis económica, el gobierno de Felipe González hizo hasta lo imposible para no abandonar el poder; pero el mandato de las urnas fue contundente y el PP llegó al Palacio de la Moncloa. Luego vino la elección del 2004 y el PSOE se benefició del ataque terrorista de Al Qaeda en la estación de Atocha y ascendió de nuevo al poder. Y ahora el candidato socialista Pérez Rubalcaba quiso darle la vuelta a las encuestas que le daban 15 puntos de ventaja al PP y enarboló el fantasma de la guerra ideológica izquierda-derecha para buscar que el PSOE se quedara en la presidencia a pesar del voto anunciado contra la crisis. La bandera izquierda-derecha recordó el fantasma de la guerra civil, pero ahora el electorado la dejó pasar de largo y votó por el PP no por representar la derecha sino porque era la alternancia al gobierno de Zapatero que había hartado a los ciudadanos.
El pacto por la transición fue un acuerdo entre las principales fuerzas políticas para respetar la alternancia determinada por los electores. Hoy, inclusive, el parlamento tendrá fuerzas representativas del independentismo vasco y de corrientes republicanas sin que nadie haya puesto objeciones. Así, el sistema político surgido de la transición resistió las tentaciones reeleccionistas del PSOE y la presencia republicana sin despertar la furia franquista ya enterrada.
Ahora viene el desafío de encontrar una salida democrática y pactada a la crisis, la misma que Zapatero nunca quiso siquiera explorar, víctima ya del Síndrome de la Moncloa. Los problemas del déficit no se arreglan sólo con recortes, el problema de la deuda no se enfrenta nada más con aumento de impuestos y la salida al problema de los desempleados requiere de acuerdos productivos claros y sólidos.
La lección política de España no será solamente la del respeto a las reglas democráticas, sino la de la cohesión interna para definir políticas generales. El desafío de Mariano Rajoy estará en explorar con urgencia el diseño de Pactos de Estado para enfrentar la crisis económica; para beneficio del nuevo gobierno, las decisiones más bruscas ya han sido tomadas: aumento de impuestos, recortes y ajuste de gasto; ahora vienen los acuerdos políticos para hacerlos viables. Rajoy tendrá que ajustar el tamaño del Estado pero sin hacerlo perder su sentido de Estado.
Con el relevo democrático en las urnas España se alejó, cuando menos por el momento, del tsunami europeo de gobiernos derrocados por las masas irritadas en las calles o la violencia ciudadana contra las medidas de ajuste. El Movimiento del 15-M quiere nuevos espacios democráticos fuera de los partidos y el parlamento y el movimiento de los Indignados busca acabar con el capitalismo, pero los dos no se han salido de los cauces democráticos. Ahora viene la prueba de fuego del PP: no aplicar una política conservadora sino liderar a la sociedad en los cambios institucionales para modernizar la política al tiempo que se controlan los aspectos sociales más negativos de la crisis.
La decisión de Rajoy estará en asumirse como el presidente del gobierno español o en el líder del centro-derecha. Por lo pronto, su discurso de la victoria fue sereno, conciliador y convocador a la alianza entre todos para salir del hoyo de la crisis. Tendrá, eso sí, que lidiar con el Síndrome de la Moncloa para no perder el referente de la sociedad. Y, sobre todo, su principal desafío sed encontrará en los grupos conservadores que buscan sólo la permanencia en el poder: pero Rajoy ya llegó y ahora tendrá que entender la lección de Zapatero; los gobiernos se sostienen no por maquiavelismos sino por entender a la sociedad.
LAS LECCIONES DE EUROPA
Europa está llegando, sin muchas respuestas, a la crisis económica que padecieron México y América Latina en los setenta y ochenta: exceso de gasto y financiamiento presupuestal con deuda externa sin control. Hoy las sociedades europeas no se sienten a gusto por acceder a una condición de países tercermundistas.
A diferencia de América Latina, Europa ha encontrado una solución democrática
que no es solución: el relevo electoral de gobiernos que condujeron a la crisis, en medio del clamor ciudadano contra el desempleo y la pérdida de bienestar. Portugal, Inglaterra, Italia, Grecia y España han cambiado gobiernos por la vía electoral por efectos de la crisis.
Pero el problema en realidad está mucho más allá del relevo electoral de gobiernos. El Partido Socialista Obrero Español telegrafió con anticipación su derrota por el pésimo manejo de la economía y el electorado votó a favor del Partido Popular de centro-derecha; sin embargo, el PP está obligado a mantener la misma política económica de ajuste. Por tanto, el relevo fue sólo de una satisfacción del electorado de castigar a un partido pero no de optar por un cambio.
La crisis económica de Europa va para largo. Todos los países aumentaron de manera irresponsable su déficit presupuestal y su deuda y ahora tienen que pagar la cruda de la fiesta. El problema fue la irresponsabilidad. Gracias al superávit heredado por el PP de Aznar en el 2004, el socialista Zapatero se puso a regalar dinero a matrimonios, personas de la tercera edad e inclusive a los ricos les quitó el impuesto especial a la riqueza. Pero el dinero se acabó y entonces el gobierno español echó mano de la deuda. Así fue como España entró en crisis. Y ahora España tiene que bajar el crecimiento y aumentar el desempleo para estabilizar sus cifras macroeconómicas.
A pesar de que Europa entiende que el problema es de modelo de política económica, nada hay de debate para cambiar esa estrategia. Por ello todos los gobiernos en crisis han tenido que bajar crecimiento, disminuir salarios y aumentar impuestos, con efectos negativos en las mayorías. La pérdida de bienestar de los europeos tardará en recuperarse como quince años. Pero como decía Keynes, a la larga todos estaremos muertos.
El peor mensaje de Europa es el sometimiento a los intereses de los bancos privados: los programas de ajuste son obligados para impedir moratorias y la quiebra de los bancos privados. De ahí que la crisis europea sea la gran crisis del capitalismo pero la salida será la de salvar el capitalismo a costa del bienestar de los ciudadanos.
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