La Constitución de 1854 y la crisis de México
MÉXICO, DF. 6 de julio de 2014 (Quadratín).- Encuestas, percepciones y sobre todo una estrategia de lucha ideológica está queriendo desbarrancar la democracia que encontró su cuarta ola con la caída de la Unión Soviética en noviembre de 1989. Sin embargo, hasta ahora ningún país ha deseado regresar a su viejo régimen autoritario. De ahí que el problema de inestabilidad no sea con la democracia sino con la posdemocracia.
El concepto de posdemocracia se debe a Colin Crouch (1944), un politólogo y sociólogo inglés. Crouch logró posicionar el punto clave en los problemas de la democracia después de haber ganado la democracia. El debate, por tanto, no tiene que ver con el desencanto con la democracia, pues esa decepción tiene que ver con una de las fases del proceso de transición democrática que llevó a muchos países a abandonar la dictadura y entrarle al juego político abierto.
Leonardo Morlino (1947) precisó las etapas de la democracia de un país saliendo de una dictadura: crisis, transición, instauración, consolidación y nuevamente crisis. Morlino dejó en claro que los sistemas políticos son instancias en evolución porque trata con seres humanos organizados en sociedades. Así, las transiciones se completan cuando una oposición no controlada gana el poder o el régimen autoritario pasa la fase de legitimación democrática.
Los países en transición lograron (España) o limitaron (Rusia) o desviaron (Venezuela) los alcances de la democratización en la fase de la instauración de la democracia, de la construcción y funcionamiento de instituciones democráticas. Y ha ocurrido que países con exitosas instauraciones democráticas (España, de nuevo) se han atorado en el funcionamiento de la democracia. De ahí la categoría política de posdemocracia como la etapa en que la democracia no se cuestiona pero tampoco responde a nuevos comportamientos sociales en situaciones de crisis diferentes. Crouch y Tzvetan Todorov (1939) han encontrado los problemas de la democracia –o a “los enemigos íntimos de la democracia”, en el caso del segundo– y se han dedicado a encontrar algunas soluciones en forma de propuesta.
En México, mal que bien, la democracia se conquistó en dos alternancias partidistas –2000 con el PAN y 2012 con el PRI–, pero se atoró en la instauración desigual de instituciones democráticas y en la falta de comportamiento democrático del PRD en el 2006 y en el 2012. Asimismo, la democracia se ha puesto a prueba en fases de crisis económica severa –sobre todo la de 2008-2009– porque se supuso que la democracia era el estado ideal del desarrollo.
La democracia no es una solución sino un procedimiento para encauzar soluciones. Algunas instituciones observadoras de la democracia –por ejemplo: Latinobarómetro– han relacionado democracia con bienestar y las respuestas obviamente han sido negativas. La democracia, sin embargo, ha permitido que la oposición tenga una mayor presencia en el congreso y en las instancias de toma de decisiones. Por tanto, la culpa no es de la democracia sino de la oposición que no ha sabido negociar soluciones.
El politólogo italiano Gianfranco Pasquino (1942, coeditor con Bobbio del Diccionario de Política) ha escrito que “la democracia es un régimen exigente”, que su funcionamiento es institucional y procedimental y que “son los comportamientos de los hombres los que corrompen la democracia”. De ahí que la caracterización de las fases posteriores a la democracia acepten la existencia de la democracia pero la disminuyan con adjetivos de baja intensidad, conflictiva, insuficiente, de baja calidad, bastante ineficaz.
El problema es que existe el riesgo de que por la falta de consolidación democrática y la movilidad intensa de la sociedad la democracia quede en centro del debate, cuando lo que falla es la implementación de las instituciones que corre a cargo de los políticos y funcionarios. De un lado ha estado el discurso político que le confirió a la democracia el rango de solución mágica y de otro la debilidad de las mayorías democráticas contra representantes del viejo régimen en la aprobación de nuevas instituciones. Cuando la oferta oficial es menos a la demanda social, en las democracias estalla una crisis de ingobernabilidad (Samuel Huntington, 1927-2008) que tiene tres salidas: el retroceso democrático vía el populismo o la dictadura democrática, la restauración del viejo régimen o la crisis permanente.
México lleva dos sexenios y un tercio sin instaurar la democracia y estancado sólo en la transición que se resolvió la noche del 2 de julio de 2000 cuando el PRI reconoció la derrota. El PAN careció de enfoque político para encabezar la instauración democrática y el PRI reconoció las nuevas reglas de la democracia y las nuevas minorías y ha operado con ellas no tanto para la instauración de una democracia sino para sacar sus iniciativas de reformas estructurales.
Pero los problemas en estos catorce años revelan que no podrá haber reformas si no se tienen detectados con claridad los problemas de la democracia. La construcción de mayorías no llega aún a la figura de la democracia consociativa o democracia de consensos sino que se agota en los arreglos de intercambio de favores o logrolling. De ahí que el modelo –también de Morlino– de calidad de la democracia no se va a alcanzar como maduración de la democracia sino por arreglos que no generan nuevas prácticas democráticas.
El dilema posdemocrático mexicano está muy claro: o arreglos fuera de las instituciones y sin madurar esas instituciones o un acuerdo general para la reforma del sistema político y la reforma del régimen de gobierno a partir de la realidad de una democracia debilitada por el tripartidismo. Y en este debate también se localiza el papel de la sociedad, ya no agotando su participación en el voto o en la crítica posterior sino –como sugiere Crouch– creando observatorios ciudadanos formales y operativos para contrapesar el dominio de los partidos.
Los cinco grandes problemas posdemocráticos están ausentes del ciclo de reformas: corrupción, pobreza, poderes paralelos, partidocracia y movimientos sociales al margen y en contra de las instituciones. México dio un gran paso con la alternancia en el 2000 al optar por una transición pacífica, electoral y política, pero se quedó en el pantano de las indecisiones y de la falta de perspectivas reales. Lo malo de esta fase radica en el hecho de que se estaría desvirtuando el valor de la democracia y entonces padecer a los “enemigos íntimos de la democracia” que señalaba Todorov: el populismo, el ultraliberalismo y el mesianismo, por cierto que ya están en la democracia mexicana.
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