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Tareas de Claudia sin AMLO: economía y Casa Blanca
Nueva York, E.U.A. 01 de abril de 2013 (Quadratín).- Aunque algunos economistas quieren encontrar referencias sistémicas en la crisis del capitalismo, los casos de Chipre y los Estados Unidos podrían aportar elementos de que no se trata de un colapso del sistema capitalista sino del fracaso de formas de (neo) populismo.
Y también pese a que algunos economistas prestigiados aquí en los EU quieren embalsamar a Keynes para exhibirlo y sobre todo convertir sus tesis coyunturales en una especie de teoría general, el trasfondo de la crisis es más terrenal: países como los EU, Chipre, Italia, España, Portugal y Grecia gastaron más de sus ingresos en programas sociales no financiables y ahora tienen que pagar la factura de los desequilibrios macroeconómicos.
El gobierno de Obama quiere ser presentado como el prototipo de estas tácticas de coyuntura: en un juego de fuerzas entre el Estado y el mercado, los gobiernos (neo) populistas quieren prácticamente obligar al mercado a ajustarse a los caprichos presupuestales; Obama, por ejemplo, ante la presión republicana de equilibrar el presupuesto con recortes obligaos o ingresos atorados, ha preferido llevar el debate al absurdo de lo cotidiano: recortar gastos superfluos como los servicios provisionales del servicio de guías en la Casa Blanca –un ahorro de menos de veinte mil dólares al año–, en lugar de reprogramar gastos de financiamientos con tintes electorales.
Al final del camino de los juegos de tensión dinámica entre mercadólogos contra estadólogos va a beneficiar a los primeros porque los países están urgidos de retomar el ritmo del crecimiento y el único camino es el de reorganizar el gasto para estabilizar las cifras macroeconómicas. Pero los EU no quieren reconocer que el gobierno de Obama está recibiendo una taza/tasa de su propio chocolate batido e hirviendo: ser obligado a bajar el gasto, estabilizar el presupuesto, aumentar privilegios para mayor inversión privada y apostarle a la innovación.
El debate teórico en la comunidad financiera y económica de los EU se desvió de sus objetivos centrales: el problema de la crisis no radica en el gasto social por destino de justicia o equidad sino en la mala planificación del presupuesto que aumentó el gasto sin aumentar los ingresos y le apostó también a la deuda pública. Y a ello se agregó el hecho de que los propios EU, con Clinton y Bush Jr., abandonaron los compromisos de regulación de las instituciones bancarias y los acuerdos en ese tema del Grupo de los 20, dejaron que los bancos especularan y luego quebraran.
La crisis de Chipre, España, Portugal, Italia, Grecia y los EU tienen un juego de memoria con México en tres fases: la crisis petrolera de 1973-1976, el colapso bancario de 1982-1985 y la quiebra devaluatoria de 1994-1995. Las fallas en las políticas económicas y de regulación bancaria condujeron a la condicionalidad del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial de reformas estructurales antes de recibir créditos estabilizadores. El punto central de las crisis fue uno solo, el más importante: el déficit presupuestal producto de mayores gastos que ingresos.
El aumento en el gasto público en esos países fue justificado con el argumento del incremento en los pobres; pero en lugar de políticas de desarrollo y de reparto de la riqueza, los gobiernos (neo) populistas –incluyendo el de Obama– decidieron partidas para beneficio social sin atender los equilibrios en las finanzas, tapando los huecos con déficit o con deuda. La falta de memoria de esos países y la amnesia de los propios organismos financieros internacionales y bancos globales condujo a esperar el milagro de la reactivación en el corto plazo.
En el periodo 1973-1989, recuerdan algunos economistas estadunidenses, la condicionalidad de apoyo estabilizador a cambio de reformas estructurales le dio viabilidad a los sacrificios, aunque tuvo que ver el hecho de que la Casa Blanca apoyó con firmeza las exigencias de autoridad; hoy que el gobierno de Obama padece una crisis típica del (neo) populismo tercermundista, apoyado por neokeynesianos del tipo de Regreso al futuro como Paul Krugman juegan al futurismo clásico de que la economía más temprano que tarde tendrá que reactivarse, pero ellos mismos se olvidan de la maldición de Keynes de que en el largo plazo todos estaremos muertos. Por ello es que Obama y los países europeos azotados por el colapso del déficit presupuestal tendrán que rendirse ante las evidencias de que todo proceso de reactivación debe de pasar por reformas estructurales en el gasto público.
La comunidad intelectual de los economistas que no supo prever las crisis económicas del primer decenio del siglo XXI se encuentra pasmada ante el desafío teórico de la crisis actual del capitalismo pero por el temor de ser tachados de conservadores y hasta de guardianes del capitalismo. Por eso es que los medios aquí en los EU se han hecho eco más del discurso de la desigualdad social del gobierno de Obama que del análisis de la viabilidad presupuestal de los nuevos derechos sociales.
Pero el problema es que quieren presentar a Keynes como un profeta y no la mente racional que fue y como el economista determinado por su tiempo histórico-económico. La furia intelectual de economistas como Krugman no es más que una muestra de impotencia de los expertos en ciencias económicas que paradójicamente ven la economía como un perol de brujería y no como una ciencia basada en la racionalidad y los equilibrios.
La crisis económica no encontrará soluciones reales hasta que los EU como el alma del capitalismo no entiendan los razonamientos de los equilibrios y sus economistas sigan presos –como paradójicamente lo afirmó el propio Keynes– de un economista difunto. Y la crisis de la eurozona va a seguir latente mientras las sociedades el movimiento se sigan apoyando en los argumentos del gobierno de Obama de que la prioridad es el gasto social y no los equilibrios macroeconómicos.
Lo malo es que Obama se quedó atrapado en su propia demagogia (neo) populista y por eso la viabilidad de una solución de la crisis del capitalismo en la eurozona está más lejana que nunca, para las desgracias de las sociedades que han creído en el discurso del (neo) populismo.
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