Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
+ Congreso (I) Nuevo parlamento, viejos parlamentarios
MÉXICO, DF. 20 de julio de 2014 (Quadratín).- La transición alcanzada con la alternancia partidista en la presidencia de la república en julio del 2000 planteó tres desafíos a la clase política que hasta ahora, catorce años después, los partidos no han entendido:
1.- La instauración democrática. La transición fue el momento en que el PRI perdió las elecciones, aceptó la derrota y entregó el poder presidencial; la siguiente fase fue la de la instauración de una nueva democracia, y ahí las élites políticas han fallado porque siguen moviéndose en los espacios de las presiones estridentes o de las negociaciones debajo de la mesa.
2.- Los consensos. Las prácticas democráticas comenzaron en México después de la represión de Tlatelolco en octubre de 1968. El país entró en tres territorios desconocidos: las negociaciones, las reformas y los consensos. El modelo se llama democracia consociativa y es una forma de sacar a la democracia de las tensiones de la polarización.
3.- La aceptabilidad de la derrota. En el pasado, la oposición se negaba a aceptar la derrota aduciendo instituciones parciales; hoy las instituciones están en constante modificación para atender las exigencias opositoras al PRI. Pero el fundamentalismo democrático de la oposición ha menguado el valor de las nuevas minorías o de las mayorías asociadas.
El país pasó de los acuerdos consensuados de las reformas constitucionales en educación, telecomunicaciones y energía a aprobación accidentada de leyes secundarias de esas modificaciones. El PRI hizo muchas concesiones para modificar la Constitución por la necesidad de sumar la mayoría calificada de 67% de cada una de las dos cámaras, con un PRI con una bancada por abajo del 45%; pero las leyes secundarias requirieron sólo el 51% de los votos, lo que llevó al PRI a disminuir los compromisos con la oposición. Lo más importante de este mecanismo de práctica parlamentaria radicó en el hecho de que la oposición sabía de la profundidad de las negociaciones en función del tipo de mayoría necesario.
Los tres grandes partidos operaron en la negociación de las reformas estructurales en sus dos fases con mecanismos parlamentarios novedosos y reconocidos por las prácticas legislativas en democracias más maduras: la construcción de mayorías específicas. Así, el PRI pactó las reformas constitucionales con el PAN y con el PRD haciendo grandes concesiones, pero en las secundarias prefirió sólo con el PAN por la baja intensidad de sus exigencias.
El mecanismo de negociación de mayorías coyunturales se conoce como logrolling o intercambio de favores: un partido define su propuesta de ley y negocia una mayoría específica con el partido que menos le exija en torno a esa ley. En el caso de las de telecomunicaciones, el PRD pedía más que el PAN y daba menos a cambio; y el PAN nunca puso a discusión el contenido de las secundarias –aunque influyó en temas importantes– y negoció su voto a cambio del apoyo del PRI en una reforma electoral.
El nuevo parlamento mexicano fue producto de la alternancia del 2000:
1.- La posibilidad de un presidente de la república de un partido opositor al PRI o del PRI con votaciones menores a 50%.
2.- Un presidente de la república de un partido y un congreso de otro partido o con mayoría minoritaria de su propio partido.
3.- La necesidad de un gobierno de consensos entre un presidente de la república debilitado por falta de votos y un congreso obligado a sumar mayorías.
El PAN se acomodó fácilmente al logrolling porque entendió su posición de minoría y por tanto su limitación para imponer tendencias de gobierno; su decisión, por tanto, fue la de negociar leyes que le beneficiaran más adelante en procesos electorales o disminuyeran los márgenes de disponibilidad política del PRI. De ahí su interés en la reforma electoral.
El PRD, en cambio, quiso imponerle dirección política, social e ideológica al PRI desde su posición de tercera fuerza legislativa y buna segunda fuerza electoral presidencial diluida por la salida de López Obrador del PRD y su decisión de dividir a la coalición neopopulista fundando su propio partido. Este comportamiento poco realista se percibió en el PRD en el senado durante las discusiones de las leyes secundarias en telecomunicaciones: pidió tanto que se quedó con poco porque el PRI rebasó con mucho la mayoría absoluta de 51% con la alianza con el PAN.
Lo mismo ocurrió con el debate de las leyes de telecomunicaciones en la Cámara de Diputados: el PAN negoció acuerdos con el PRI en otras áreas y el PRD se plantó en su macho de no ceder nada porque su función es fundamentalista para salvar a la patria y la alianza PRI-PAN-Verde-Panal lo atropelló. Eso sí, la estridencia perredista para denunciar la santa alianza PRI-PAN apenas le sirvió para alimentar las pasiones de sus seguidores pero no para construir acuerdos en la lógica de la suma-positiva en la que todos ganan a través de concesiones mutuas cruzadas; el PRD se asentó en el juego suma-cero en la que gana todo o pierde todo, y ocurrió que perdió todo.
La lección política que queda de la fase legislativa de las reformas estructurales y las leyes secundarias no parece haber sido comprendida por los partidos: el PRI utilizó la búsqueda de acuerdos porque era el único camino para sacar sus reformas; el PAN aceptó el intercambio de leyes porque percibió que sólo así le arrancaría concesiones al PRI; y el PRD se quedó ahogado con su discurso —moral que no político– de no negociar los intereses de la patria.
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