
Copa Mundial de la FIFA 2026, más que fútbol, un campo para emprender
+ Crisis de modelo, no de coyuntura
+ Migración: la demagogia de Obama
México, DF. 30 de junio de 2013 (Quadratín).- Las expectativas del gobierno del presidente Peña Nieto dibujan el escenario de la crisis nacional: una tasa mediocre de crecimiento económico no mayor a 3%, pero frente a la necesidad de que pudiera ser el doble por razones de empleo y bienestar. Sin embargo, la dificultad se localiza en el modelo de desarrollo actual.
El punto central se encuentra en que el Estado carece de fondos fiscales para invertir, aunque tiene lo suficiente para pivotear áreas de desarrollo. Pero el actual modelo de Estado propietario en algunas áreas se ha convertido en un obstáculo para la inversión privada.
De ahí la necesidad de las dos reformas propuestas por Peña Nieto: la hacendaria para aumentar ingreso y la energética para jalar inversiones privadas. Pero se necesita mucho más. La dinámica de las privatizaciones del sexenio salinista se agotaron rápidamente porque no encontraron otras áreas de inversión.
El país necesita crecer a tasa de 6% anual, como lo fue en los años cincuenta y sesenta, con inflación controlada y estabilidad social. En el largo periodo de 1980 a 2012, la tasa promedio anual de crecimiento económico fue de alrededor de 2.5%.
Las cifras reales hablan de la necesidad de una reorganización del modelo de desarrollo, ya no tanto de reformas parciales, por muy de fondo que se propongan. Primero se tiene que redefinir el Estado, su papel, su función regulatoria y sus políticas sociales públicas basadas en objetivos de bienestar. Pero hoy no se discute la pobreza sino la obligación del Estado de mantener el control de ciertas áreas, aunque no tenga los recursos para dinamizarlas.
Los Estados son piezas fundamentales del modelo de desarrollo, pero a condición de estimular el crecimiento y la inversión. De nada servirá que el Estado sea nacionalista si carece de formas de promover el crecimiento y de garantizar la distribución de la riqueza.
La gran reforma del modelo de desarrollo debe darse en función de las necesidades que se tienen de bienestar y empleo formal, no de herencias históricas. No se trata de regresar el reloj de la conquistas, pero tampoco de ponerlas como condición insalvable.
Desde la crisis de mediados de los setenta el país ha necesitado un nuevo modelo de desarrollo, pero las élites políticas sólo piensan en el poder y no en el desarrollo.
LAS PROMESAS INCUMPLIDAS DE OBAMA
La reforma migratoria del presidente Barack Obama como compromiso de campaña electoral en dos ocasiones ha sido derrotada también en dos ocasiones. Pero hay que dejar en claro el tema central: la migración y por tanto su regulación ha sido un tema de seguridad nacional para los Estados Unidos y casi nada un asunto de justicia social.
A pesar de su compromiso formal con la comunidad hispana que le dio votos en dos ocasiones para ganar las elecciones, Obama abandonó su compromiso en manos de un grupo de ocho senadores, cuatro republicanos y cuatro demócratas en un gesto político de equidad: que el tema no se colara en la estructuras electorales para beneficiar más a alguno de los dos partidos y dominarán los intereses estratégicos de los Estados Unidos.
El primer round fijó los primeros parámetros: una reforma pero acompañada de un reforzamiento de la frontera de los EU con México. Si para algunos se trataría de una decisión inevitable porque se iban a abrir las posibilidades de legalización de indocumentados sin pasar por los tamices de seguridad, para otros en realidad se trató de un gesto de aceptación de Obama de que carece de pensamiento estratégico y de enfoque de seguridad nacional.
Los últimos acontecimientos terroristas dentro de los EU prendieron los focos de alarma por el regreso a territorio estadunidense del terrorismo que se había enviado al medio oriente. La errática política de Obama en la crisis de Afganistán, Irán y otras zonas árabes ha estallado en casos de terrorismo contra posiciones estadunidenses en las zonas calientes y dentro de los EU. Por tanto, debe asumirse como lógica la reacción del congreso de analizar el tema de la reforma migratoria sin perder de vista los intereses de seguridad nacional dentro de los EU.
De ahí que la reforma migratoria deba también ser analizada bajo la óptica de las decisiones de la Casa Blanca para espiar a ciudadanos dentro de territorio estadunidense aún sin sospechas de terrorismo. De ahí que los EU deban de tener suspicacias al tratar de legalizar la estancia de millones de personas ilegales sin entender sus relaciones políticas, en el entendido de que la reforma migratoria abarcaría a ilegales de otras nacionalidades, no sólo la mexicana.
En el fondo de los problemas para la reforma se localiza la acumulación de evidencias de que el tema migratorio depende de enfoques más allá de los compromisos de Obama con votantes vinculados a indocumentados hispanos y sí en el escenario del endurecimiento de Obama en materia de terrorismo. Era lógico interrelacionar las decisiones de la Casa Blanca en materia de espionaje de ciudadanos con la legalización de personas que entraron al país violando las leyes.
En el contexto de la crisis de seguridad nacional por terrorismo y violaciones de derechos de estadunidenses, el tema de la reforma migratoria se redujo más bien a una promesa de campaña y no a una necesidad política o estratégica. Sólo que Obama no ha sabido –en realidad no ha querido– explicar los problemas de su administración con el terrorismo y su propia incapacidad para definir el futuro de los EU en escenarios restringidos por problemas derivados de expansiones imperialistas.
Los que se quedarán esperando la reforma migratoria serán los aliados de Obama que apostaron sus votos a un compromiso que se veía incumplible desde su origen, pero que la demagogia política y sobre todo la urgencia de votos llevó a Obama a prometer lo imposible.
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