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+ El factor López Obrador
MÉXICO, DF. 15 de diciembre de 2013 (Quadratín).- El infarto de López Obrador fue un golpe muy duro al miocardio de la coalición neopopulista. Los efectos desestabilizaron al PRD, al grupo neocardenista, a Marcelo Ebrard, a las bancadas perredistas en las tres cámaras y a los grupos-partido aliados al tabasqueño. Si alguna duda había de que el liderazgo lopezobradorista era caudillista y personal, el impacto negativo en sus alianzas mostró la fragilidad de ese espacio de militancia.
Asimismo, el infarto llegó en el peor momento estratégico de la lucha de López Obrador: la consolidación del partido-movimiento, el desfondamiento del PRD para conseguir aliados, las movilizaciones contra la reforma energética propuesta por el presidente Peña Nieto y el activismo de Marcelo Ebrard en busca de su espacio militante. La aduana electoral federal del 2015 estaba en la mira del nuevo grupo lopezobradorista con registro legal de partido.
Del otro lado del río el gobierno federal había identificado a López Obrador como el factor de inestabilidad más importante, sobre todo por su modelo de confrontación desde su minoría y por la presión sobre el PRD para sacarlo del Pacto por México. Eso sí, en el sector político oficial no había demasiada preocupación por movimientos antisistémicos colocados aún más a la izquierda del PRD y de López Obrador precisamente porque políticamente no eran capitalizables: la Cnte, la guerrilla, los grupos sociales movilizados, los anarquistas y el SME, aunque en ciertas circunstancias se lograba alguna coincidencia en las calles pero no en estrategias conjuntas.
Todos los grupos antisistémicos no han alcanzado a racionalizar el conflicto calle-parlamento, sobre todo porque el Congreso sigue siendo, con todo y su desprestigio y su ineficacia, el espacio para la toma de decisiones legales e institucionales: recientemente fueron la reforma en telecomunicaciones, la reforma financiera, el reacomodo fiscal, los presupuestos de ingresos y egresos y la reforma educativa, y pese a la oposición estridente y poco coordinada la reforma energética. Este escenario ha tenido una dinámica propia y no ha logrado conciliar intereses opositores; y cuando lo ha conseguido, como el cerco al Senado en la discusión de la minuta de la reforma energética, la fuerza popular no ha podido enfocarse en algún discurso estratégico que impida las decisiones.
El problema del espectro gelatinoso de centro-ultraizquierda radica en la existencia de movimientos caudillistas, en mayor o menor medida. López Obrador ha podido encauzar algunas demandas, pero luego él mismo no ha querido encabezar, por ejemplo, al Sme o a la Cnte, aunque por razones de emergencia en la suma de masas permitió que los maestros disidentes –ya sumidos en un desprestigio social evidente– participaran en el último mitin en el zócalo para anunciar los cercos a las dos cámaras federales y a los congresos estatales que tienen que aprobar las reformas constitucionales.
Este escenario general no presenta los perfiles necesarios para equipararlos con los movimientos de masas que sacudieron a los países africanos o a los países europeos. En todo caso, lo ocurrido en México podría aportar elementos de análisis para explicar los movimientos de masas detonadores de gobiernos autoritarios o cerrados: mientras existan instituciones funcionando –mal o bien pero con eficacia en la toma de decisiones– y la sociedad mayoritaria acate por cualquier razón las resoluciones, los conflictos en las calles no podrán reventar el espacio parlamentario.
En este escenario también hay que incluir el elemento disruptor en la precaria coalición neopopulista: el PRD. Mientras el partido siga en manos de Los Chuchis y la corriente colaboracionista, los grupos disidentes antisistémicos carecerán del elemento desestabilizador en el sistema político institucional; Ahí fallaron Cárdenas, López Obrador y Ebrard porque abandonaron al partido cada uno por sus propias razones, principalmente López Obrador con su propuesta de un partido político que supuestamente desfondaría al PRD. Los chuchistas han enfriado su participación en el congreso y en el Pacto por México más por razones estratégicas que por convicción, pero impidiendo que el PRD quiebre ese acuerdo pluripartidista.
Las razones políticas del PRD han sido calculadas: el partido perdería más fuera del Pacto que dentro; por ello la dirección nacional perredista ha permitido a sus legisladores votar en lo individual y no en bloque. En el fondo, Jesús Ortega tiene la certeza de que el PRD ha podido avanzar más en decisiones políticas en leyes dentro del Pacto que fuera. De ahí el hecho de que el PRD haya preferido hacerse a un lado del Pacto en la reforma energética, que desgastarse rompiendo la alianza neopopulista o votando en bloque contra la reforma. El enfoque estratégico de Los Chuchos es frío y calculador y no busca rentabilidad política popular sino tan sólo evitar que el PAN y el PRI se alíen más allá de las reformas estructurales.
El escenario político general, pues, tenía a López Obrador como un factor equidistante de casi todos los cruces de conflictos y negociaciones. De ahí que su enfermedad lo haya retirado en el momento clave de la reforma energética, pero con datos de que inevitablemente tendrá que disminuir su activismo para evitar mayores complicaciones; y aun cuando la operación haya sido un rotundo éxito, el mensaje enviado al conflicto político dejó la imagen de un líder de masas, un líder callejero, un líder de movilizaciones, bastante tocado del corazón.
En varios análisis recientes han querido colocar a López Obrador como un factor de equilibrio político, pero la realidad es distinta; más bien, López Obrador ha sido un factor disruptor de la estabilidad del México que experimentó dos alternancias pacíficas y que mal que bien avanza en reformas sistémicas. El tabasqueño, paradójicamente, ha servido más a la estabilidad nacional controlando a los pobres para evitar situaciones de violencia, pero los ha sacado del sistema político; ahí se encuentra la principal contradicción social del tabasqueño: encauza las masas pero no representa una opción política viable. Ahí están los casos del Sme y de la Cnte, ahora subordinados al líder pero sin ningún horizonte de resultados en el corto plazo; en todo caso, López Obrador ha contribuido, sin quererlo, a desactivar el potencial de protesta de esos grupos.
Lo que viene es una reorganización de la coalición neopopulista pero en circunstancias de escasez de líderes y de credibilidades. Por tanto, el cuadro político se moverá más favorablemente al PAN y al PRD.
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