Cortinas de humo
MÉXICO, DF. 29 de septiembre de 2013 (Quadratín).- Cuando el PRI perdió las elecciones presidenciales en julio del 2000, la expectativa hablaba del fin histórico del partido y de su sistema. Cuando el PRI mantenía una cómoda ventaja en las encuestas y confirmaría su regreso a la presidencia en julio del 2012, los propios priístas estaban satisfechos con la posibilidad de la restauración del viejo régimen.
Lo malo de las expectativas electorales radica en el pecado de la simplificación. En el 2000 se deba por muerta la estructura de poder y en el 2012 se suponía el regreso del pasado. Pero pocos fueron los que trataron de hacer un esfuerzo de análisis histórico y estructural: el problema no era el ejercicio del poder ni el partido histórico de México, sino que el fondo del problema se localizaba en el sistema político priísta.
Si se revisa la historia, el PRI ha tenido pocos espacios de tranquilidad. Nacido como Partido Nacional Revolucionario luego del asesinato del presidente electo Álvaro Obregón, ganó las elecciones con fraude en 1929 y en 1932 registró su primer interinato por la renuncia de Pascual Ortiz Rubio. Luego se dio el choque Cárdenas-Elías Calles y el exilio del fundador del partido. Cárdenas apenas pudo fundar el PRM y se vio obligado a optar como sucesor por un conservador. De 1940 a 1952 se consolidó el PRI como acuerdo en las élites y la configuración formal del sistema político. De 1952 a 1968 las movilizaciones sociales sacudieron al sistema en sus acuerdos corporativos. Y el 68 promovió una serie de reformas políticas y electorales que condujeron inevitablemente a la derrota presidencial del 2000.
La oposición, en ese lapso, se movió sin sentido de largo plazo. El PAN se fundó en 1939 con el ambiente político conservador que había fijado Elías Calles. El Partido Comunista Mexicano osciló bajo los intereses de los gobiernos revolucionarios y prefirió la confrontación con el poder. Con el apoyo oficial de López Mateos y luego de la crisis sindical de 1958 nació el Partido Popular con escisiones de la izquierda priísta e izquierda comunista, bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano. En 1963 el gobierno le cedió diputados a la oposición para abrir el Congreso. Después del 68 la izquierda universitaria buscó abrir el sistema de partidos pero no logró acuerdos. La crisis electoral de 1988, luego de que el PCM cambió a Partido Socialista Unificado de México y luego Partido Mexicano Socialista, condujo al PRD en 1989 con el registro del PCM y el fortalecimiento de los ex priístas de la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas. En medio de la crisis y la reforma electoral, la derecha panista logró la alternancia en el 2000 pero sólo duró dos sexenios en la presidencia. El regreso del PRI en el 2012 se convirtió en un desafío político.
En medio de estas coordenadas partidistas y de élites, el sistema político quedó como la columna vertebral del país. En 1972, con generosidad poco científica, el historiador Daniel Cosío Villegas publicó su ensayo El sistema político mexicano en versión optimista: a pesar de las contradicciones y tensiones, México había tenido relevos presidenciales pacíficos en un continente de golpes de Estado. Sin embargo, el sistema político aparecía ya atrapado en su dinámica dialéctica. Los académicos comenzaron a ver con interés el sistema político hacia mediados de los años setenta, cuando en los EU y Europa, por ejemplo, habían circulado algunos acercamientos politológicos hacia comienzos de los años sesenta. Como parte de la ciencia política, el primer acercamiento a la teoría de los sistemas políticos se dio en 1951 con el ensayo de David Easton titulado justamente The political system.
El sistema político fue enfocado desde diferentes perspectivas, desde la procedimental hasta la elitista, pasando obviamente por los pensamientos políticos críticos. Todos coincidían en presentarlo como un mecanismo de funcionamiento de las instituciones. En resumen, el modelo era simple: un espacio donde se operaban las demandas sociales con los programas de gobierno.
El sistema político mexicano ha funcionado históricamente en etapas muy específicas: Juárez creó una estructura de poder jurídica, Díaz aprovechó el impulso y construyó un sistema personalizado. La Revolución Mexicana se institucionalizó sistémicamente con la fundación del PNR. Y el sistema político giró en torno a tres pilares: el Estado, la Constitución y el PRI. Aún en las etapas de tensiones cercanas a la ruptura, estos pilares funcionaron como mecanismos de administración del poder político. Sólo que por su origen histórico y por tradición política, el sistema mexicano estuvo definido por los procesos sociales rupturistas.
En el análisis de los enfoques de los sistemas políticos en crisis, uno de los más sólidos fue el de Samuel Huntington al analizar los sistemas políticos en etapas de cambio político violento. Ahí Huntington delineó una de las tesis que utilizó para el estudio de las transiciones de regímenes autoritarios a sistemas democráticos: la ingobernabilidad como el proceso dinámico en el que las demandas políticas democráticas superan a las posibilidades de adecuación democrática de las instituciones.
Ahí se localiza la crisis sistémica de México: las instituciones políticas que fueron creadas por el PRI para sus propios objetivos ya no son suficientes para atender a una sociedad no priísta de dos tercios de mexicanos que no votaron por el PRI en las presidenciales del 2012. La Constitución, el Estado y el PRI sólo responden a las expectativas de un tercio de los mexicanos. De ahí las movilizaciones, las críticas, la incapacidad de la Constitución para incluir las demandas no priístas.
El desafío del PRI radica en la necesidad de una reforma sistémica que responda a la nueva conformación de la sociedad. El México electoral hasta 1964 ofrecía un panorama de dominio absoluto del PRI en todos los cargos de elección popular. La existencia de una oposición panista y perredista obliga a una reconfiguración del sistema político para crear instituciones democráticas, aunque el Pacto por México ha dejado indicios de que el PAN y el PRD no parecen dispuestos a una ruptura democrática institucional porque aparecen dominados por las doctrinas sociales priístas.
La gran decisión política radica en reformar todo el sistema político o sólo en adecuar el vigente que sigue dominado por el enfoque histórico priísta. La peor solución sería regresar al estatismo priísta. Al parecer la oposición carece de formación democrática y se mueve por el enfoque priísta del beneplácito social.
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