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¿Lealtad a quién?
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México, D.F., 12 de febrero de 2012 (Quadratín).- A El PAN asistirá a las urnas para conseguir por tercera vez la revalidación electoral. Sin embargo, lo hace en un escenario adverso: la tendencia de votos sin candidato coloca al PAN en un 25%, contra 50% del PRI. A nivel presidencial, el PAN ha tenido una tendencia decreciente:
1988: 3.2 millones de votos, 16.8% de votación.
1994: 9.1 millones de votos, 26% de votación.
2000: 15.9 millones de votos, 42.5% de votación.
2006: 15 millones de votos, 35.9% de votación.
El 2012 será el año de la calificación electoral de dos sexenios panistas en la presidencia de la república. A lo largo de doce años, Fox y Calderón no alcanzaron a definir un proyecto de desarrollo, la crisis los alcanzó y el repudio mediático se convirtió en declinación electoral. En este contexto, el único escenario previsible para el PAN es el de revalidar las banderas del 2000.
El año 2000 marcó la alternancia partidista en la presidencia de la república, después de setenta y un años de dominio priista, desde las elecciones de 1929. Durante dos generaciones de mexicanos, el PRI marcó el rumbo de la nación, construyó una estructura de poder basada en la fusión de instancias de poder: partido-gobierno-Estado-Constitución. El PAN en el 2000 ganó la presidencia pero no pudo realmente ejercer el poder. Jorge G. Castañeda, canciller del primer gobierno panista, reveló que Fox enfrentó tres posibilidades: pactar con el PRD, pactar con el PRI o irse en solitario. Como el PRD no quería saber nada del estilo personal de Fox y el PAN por sí mismo carecía de fuerza legislativa, Fox pactó con el PAN pero con la condición de no reformar la estructura priista de poder.
Ahí fracasó la alternancia porque no derivó en la reconstrucción del sistema político y del modelo de desarrollo. El discurso de Fox fue el del cambio y la transición, inclusive arrebatándoselo a Cuauhtémoc Cárdenas. Más aún, Fox hizo un intento tibio por pactar con el PRD ofreciéndole cuatro posiciones de gabinete, pero los perredistas rechazaron esa posibilidad. Por tanto, el fracaso de la alternancia y la imposibilidad de la transición naufragaron en la ausencia de un proyecto de reconstrucción del Estado y del régimen. Fox no insistió en el acuerdo, prefirió pactar con el PRI y su gobierno fue un modelo de priismo sin el PRI. Los puntos clave de la gestión de Fox estuvieron atadas al PRI: la política económica, el Estado y la estructura de poder. Fue muy significativo que la principal aliada de Fox fuera Elba Esther Gordillo en su condición de jefa de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados.
A Fox realmente no le falló la operación política sino la falta de un proyecto de transición. Fox se quedó en el discurso, el PAN no tuvo un equipo de intelectuales que delineara el proyecto del cambio y prefirió la comodidad de no mover las cosas. Inició algunas reformas pero las tuvo que negociar con el PRI de Gordillo, aunque al final fue frenado por el PRI de Roberto Madrazo. Se trataba de reformas estructurales que implicaban la afectación de la estructura de poder del Estado priista: reforma fiscal, reforma energética y reforma laboral, entre las más importantes.
Como presidente de la república, Fox careció de experiencia y de voluntad para las transformaciones, a pesar de su compromiso por el cambio. El bono democrático del 2 de julio se agotó muy rápido, aunque el crecimiento económico de 2.3% promedio en el sexenio sin tropiezos ni caídas ayudó a neutralizar la decepción social por el fracaso del gobierno del cambio. Las cosas se le complicaron a Fox en el 2004 con el expediente del desafuero de López Obrador y la radicalización de los seguidores del entonces jefe de gobierno del DF. Al finalizar el sexenio, los espacios democratizadores se había reducido.
Calderón hubo de lidiar contra López Obrador y contra Fox. Más que una oferta democratizadora, Calderón delineó una estrategia para contener a López Obrador y evitar una nueva alternancia. La campaña se centró no en las promesas incumplidas de Fox sino en la polarización política por el candidato del PRD. Los ánimos estaban muy caldeados por el desafuero y la sociedad misma tampoco exigió el posicionamiento del cambio o la transición en el centro de la campaña: todo quedó englobado en la disputa Calderón-López Obrador, con un PRI fracturado y menguado por la candidatura de Roberto Madrazo.
En la noche del 2 de julio del 2000, en el mitin de celebración de la victoria sobre el PRI, el principal grito de los seguidores de Fox fue muy claro: ¡no nos falles! El tema central de la agenda era el cambio, abandonar el modelo de república del PRI y construir un nuevo proyecto de nación. La tarea era hercúlea porque había que desensamblar la estructura de poder del Estado, el gobierno y la Constitución y obligar al PRI a convertirse en un verdadero partido político al margen de las estructuras del Estado.
Ahí se localizaba el secreto del dominio del PRI: las estructuras corporativas del partido eran las mismas de las estructuras de representación del Estado. Por tanto, el PRI no dominaba las elecciones sino los tres instrumentos de poder de la república: el Estado, el gobierno y la Constitución. Por tanto, México había agotado el modelo priísta y encontró en el 2000 la oportunidad no sólo para la alternancia sin violencia sino para la transición hacia un nuevo Estado, un nuevo gobierno no dependiente del PRI y un nuevo acuerdo constitucional. La sociedad se había saltado la maldición de Fidel Velázquez, el jefe del sector corporativo sindical del PRI: a balazos ganamos el poder y a balazos nos lo tienen que quitar. La noche del 2 de julio el IFE anunció la victoria del PAN, el presidente de la república públicamente y en cadena nacional felicitó al PAN y a Fox y el PRI tuvo que reconocer la derrota, y todo ello sin disparar un balazo.
Ahí estuvo la parte del bono democrático para iniciar los cambios. Pero a Fox le faltó decisión e inteligencia política y a Calderón le ganó la ofensiva desestabilizadora de López Obrador tratando de impedir su toma de posesión para declarar vacío el cargo de presidente de la república y convocar a nuevas elecciones presidenciales. Cada uno con decisiones asumidos, el caso fue que la posibilidad de transitar de un régimen de partido dominante y estructura autoritaria y corporativa a una verdadera democracia.
Los procesos de transición habían tardado en llegar a México. La tercera ola democratizadora, a decir del estudioso Samuel P. Huntington, había tenido su espacio culminante en 1976, aunque en México se dio en 1978 una de las decisiones más importantes desde la fundación del PRI: la reforma política que legalizó al Partido Comunista Mexicano, permitió el ingreso de la izquierda al parlamento y liquidó el viejo sistema de partidos controlados por el PRI y por el presidente de la república. Pero tuvieron que pasar otros veintidós años para dar otro paso hacia la modernización política: la alternancia partidista en la presidencia de la república.
En los procesos de cambio político la transición es una etapa larga que culmina con el acceso de la oposición a los niveles superiores de poder; pero esa transición requiere de otro paso para consolidarse: la instauración de una nueva democracia, desmantelando las estructuras del viejo régimen y construyendo unas nuevas y ya sin interferencias del Estado o del partido en el poder. Ahí falló el PAN: sin margen de maniobra por bajas calificaciones electorales y dispuesto a mantener el poder por cualquier vía, el PAN decidió en dos sexenios solamente suplantar al PRI por el PAN en las estructuras de poder y dejar el mismo régimen de partido de Estado; sin embargo, el PAN sólo se quedó con los hilos del poder y no pudo crear estructuras corporativas para sustituir las enmohecidas del PRI: Por eso el régimen de Estado-partido no tuvo funcionalidad en el PAN, aunque sí contribuyó a deteriorar más las instituciones y las prácticas políticas.
Cada uno por sus razones, Fox y Calderón tomaron el camino equivocado. Y han tenido que pagar su cuota de conflictos: la violencia política ha sido producto de la lenta modernización de las instituciones políticas frente a un aumento de la movilización social y política en la ampliación de sus derechos. Esta fase es una perversión del tránsito democratizador y se conoce como crisis de gobernabilidad, en donde la oferta de cambio político institución al es menor a la exigencia social de mayores canales de participación en las decisiones.
En este escenario se encuentra el desafío del PAN con la candidatura de Josefina Vázquez Mota: mantener el modelo de contención democratizadora para seguir metiendo al PAN como el partido de Estado o decidirse por construir un nuevo régimen democrático por el cual la sociedad votó por el PAN en el 2000 y el 2006 por el cual la sociedad podría refrendar un tercer sexenio panista. Se trata de un dilema central y sobre el cual podría construir Vázquez Mota su candidatura.
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