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¿Lealtad a quién?
+ La crisis de México (I): consensos
+ Neoliberalismo, PAN, PRI, no PRD
(Primera de cuatro partes de una revisión histórica de la crisis de México con miras al próximo cambio de gobierno)
México, D.F. 29 de julio 2012 (Quadratín).- Aunque a muchos no les guste, el consenso que mantuvo la estabilidad política del país a lo largo de varios decenios fue el de la Revolución Mexicana. Y más allá de los héroes o de los hechos históricos, ese consenso se resumió en un objetivo específico: la estabilidad social basada en una política de bienestar y ambas en función de un punto de equilibrio social, político y económico en la equidistancia del Estado. Cuando estalló la crisis presupuestal por el colapso del populismo en 1982, la estabilización macroeconómica fue la salida de la misma élite gobernante en su facción neoliberal pero rompió con el consenso social fundamental porque el estado ya no pudo mantener el equilibrio.
El consenso de la Revolución Mexicana duró de 1910 a 1982. En ese largo ciclo de dos generaciones el ejercicio del poder se justificó en el acuerdo mayoritario del bienestar: reformas sociales que buscaron no la distribución de la riqueza sino cuando menos la atención de los sectores productivos mayoritarios en materia de salud, educación y salario; la tranquilidad social vía el control económico, fue el eje central. La crisis económica del periodo 1973-1982 provocó el desajuste del equilibrio social y político y tuvo factores específicos: inflación, gasto social, estancamiento de los ingresos y devaluación. En 1982 el Estado ya no supo cómo atender su gasto social por la crisis presupuestal y cambió su prioridad por la de la vigilancia de la estabilidad macroeconómica.
El debate sobre la crisis de México en los setenta ha tenido tres pistas: la de las cifras sociales negativas, la del consenso de la Revolución Mexicana como el elemento de definición de una política de Estado y la de la estabilidad macroeconómica. El punto central del debate se definió en torno a la Revolución Mexicana. En 1947 el economista y aún no historiador Daniel Cosío Villegas puso un punto de inflexión con su ensayo La crisis de México basado en su tesis del agotamiento de las metas de la Revolución Mexicana. El ensayo de Cosío Villegas ha sido, antes y ahora, mal entendido: se leyó como una estación de señalamiento de que la Revolución Mexicana había llegado a su fin, pero el ensayista fue muy claro en señalar el agotamiento de las metas, es decir, de los objetivos de justicia, equidad, bienestar social y democracia.
Por tanto, Cosío Villegas en realidad estaba llamando la atención sobre el incumplimiento de las metas revolucionarias. Asimismo, ponía el dedo en la llaga más purulenta de la crisis: la élite gobernante –partido, clases y sectores– se había desviado del camino revolucionario. Por eso es que en sus párrafos finales del ensayo Cosío Villegas señalaba la opción política: reafirmación de principios y depuración de personas. Hacia 1947 el país había pasado varios hechos históricos: la lucha criminal entre las élites, la guerra cristera contra la Constitución, el caudillismo como fase superior del centralismo político, la lucha por el poder conductor de la revolución, la consolidación del partido del Estado como factor de dominación política, el corporativismo político como estructura de hegemonía, la radicalización socialista y el establecimiento de un centro político como eje de la conciliación de clases. Hacia 1940 la Revolución Mexicana se quedó como un consenso multiclasista y ya no como una dominación.
El llamado de atención de Cosío Villegas tuvo un punto histórico: la transformación del Partido de la Revolución Mexicana en el Partido Revolucionario Institucional. El PRM había sido la fase culminante de la élite radical revolucionaria, de ideología socialista pero no comunista ni marxista y flexible en cuanto al modelo político legitimado por un sistema de partidos con un partido hegemónico y con una oposición sabedora de sus limitaciones y asentada sólo como contrapeso moral. El PRM había centralizado el reparto del poder en la élite revolucionaria, con los sectores campesino, obrero, popular y militar como pilares de sostenimiento del partido del Estado.
La mejor prueba de que la élite revolucionaria socialista no era intransigente ocurrió en la sucesión presidencial de 1940: el presidente Lázaro Cárdenas entendió que un candidato radical seguiría polarizando la situación política y esa polarización llevaría a rupturas políticas y sociales. Por eso el candidato, surgido de los mecanismos de designación interna basada en el poder presidencial, no fue el general Francisco J. Mújica sino el general Manuel Ávila Camacho. Para sobrevivir, la élite revolucionaria tuvo que sacrificar su continuidad. La fase de política conservadora se extendió a la sucesión de 1946 con la nominación de Miguel Alemán, político civil, y la transformación ese mismo año del PRM en PRI: de la revolución radicalizada a la revolución institucionalizada. El discurso fue uno de los factores legitimadores: la izquierda socialista del cardenismo convirtió a Alemán en el cachorro de la Revolución cuando fue, en realidad, su sepulturero.
El llamado de atención de Cosío Villegas se basó en el anterior escenario político. Hacia 1947 las metas de la Revolución no se habían agotado sino que seguían latentes; la equivocación de Cosío Villegas fue de método analítico y de reduccionismo histórico: las metas reales de la Revolución fueron de bienestar, equidad y justicia. Como dato analítico, el ensayista comunista José Revueltas reviró a Cosío Villegas con un ensayo desde el punto de vista marxista y basó su argumentación en el aspecto central de desagregar a la crisis de México de la Revolución Mexicana. Escribió Revueltas el carácter de la crisis: la situación actual de México no es la causa de la crisis, sino al contrario: es la crisis histórica de México la que ha llevado a la situación actual.
A pesar de que había habido en el debate político otros datos que revisaban la crisis de la Revolución Mexicana –Luis Cabrera, Jesús Silva Herzog– y otras más tarde –Enrique González Pedrero, Carlos Fuentes, Manuel Moreno Sánchez y las revistas Política y El Espectador–, el debate Cosío Villegas-Revueltas encontró su momento histórico singular: el arribo al poder de una élite priísta en camino de deslindamiento de la función del Estado como tutelar de las clases sociales explotadas, pero sin romper –peor aún: alentándolas– con las clases explotadoras. Ahí se dio, en su momento inicial, el fin del consenso de la Revolución Mexicana: de 1947 a 1970 la clase gobernante se transformó en una élite dirigente y, más aún, en ese tránsito teórico de Pareto a Mosca, en clase política.
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