Revisitar al pasado
+ Las falacias de Carmen Aristegui
+ Periodismo militante… y de ficción
MÉXICO, DF. 25 de noviembre de 2013 (Quadratín).- La única forma de responder a las amenazas, los insultos y la estridencia por haber revelado la fragilidad de la política informativa de Carmen Aristegui es con la acumulación de hechos. Al periodista “lo avalan los hechos; sin ellos, está perdido”, escribió alguna vez Julio Scherer.
Y es justamente en los hechos donde flaquea la Pasionaria del periodismo lopezobradorista, como lo reveló el académico e implacable observador crítico del oficio periodístico Marco Levario Turcott en su libro El periodismo de ficción de Carmen Aristegui (Ediciones Urano) que ya se encuentra en librerías para la confrontación de argumentos.
La semana pasada se adelantó aquí lo general del libro pero ya en circulación vale la pena enfatizar dos de los siete casos que analiza el autor con documentos, investigación y método, no con falacias, ironías, amenazas o insultos que han impulsado en los últimos días los seguidores de Aristegui, todos ellos, por cierto, identificados con López Obrador.
El primer caso fue la denuncia que hizo Aristegui del presunto alcoholismo de Felipe Calderón, basado en una afirmación de un diputado entonces lopezobradorista. En lugar de buscar evidencias, Aristegui desató una campaña en su programa radiofónico en MVS, al grado de provocar su cese por violar el código ético. Pero al final la empresa no resistió la presión de seguidores y regresó los micrófonos a la periodista para seguir… violando el código ético.
Lo único cierto fue que Aristegui nunca probó su acusación ni respetó el código ético de disculparse por carecer de pruebas.
El otro asunto fue el de los documentos que señalaban partidas especiales de propaganda y publicidad del gobierno del Estado de México para beneficiar al entonces gobernador Enrique Peña Nieto. Los documentos fueron publicados sin comprobar por el periódico inglés The Guardian, sólo con el argumento de la corresponsal Jo Tuckman de que “parecían creíbles”. Al final el diario se disculpó ante la posibilidad de una multa millonaria, pero Aristegui nunca reconoció la falta de veracidad de los documentos y los usó para su campaña contra el ya candidato presidencial Peña Nieto y para –obvio– beneficiar a su propio candidato López Obrador.
En su fallido y superficial libro México: democracia interrumpida, Tuckman reproduce el estilo Aristegui que en nada cumple con el rigor de The Guardian: “me parecía que había demasiadas trazas de autenticidad” en esos documentos de gastos de publicidad y que “aparentemente” contenían verdad. El asunto fue que The Guardian, Tuckman y Aristegui nunca pudieron probar la veracidad de los documentos, pero de todos modos le dieron una utilización propagandística contra el candidato del PRI que benefició al candidato del PRD.
La investigación de Levario Turcott está basada en hechos, evidencias y datos verificables para probar que el periodismo de Aristegui es de “ficción”, parcial al grupo político de López Obrador y antisistémico. La reacción a la columna de la semana pasada no fue de debate o de presentación de pruebas en contrario, sino, al estilo Aristegui, de insidias, infundios, ataques e insultos.
El libro de Levario Turcott, por lo demás, apareció en la coyuntura no prevista de la entrega a Aristegui de un premio de periodismo a la “excelencia” que le otorgó el PEN Club México. Y ahí no hay más que cruzar los argumentos del PEN Club con la investigación minuciosa de Levario Turcott para que cada quien saque sus conclusiones. Porque una cosa es el espacio de complicidades profesionales y otro el de las pruebas sobre estilos de periodismo.
El libro de Levario Turcott dio en el blanco porque expuso el periodismo ficción de Aristegui. Y hasta ahora sólo ha recibido insultos y no razones.
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