Coahuila y la paz
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México, D.F. 15 de agosto 2012 (Quadratín).-La conclusión de Mauricio Farah Gebara, ex visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos para asuntos de migrantes, es desoladora:
La violencia institucionalizada y delincuencial en contra de migrantes, lejos de reducirse, ha escalado.
En el 2009, Farah publicó un libro con testimonios de migrantes que padecieron el secuestro por parte del crimen organizado y a veces de policías: Bienvenidos al infierno del secuestro. Farah circula ahora el libro Cuando la vida está en otra parte. La migración indocumentada en México y Estados Unidos, que será presentado mañana jueves a las once de la mañana en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, coeditora del libro.
A cuatro años de distancia entre ambos libros y a siete de que Farah comenzó a denunciar el abandono de migrantes la situación, en efecto, es peor: el Estado mexicano ha carecido de iniciativas para poner orden institucional en ese grave problema que afecta la vida de miles de migrantes centroamericanos y mexicanos que viajan a los Estados Unidos, pero también la sociedad parece distraída. Y las organizaciones humanitarias están atrapadas entre las amenazas de los cárteles y la incapacidad del gobierno para determinar políticas públicas.
México exige a los EU una política migratoria para defender los derechos de los migrantes indocumentados mexicanos que cruzan la frontera norte, pero ha dejado abandonados a los migrantes centroamericanos que cruzan la frontera sur para ir a los EU. Todos conocen las penurias del tren llamado La Bestia que transporta a miles de indocumentados, pero nadie hace algo para enfrentar el problema. Se trata de políticas de población, de migración y de tipo social, además de problemas de seguridad pública. Años tiene que las bandas del crimen organizado se asentaron en las zonas de Veracruz y Tamaulipas para interceptar al tren y a camiones llenos de indocumentados centroamericanos para secuestrarlos y asesinarlos o para usarlos como mulas para cruzar droga, pero el Estado y las autoridades han desdeñado el problema.
Luego de varios años de atender el problema de los migrantes y de instrumentar programas en la CNDH se han diluido en la burocracia, Farah llega a una conclusión, entre otras, que establece la falta de sensibilidad de las políticas del Estado: la evolución de los acontecimientos relativos a la migración y a los migrantes (pone) en relieve cómo es que se ha ido transformando la brecha que separa al migrante de la sociedad en general, de las autoridades y de la comprensión, hasta dejarlo en manos de la delincuencia y de los malos servidores públicos, en su indefensión y vulnerabilidad, lejos, muy lejos, del más elemental respeto a su ser, a sus aportaciones a la producción y a la economía, a sus necesidades y aspiraciones y, especialmente, a sus derechos humanos.
Los testimonios de los dos libros de Farah son la prueba contundente del fracaso de la política de migración y de derechos humanos del Estado y de las instituciones afines. Farah denuncia actitudes de indiferencia o dolo, de errores y desaciertos, de incomprensiones y violencia, de buenas intenciones y retórica vacía. Lo grave del asunto es que a la violencia del crimen organizado en la siembra, producción, procesamiento, trasiego y venta droga se ha unido, como parte del proceso criminal, al problema de la migración porque los cárteles descubrieron en los migrantes una necesidad de vida que es explotada asimilándolos por la buena o por la mala a la delincuencia.
Los cárteles han llevado al extremo la violación de los derechos humanos de los migrantes, según refiere el contenido de los dos libros de Farah, porque se pasa de la explotación económica a la esclavitud criminal aprovechándose de la necesidad de vida de los migrantes. El gobierno mexicano ha contribuido a ello con una ley migratoria que prácticamente abrió la frontera sur a los indocumentados que cruzan diariamente por miles pero sin protegerlos, lo que revela que se necesita de una solución internacional porque involucre a los países centroamericanos incapaces de generar empleos productivos, a México que permite el cruce y no garantiza la seguridad y a los Estados Unidos que explotan la mano de obra barata.
El primer libro de Farah recoge testimonios de la crueldad criminal en los secuestros de migrantes. El segundo hace una revisión de siete años de agudizamiento del conflicto y de falta de soluciones, aunado hoy a la pasividad de organismos como la CNDH. Como si hicieran falta círculos del infierno dantesco del problema, Farah dedica un capítulo a una parte aún más grave del asunto: la migración de niños, niñas y adolescentes, base de un sistema inhumando de explotación. Pero de ese tamaño es la miseria humana.
El libro de Farah contiene investigación, análisis, testimonios, observación y a veces una prosa descriptiva de la atmósfera asfixiante en el que se mueven a lo largo del país los migrantes centroamericanos. Y se duele que la opresión se haya multiplicado por el grado de indiferencia, para decir lo menos, de las autoridades mexicanas. Los gobiernos a simular, los migrantes a morir, en una de las muchas conclusiones de Farah.
Farah, además, es propositivo: urge una nueva política migratoria multisecretarial y gobiernos estatales, falta el Reglamento de la Ley de Migración, conceptualizar la política migratoria, una fiscalía del migrante, meter la criminalidad contra el migrante como parte de la agenda del Consejo Nacional de Seguridad Pública y disminuir la explotación de niños y mujeres migrantes.
La advertencia de Farah queda para las autoridades: el gobierno federal y los estatales deben de pasar ya de las condenas, las lamentaciones y los repartos de culpas a la adopción de acciones concretas y eficaces para detener esta catástrofe humanitaria. Pero las denuncias de Farah han caído en el vacío porque es la hora en que nadie ha hecho algo para detener algo que ya debe ser un crimen de lesa humanidad.
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