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MÉXICO, DF. 18 de mayo de 2014 (Quadratín).- Enrique González Pedrero, uno de los prominentes miembros de la Corriente Democrática cardenista del PRI que se salió del partido en 1988 y hoy uno de los cuadros políticos del lopezobradorismo, escribió en un ensayo de 1959 recogido en su libro El gran viraje:
“…la izquierda en México nació con la revolución de 1910. La revolución mexicana, su ideología, está perfectamente relacionada con la ideologías de la “izquierda” mexicana y viceversa. Esto implica muchas cuestiones: el hecho de que la crisis que actualmente existe en la izquierda en México se refleje en la revolución y el hecho de que las izquierdas en México crean que mientras no cumpla con los postulados que ofreció al pueblo en 1910 –a pesar de ser muchos de ellos de imposible realización dado el desarrollo efectivo de los acontecimientos–, la revolución no ha terminado su tarea. Así, la crisis de la revolución no se entiende sin la crisis de la izquierda y la crisis de la izquierda no se entiende sin la de la revolución.”
La izquierda mexicana, sin embargo, venía de muy atrás y se había nutrido del marxismo. Gastón García Cantú lo documenta ampliamente en su investigación El socialismo en México en el siglo XIX. En todo caso, en la afirmación de González Pedrero se localiza parte de la confusión histórica sobre la izquierda, el socialismo y el priísmo perredista. Si bien el Partido Comunista Mexicano nació en 1919 y tuvo una vida conflictiva hasta 1959, las organizaciones socialistas, proletarias y marxistas existieron poco después de 1848 en que apareció el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels.
La tercera fase del socialismo mexicano y la izquierda –luego de los grupos proletarios y el PCM que duró hasta 1989– comenzó en 1989 cuando los comunistas, justo en el año de la debacle de la Unión Soviética y el fin del ciclo socialista que había comenzado con la revolución rusa de Lenin en 1917. Luego de dos experiencias unitarias fallidas en 1981 y en 1987, el PCM-PSUM-PMS de hecho se retiró de la política y le cedió su registro a Cuauhtémoc Cárdenas, jefe de la Corriente Democratizadora cardenista del PRI, para fundar el Partido de la Revolución Democrática que el pasado 5 de mayo cumplió veinticinco años de existencia.
La legalización del PCM en 1978 representó una verdadera reforma política sistémica porque la izquierda marxista llegó al Congreso en las elecciones legislativas de 1979: 18 diputados de partido (4.5% de las 400 curules), porque no ganó ningún distrito. La LI legislatura que inició en 1979 fue la primera en tener bases democráticas justamente por la presencia del PCM como partido independiente del PRI. En las elecciones presidenciales de 1982 la izquierda presentó por primera vez candidato independiente, aunque ya como Partido Socialista Unificado de México, sin el apellido comunista que decían que ahuyentaba electores: el candidato pesumista acumuló 822 mil votos, el 3.5% de los votos. El salto cualitativo se dio en 1991 cuando el PRD llegó a 41 diputados de 500 y tocó techo en el 2006 con 127 diputados, el 25% de la Cámara, aunque luego ha declinado.
En elección presidencial, el PSUM-PRD pasó de 822 mil votos y 3.5% en 1982 a 31.6% de los votos presidenciales y 15.9 millones de votos en el 2012.
A lo largo de su cuarto de siglo de vida activa, el PRD ha tenido tres problemas serios: liderazgo, ideología y propuesta; ha sido víctima del caudillismo, abandonó por completo el pensamiento socialista y quedó atrapado en la telaraña del populismo cardenista y el neopopulismo lopezobradorista y ha carecido de una propuesta de gobierno propia porque se ha desgastado sólo en la administración del poder con los viejos vicios del PRI.
El fin histórico del PCM en 1981 por sus alianzas que lo llevaron a cambiar de nombre y el agotamiento del socialismo en 1989 con la exclusión del concepto socialista también cerró el ciclo de la concepción de izquierda. El PRD acuño su nombre para competir con el Partido Revolucionario Institucional; la Corriente Democrática del PRI llegó al registro del PCM con la propuesta de regresar a los valores históricos del PRI en su versión cardenista corporativa de Partido de la Revolución Mexicana, aunque sin reflexionar alguna vertiente del socialismo.
Asimismo, el PRD abandonó el liderazgo de la clase obrera de suyo controlada por el PRI no sólo vía el partido sino el gobierno corporativista y decidió buscar la organización de la clase baja, el lumpenproletariado. Hoy el PRD no es un partido de masas ni de proletarios sino grupos de tribus organizadas como organizaciones neocorporativas. Las posiciones se reparten en función de la representatividad de grupos y no de militantes o clases; López Obrador dio otro paso lateral con el PRD al organizar a su propio lumpenproletariado (Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte) como la clase que no era y sólo dependiente de los presupuestos asistencialistas; la clase obrera tenía la función de cambiar la estructura del sistema y fue abandonada; el lumpen sólo depende del dinero regalado sin afectar la estructura de clases y por tanto de poder.
El PRD iba a representar el cambio en los enfoques del gobierno y su relación con la sociedad, pero candidatos del PRD ganaron diputaciones locales, alcaldías y gubernaturas y en nada nada modificaron los usos del poder; así, el PRD aparece hoy como un partido franquicia lleno de ex priístas y ex panistas que no consiguieron candidaturas en sus partidos y las tuvieron con el PRD pero para gobernar como priístas y panistas. Ocurrió el caso extremo de Marcelo Ebrard, quien aplastó al PRD cuando mera priísta en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari en 1991 y luego le arrebató el DF.
Así, el PRD se convirtió en un camino para alcanzar el poder desde enfoques individuales, no para aplicar un proyecto amorfo, gelatinoso y pantanoso de propuesta de gobierno perredista.
El cuarto de siglo del PRD llega en una de las crisis de existencia más graves de su historia:
1.- La existencia del partido depende de un liderazgo caudillista; Cárdenas se aparece otra vez como la única figura que podría mantener la unidad, pero el costo de sus condiciones es muy alto.
2.- López Obrador abandonó el PRD y está en proceso de registro de su propio partido-movimiento, pero su fuerza depende de los cuadros perredistas que logre pasar a su nueva organización.
3.- El PRD está discutiendo el reparto del poder interno como instrumento de cohesión pero ha abandonado cualquier definición ideológica o de proyecto; así, el PRD perdió identidad.
Lo más grave de la crisis política, partidista y de liderazgo en el PRD radica en la ausencia de un discurso político-ideológico; aunque en sus documentos básicos aparece escondida la palabra socialismo, el concepto va más allá de las coartadas discursivas: la izquierda no nació con la Revolución Mexicana sino con el socialismo marxista. Al final de cuentas, el mapa ideológico de México seguirá incompleto sin un movimiento socialista coherente, articulado y sin justificaciones.
La crisis del PRD es, por tanto, la crisis de la izquierda. Cárdenas, López Obrador, Ebrard y hasta el recientemente priísta gobernador guerrerense Angel Heladio Aguirre se auto denominan de izquierda, pero sin explicar qué es la izquierda.
Por lo pronto, al PRD le interesan poco, muy poco, las definiciones ideológicas; sus veinticinco años y el escenario de corto plazo radica en saber qué grupo se quedará con el control del partido y del reparto de candidaturas. Nada más.
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