
México-EU: nuevas relaciones son las mismas de dependencia
MÉXICO, DF. 29 de junio de 2014 (Quadratín).- Los partidos de oposición al PRI realizaron una larga batalla histórica para democratizar las instituciones, pero lo lograron y ahora quieren que esas instituciones sigan funcionando como en los viejos tiempos priístas. La posibilidad de los acuerdos consensuales sobre reformas se ha transformado en una verdadera batalla de chantajes políticos:
–El PAN convirtió el paquete de leyes secundarias energéticas en rehén de una agenda no energética; y si bien el parlamentarismo moderno se basa en las negociaciones e intercambio de votos –el logrolling del parlamento inglés y estadunidense–, el PAN se ha levantado de la mesa de negociaciones con actitudes políticas agresivas y fundamentalistas.
–El PRD, desde su posición de tercera minoría, también ha intentado chantajear al PRI saliéndose de la mesa de negociaciones porque el PRI y el PAN –en una alianza legal de votos ya conformaron una mayoría– dejaron a los perredistas y a su cardenismo fuera de las leyes energéticas. Pero existen indicios de que el PRI estaba dispuesto a meter algunas propuestas del PRD pero los perredistas cardenistas querían todo y nada desde su minoría.
La política parlamentaria es el arte de la negociación política. En el pasado, hasta 1984, el PRI tenía mayoría calificada de más de 67% de legisladores para modificar la Constitución y hoy, luego de reformas que acotaron victorias, el PRI no alcanza siquiera a la mayoría absoluta de 51%. Por tanto, está obligado negociar con el PAN o con el PRD.
El PAN y el PRD han tenido en sus manos la negociación de su voto para modificar algunas iniciativas de ley, pero los comportamientos autoritarios como oposición han limitado sus alcances. Las decisiones de Gustavo Madero de levantarse de la mesa de negociaciones han sido estridentes como para gritar a voz en cuello que el PAN es pieza clave de la nueva mayoría y para chantajear con cambios. Y el PRD se mueve entre los diferentes grupos que lo han alejado de la mesa de negociaciones por razones ajenas a las reformas o por querer que las reformas sean totalmente del PRD sin tener los votos necesarios.
Así, el congreso mexicano se encuentra atrapado entre la democracia consociativa o de consensos definida por el politólogo holandés Arend Lijphart y aquella dura definición política del alemán Carl Schmitt de que la política es la relación amigo-enemigo. Y lo peor de todo es que como en ninguna otra etapa de la vida dominante del PRI, el actual presidente de la república está apostando a los consensos.
Lo que los partidos están ignorando es el hecho de que existe una sociedad política más consciente hoy que nunca, como se percibe en el ascenso en la participación social vía las redes del internet. Y los comportamientos estridentes del PAN y del PRD tratando de imponer su voluntad vía los votos necesarios para votaciones mayoritarias en la reforma de las leyes van a ser tomadas en cuenta en las elecciones legislativas del próximo año.
El país ha padecido desde 1997, más de tres lustros, las dificultades de gobiernos divididos, un modelo político estudiado por Alonso Lujambio y María Amparo Casar: el presidente de la república con una primera minoría de oposición en el congreso. Pero por alguna razón política, el electoral le ha dado el voto a un partido para la presidencia de la república pero le ha negado la mayoría absoluta en el congreso. De esa manera, el electorado ha votado por un sistema de contrapesos.
Sin embargo, la oposición no ha querido racionalizar el mandato ciudadano y ha operado en el congreso desde sus posiciones fundamentalistas. Los pocos casos de negociación han derivado en reformas viables, como las recientes constitucionales en energía, telecomunicaciones y educación, aunque a la hora de aplicarlas las diferentes instancias del gobierno federal las han ido posponiendo por razones diversas.
El PAN se entendió bien con el PRI para las energéticas pero el PRD cometió el error estratégico de abandonar las negociaciones cuando ya estaban las minutas de las leyes secundarias. Como el PRD quería todo a cambio de nada, fue desplazado por el PAN en el Senado: la suma de votos del PRI y del PAN en la cámara alta fue de 77% de los votos, bastante más del 51% necesario. Cuando el PRD se percató de que había quedado fuera por su intolerancia, regresó a la mesa pero ya sin posibilidad de influir.
La vida política en el Congreso mexicano ha tenido resultados positivos cuando se logra abstraer de las pasiones partidistas electorales. Los legisladores ya sumaron sus votos y llegaron a sus curules y los partidos en el Congreso no necesariamente deben reflejar las agendas partidistas sino que deben darle prioridad a las agendas de proyectos. El PRD ha agotado sus posibilidades legislativas con las tomas de tribuna porque ha unido a los demás partidos en su contra.
Los perredistas no han entendido el juego político del legislativo. Las mayorías conducen las agendas y éstas se consolidan cuando suman a las minorías; el PRI no ha excluido al PAN, al PRD o al PT, sino que sobre todo la coalición perredista ha llevado las decisiones a los territorios del fundamentalismo del todo o nada. Por eso el argumento principal del PRD ha sido el de amenazar con comunidades indígenas y campesinas incendiadas y en guerra civil por las expropiaciones consideradas por razones energética, aunque el modelo Atenco sólo funcionó en Atenco.
Por los cambios hechos en el Congreso a las iniciativas de ley del ejecutivo, el PRI no parece esta vez metido en una aprobación ciega sino que les ha introducido decenas de modificaciones, muchas de ellas por negociaciones con el PAN. Si bien se trata de un avance, aún falta una cultura de la negociación de consensos. En cambio, el PRD paradójicamente se mueve en los parámetros de Schmitt del amigo-enemigo y en los territorios políticos lopezobradoristas de buenos-malos.
El Congreso va a tardar en entender los nuevos caminos de la política bastante lejanos al viejo PRI y muy localizados en los terrenos de la búsqueda de consensos. Sin embargo, el Congreso no ha podido establecer las nuevas formas de procesar las leyes, dejándolas aisladas de reformas mayores. Inclusive, las reformas constitucionales y sus correlativas leyes secundarias recientes deberían de enmarcarse en una reforma integral del modelo de desarrollo pero se han agotado en reformas aisladas.
Lo que queda es la percepción de que el electorado va usar su voto el próximo año, en la renovación de la Cámara de Diputados, para reconocer o castigar a los partidos por su forma de actuar en las negociaciones legislativas.
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