Ante EU, un acuerdo político interno Morena-oposición
OAXACA, Oax. 6 de diciembre de 2013 (Quadratín).-La dimensión de la crisis económica de México debe medirse en función de una sola cifra: el actual modelo de desarrollo y su correlativo Estado solamente alcanzan para proporcionar bienestar al 50 por ciento de los mexicanos.
Como está, el actual modelo de desarrollo puede continuar, quizá ajustarse un poco, agregarle algunos pesos más a programas asistencialistas para los mexicanos más marginados.
Pero el dato mayor de la medición de la pobreza que hizo el Coneval se encuentra en tres cifras contundentes:
–El 51.6 por ciento de la población mexicana tiene un ingreso inferior a la línea de bienestar.
–El 45.5 por ciento de los mexicanos se encuentra en situación de pobreza.
–Y el 23.3 por ciento de mexicanos –27.4 millones de personas– padece carencia de acceso a alimentación.
Como en economía no hay cifras básicas, el único camino para combatir efectivamente la pobreza –no disfrazarla o atenuarla– es el del crecimiento económico; de 1982 a la fecha, treinta y un años, la tasa promedio anual del PIB ha sido de 2.7 por ciento, cuando se necesita una tasa anual consistente de 6.5 por ciento para atender a la población.
Si el tema de gobernabilidad exige una reforma política de tipo sistémico, las cifras de desigualdad social necesitan una reforma integral del modelo de desarrollo.
De 1970 al 2012, el país ha visto fracasar al Estado populista porque distorsionó las cifras macroeconómicas y al Estado neoliberal porque creó una economía apenas para la mitad de la población. Y el origen de ese fracaso se localiza en el hecho de que las élites se han desgastado en debatir el papel del Estado y no el tipo de economía productiva.
El periodo del llamado milagro mexicano 1954-1970 por su PIB promedio anual de 6 por ciento e inflación de 2 por ciento se basó en un acuerdo de economía mixta.
El desafío nacional es de pobreza y desigualdad; pero se trata de una marginación cuyas necesidades paradójicamente no se convierten en demanda que estimule la oferta-producción.
En lugar de enfocar la crisis de pobreza como un asunto de producción-distribución, las élites políticas lo han reducido a un tema de subsidios.
En la discusión del presupuesto para el 2014 se volvió a cometer el mismo error histórico: ver la economía como estabilidad y no como crecimiento.
El gran debate debería tener otro parámetro: ¿qué reformas económicas y productivas necesita el país para pasar de una tasa promedio anual de 2.7 por ciento del PIB a una consistente de 6.5 por ciento?
La iniciativa hacendaria puso en la mesa de debates la necesidad de tener una cobija más grande, no como seguir con la misma jalando un poco para cubrir a un sector a costa de desproteger a otro.
El agotamiento de los mitos históricos del viejo régimen priísta podría ser el primer paso para la reformulación del modelo de desarrollo, la redefinición del Estado y su papel en la economía y la centralización de la crisis no en cómo atender a los pobres con inversiones improductivas sino en cómo crear empleos formales que conviertan a la pobreza en un detonador de formas de desarrollo.
La economía neopopulista no hace sino condenar a los marginados a esa condición y a depender de las dádivas presupuestales.
La política económica asistencialista podría atender la pobreza y mover las cifras uno o dos puntos porcentuales; pero el desarrollo es el único camino para ascender a los pobres a situación de bienestar productivo y reincorporarlos como seres económicos y ya no sectores pasivos a la espera de subsidios.
En el fondo, el gobierno del presidente Peña Nieto tendrá dos retos fundamentales: la democracia y el desarrollo.
Y en ambos la salida se localiza en abandonar el modelo de desarrollo priísta que sólo alcanza para la mitad de los mexicanos.
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@carlosramirezh