Cortinas de humo
MÉXICO, DF. 1 de diciembre de 2013 (Quadratín).- Las reformas políticas y electorales han sido, históricamente, mecanismos de legitimación de los grupos en el poder; desde la reforma electoral tramposa que introdujo Benito Juárez en su iniciativa de 1867 que fue repudiada y reventada por violar la legalidad, hasta la iniciativa de reforma política que dibujó apenas el presidente Porfirio Díaz en abril de 1911 para tratar de detener la imparable revolución.
Lo mismo ocurrió con la reforma electoral de 1964 que reconoció los diputados de partido para abrirle algunos resquicios a la oposición ante las avasallantes y totalitarias victorias del PRI en todos –pero todos, absolutamente todos– los cargos de elección popular vía los diputados de partido y la reforma política de 1977 para legalizar al Partido Comunista Mexicano que no dejaba gobernar al PRI por sus alianzas clandestinas con la guerrilla.
De ahí que la reforma electoral del 2013 que impulsó el PAN como condición para discutir la reforma energética se localice más en la conquista de pequeños espacios de poder y en el cierre de algunos pequeños resquicios a la capacidad de operación electoral del PRI. Se tratará, en este sentido, de una reforma de coyuntura, menor a las necesidades de una verdadera instauración democrática e ineficaz en sus resultados porque los mecanismos electorales del PRI para seguir ganando elecciones –en dos sexenios perdió la presidencia pero conservó el poder legislativo como primera minoría– no precisamente con las reglas de la democracia.
Pero el PAN perdió su oportunidad de diseñar una reforma política y del poder en el 2000 y el 2006 que emparejara la democratización del sistema a la derrota presidencial del PRI. Sólo que Vicente Fox fue demasiado comodino al olvidarse de la transición hacia un nuevo sistema democrático y Felipe Calderón se preocupó más por la campaña de desprestigio en su contra por parte de López Obrador y durante dos sexenios el PAN se olvidó y no programó una verdadera reforma del poder para la instauración de una nueva democracia.
En este sentido la iniciativa de reforma electoral con algunos aspectos políticos que presentó el PAN y que secuestró la reforma energética responde más al interés del PAN de tener algunas posibilidades adicionales para permanecer en cargos públicos, pero ni de lejos pudiera acercarse al formato de una reforma electoral o de reforma política; así, la iniciativa del PAN se queda en una mera Miscelánea Electoral que servirá a los panistas para mantener algunos de sus espacios.
Poco se debe de esperar del PAN que hizo perder al país la oportunidad de dos elecciones presidenciales que mantuvieron la alternancia partidista en la presidencia de la república y cuyo fracaso en la gestión del sistema político permitió el regreso del PRI al poder presidencial. En el periodo 2000-2012 el PAN careció de reflexión sistémica, no tuvo pensamiento político para la transición y se agotó en la gestión del viejo sistema político priísta. Un dato, sólo uno, para probarlo: Fox y Calderón se entendieron con la maestra Elba Esther Gordillo para alianzas de consolidación de un espacio de poder, siendo que ella era producto del viejo régimen.
Las propuestas más importantes del PAN son la reelección de legisladores y alcaldes y la segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Estos dos puntos en nada contribuyen al desmantelamiento del viejo sistema político priísta. Si acaso, permitirán que el PAN con la reelección tenga algo de carrera política y con la segunda vuelta apelarán a la polarización a su favor para ganar la mayoría. El PRI puede conceder la reelección porque los mecanismos escalafonarios del poder en el PRI son más eficaces y no dejará pasar la segunda vuelta por temores a la polarización electoral.
Lo malo de todo es que el país requería, desde la crisis electoral de 1988, un nuevo sistema político, un nuevo régimen de gobierno y un nuevo acuerdo constitucional correlativo a los cambios. En 1988, con la separación del PRI de Cuauhtémoc Cárdenas y la Corriente Democrática y la fundación del PRD en 1989 con el registro del Partido Comunista Mexicano entonces como Partido Mexicano Socialista, México agotó las posibilidades del viejo régimen de partido hegemónico. Los presidentes de la república ganan elecciones con cifras abajo del 50% y la bancada priísta tampoco ha podido lograr siquiera la mayoría absoluta de 51% y no se diga la mayoría calificada de 64%. Lo grave es que la partición del poder político en tres tercios que difícilmente se han puesto de acuerdo tiene al país en el borde del colapso por negociaciones mal encaradas y soluciones parciales que nada solucionan.
En la coyuntura de las reformas estructurales, sólo una parte de la bancada del PRD, con el apoyo coyuntural y oportunista de una parte de la bancada del PAN, ha delineado una reforma de régimen político que no resuelve todos los problemas de gobernabilidad pero que pudiera ser el punto de partida de la discusión de la reforma sistémica que contribuya a definir la reforma del poder que necesita el país para trascender la era priísta. Al final, la reforma sistémica implica no sólo la reforma del sistema político, sino que tendría que abarcar la reforma del régimen de gobierno, el modelo de desarrollo, el Estado priísta y la Constitución que sigue legitimando al grupo dominante que ganó la Revolución Mexicana.
Mientras no se reforme toda la estructura política, de gobierno y de régimen, México seguirá sin tener posibilidades de transición a una verdadera democracia. La alternancia partidista en la presidencia de la república en el 2000 cumplió la fase de respecto al voto y el inicio de un nuevo modelo de democracia representativa, pero la crisis social de grupos movilizados en las calles contra decisiones de gobierno indican que el 2000 sólo hubo transición electoral pero no construcción democrática.
Los teóricos de las transiciones –Leonardo Morlino y el recientemente fallecido Juan Linz, por ejemplo– consideran las elecciones libres como el momento culminante de una transición a la democracia, pero condicionan su alcance real a la instauración de una nueva democracia con nuevas reglas y nuevo sistema político. Ahí han fallado las tres principales fuerzas políticas, un poco por la incomprensión del fenómeno mismo de la transición a la democracia y mucho por la ambición de arrancarle concesiones de corto plazo al PRI.
Sin instauración democrática, el PRI será inmorible y su régimen se eternizará.
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