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México, trato de adversario y no de aliado ni vecino
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MÉXICO, DF. 22 de septiembre de 2013 (Quadratín).- El uso de la policía y sus nuevas técnicas antimotines en el desalojo del zócalo del Distrito Federal el viernes 13 de septiembre marcó simbólicamente el fin del síndrome de Tlatelolco. El gobierno perredista del DF, con el apoyo de la Policía Federal, procedió al desalojo del campamento que habían instalado varios grupos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) para usar el plantón como mecanismo de presión contra la reforma educativa.
El simbolismo de la acción tiene elementos:
–Gobierno perredista.
–Uso de la fuerza policiaca sin represión.
–Agotamiento de la presión callejera para revertir decisiones.
El simbolismo de la acción registró una imagen significativa: en la acción contra una facción de violentos, la policía puso en práctica la técnica del encapsulamiento con escudos; pero dentro del círculo quedaron nada menos que los dirigentes de las secciones de Michoacán y Oaxaca, sin duda las más violentas. Sin violencia, la policía obligó a los encapsulados dentro de los escudos policiacos a levantar las manos y luego a sentarse en el piso. Una vez que los detenidos se identificaron como maestros, uno a uno salieron libres. Eso sí, con el rostro tenso por el miedo.
La acción policiaca destruyó el simbolismo de Tlatelolco que decía que toda intervención policiaca era de suyo represiva y violadora del derecho a la protesta. No fue así. La decisión del gobierno perredista del DF fue sólo la de desalojar el zócalo para que pudieran darse las dos ceremonias simbólicas de la historia nacional: el Grito de Independencia y el desfile militar. Por tanto, hubo ya la certeza de que no se criminalizó la lucha social, a pesar de que en días anteriores esa lucha social había desquiciado la vialidad urbana y había agredido a fuerzas policiacas.
Los maestros de la CNTE querían provocar la represión, tener en su lista algunos detenidos como presos políticos y redinamizar su movimiento derrotado con la aprobación legal, institucional y constitucional de la reforma educativa. Sin embargo, la decisión policiaca fue solamente de desalojo del plantón para la realización de ceremonias institucionales. Eso sí, el uso de la violencia estuvo de parte de algunos aliados de la CNTE, sobre todo los grupos radicales identificados como Anarquistas, quien lanzaron bombas molotov y cohetones contra la policía, aunque sin lograr la violencia de respuesta que querían para victimizarse en la lucha social y política.
Si se percibe el hecho en un escenario político, el viernes 13 cambió el escenario político nacional por la sola circunstancia de que la decisión la tomó el gobierno perredista del DF. El dato no es menor: Miguel Angel Mancera como candidato ciudadano del PRD-DF ganó las elecciones del 2012 con más de dos millones de votos, la cifra más alta alcanzada por ese partido desde 1997. La negativa de Mancera a afiliarse al PRD le ha dado un perfil efectivamente ciudadano. Por tanto, el viernes 13 actuó como gobernante plural, no el faccioso que esperaba el PRD.
De todos modos, el desalojo del zócalo no fue una solución aunque sí marcó nuevas coordenadas para la protesta social. El hecho de que no hubiera represión, ni violencia, ni agitación, ni detenidos, de todos modos no pudo ocultar el hecho de que el viejo sistema político aún priísta ya no funciona para la nueva correlación de fuerzas sociales y políticas nacionales. El registro político del PAN y la reforma político-electoral de 1996 permitió distensionar el margen de gobernabilidad con la derecha, pero el registro del PCM en 1978, el registro del PRD en 1989 y la reforma que permitió la victoria neopopulista en el DF no lograron institucionalizar a las fuerzas sociales del centro-izquierda; las protestas callejeras del PRD darían la impresión de que ese partido aún no entiende que tiene registro legal para acceder al poder.
En el fondo, el país se encuentra en la orilla del agotamiento del viejo régimen político y del viejo sistema político; la alternancia partidista PRI a PAN en el 2000 no avanzó en la reconfiguración sistémica y la alternancia partidista PAN a PRI en el 2012 no ha dejado ver la posibilidad de cambios que reorganicen el régimen y el sistema en función de los nuevos equilibrios de poder. La solución que representó el Pacto por México para instaurar un acuerdo de gobernabilidad vía agendas legislativas se convirtió en un problema adicional de gobernabilidad porque el PAN y el PRD no entendieron la lógica política del Pacto y lo han desgastado al convertirlo en rehenes de sus propias propuestas que no merecieron el aval social en las pasadas elecciones presidenciales y federales.
El problema de los acuerdos en el Pacto radica en el hecho de que los partidos quieren encontrar sólo un centro político de coincidencia en las reformas, no en partir del hecho político de que el régimen y el sistema vigente son los que el PRI fundaron en la Constitución de 1917 y que consolidaron con la fundación del Partido Nacional Revolucionario. Y que en realidad la crisis económica, política y social es producto de ese régimen y ese sistema priístas. Por tanto, la salida de la crisis no se encontraba en darle una refuncionalidad al mismo régimen y al mismo sistema, sino en construir nuevos a partir de la nueva organización de fuerzas sociales.
La crisis provocada por la CNTE dejó ver con claridad que el problema es sistémico y de modelo de representación política, no de ver quién provoca más problemas viales para obligar al gobierno a direccionarse en algún sentido. El petate del muerto de Tlatelolco o de la represión había frenado el uso legítimo de la fuerza para rescatar vialidades urbanas; de ahí que el uso de la policía por el gobierno perredista del DF se haya presentado como una oportunidad para trascender la protesta social en la búsqueda de beneficios y haya sentado la necesidad de reformar el régimen y el sistema políticos para acomodarlos a la nueva configuración social de la república.
El PRD tiene la gran oportunidad para liderar el cambio, sólo que parece estancado en el pasado cardenista, en el neopopulismo lopezobradorista y en la agitación social ineficiente. Por tanto, las reformas que puedan venir tendrán el sello de la alianza PRI-PAN; al final, el panismo derrotado en el 2012 entendió que primero deben darse cambios sistémicos para poder regresar al poder presidencial. Y el PRI ya entendió que cambia o lo vuelven a echar del poder.
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