La Constitución de 1854 y la crisis de México
MÉXICO, DF, 15 de octubre de 2014.- Como la derrota es huérfana, ahora resulta que las candidaturas perredistas de Zeferino Torreblanca en el 2004 y de Ángel Aguirre Rivero en el 2010 nacieron en el vacío. Sin embargo, las dos fueron rechazadas por la militancia perredista pero la dirección política las impuso.
Al terminar su gestión como gobernador, Torreblanca se peleó con el PRD, enfrentó cargos de corrupción presentados por perredistas e inclusive encara una acusación de un policía ministerial por el asesinato del líder perredista Armando Chavarría, ocurrido en agosto de 2009, durante su gubernatura.
Y los fantasmas se ocultan en los roperos: el secretario general del PRD que operó la nominación de Torreblanca en el 2004 fue nada menos que… Carlos Navarrete Ruiz, hoy presidente nacional del partido del sol azteca; y el presidente perredista era ese año Leonel Godoy, cuyo medio hermano y diputado perredista desaforado está prófugo de la justicia por operar para Servando Gómez La Tuta.
La candidatura de Aguirre Rivero también se impuso a matacaballo, de manera atropellada. El 6 de agosto de 2010 el PRI designó a Manuel Añorve como candidato a gobernador, nominación que también quería Aguirre; el 16 de agosto el perredista Sofío Ramírez declaró que Aguirre sería el candidato perredista a gobernador aunque ese día aún era priísta, el 24 fue designado oficialmente precandidato y Aguirre renunció al PRI un día después, el 25.
La candidatura de Aguirre estuvo cuesta arriba. La nominación la hizo DIA (Diálogo por la Reconstrucción de México), formado por PRD, PT y Convergencia y herencia de López Obrador, y coordinado por Manuel Camacho Solís; por tanto, el pivote político y aportador de recursos económicos para la campaña fue el jefe de gobierno del DF, Marcelo Ebrard, quien colocó gentes de su grupo político en el gabinete de Aguirre. El presidente del PRD era Jesús Ortega Martínez, jefe político de Los Chuchos, dos años más tarde, en el 2012, coordinador de la campaña presidencial de López Obrador y desde el 2008 jefe máximo del PRD.
Al anunciar la candidatura de Aguirre, Ortega aceptó que “hubo una discusión intensa y larga” por la oposición de perredistas por el papel del nominado como gobernador interino en 1996 y encargado de cuidarle las espaldas al gobernador con licencia Rubén Figueroa Alcocer, hijo del cacique echeverrista Rubén Figueroa, y en el 2010 aliado al candidato Añorve.
En su protesta como candidato, Aguirre enfrentó mantas que lo acusaban de represión y asesinato de campesinos, a lo que el neoperredista respondió en tercera persona: “Ángel Aguirre Rivero nunca ha asesinado o encarcelado a alguien de manera injusta. Mi conciencia está tranquila. Nunca me he manchado las manos de sangre”. Sin embargo, perredistas denunciaron que durante el gobierno interino de Aguirre asesinaron en Guerrero a sesenta militantes del partido.
En el mitin, Ebrard dijo que “si Aguirre no tuviera autoridad moral, yo y quienes ahora lo apoyan no estaríamos aquí”, tampoco si no hubiera en Aguirre un compromiso de cambio social, respeto a la ley y a los derechos humanos.
Aguirre se comprometió a encabezar un gobierno con “rostro humano” y que no tolerará la prepotencia, la soberbia ni el maltrato a la gente; “el funcionario que lo haga será destituido de inmediato”.
En el proceso de nominación de Aguirre hubo otro personaje político que operó el control legislativo perredista: Carlos Navarrete Ruiz, jefe de la bancada del PRD en el Senado, y por tanto aliado a Los Chuchos en el politburó chuchista.
Navarrete amarró la relación política con su colega senador priísta Aguirre. Sin el aval de Navarrete, Aguirre no hubiera sido candidato perredista.
Así que los esqueletos priístas en el clóset perredista son de los hoy dirigentes y grupo dominante del PRD.
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@carlosramirezh