
Zedillo, jefe político de la intelectualidad de la derecha
Oaxaca, Oax. 26 de diciembre de 2012 (Quadratín).-Con los últimos días del año el cuerpo se reblandece y aparecen en nuestro horizonte los instantes en que uno realiza el acto cobarde de recordar la vida, nuestra existencia, lo que se hizo en ese lapso de tiempo llamado año.
Esta es la hora del recuento temeroso, miserable, cobarde de nuestro vivir. Ante nuestros actos y los ojos de los demás temblamos, ruines. Todo aquello que nuestra mirada recorrió, lo que dijeron nuestras manos y lo que anduvieron nuestros pasos nos amedrenta; lloramos.
El arrepentimiento es un mal de los pobres de espíritu, de aquellos que realizan las acciones más abominables y en un momento determinado de su vida se arrepienten, piden perdón. Ese es el momento en que actúa la llave maestra de la iglesia cristiana: la contrición.
Antes del arrepentimiento, el mortal, pecador vil, hace y deshace: ofende a su misma persona y a todos. Anda tan campante por el mundo como si nada, como si no ofendiera: total, en los últimos metros del callejón de su vida habrá un momento de arrepentimiento y al hacerlo podrá aspirar al reino de los cielos. Eso es lo que dice la religión, las religiones: ofende y luego arrepiéntete.
Este es el panorama miserable de los días de la existencia humana: ofende y deja el arrepentimiento para lo último. Frente a esta realidad de tan baja estofa, surgen los poetas: el poeta. Seamus Heaney.
Miren que venirles a hablar en estos últimos días del año del arrepentimiento que se anida en el corazón del cobarde, del vil, del criminal. De esos y de un poeta.
Pero así llega este diciembre, no hay más que hablar del poeta, decir su nombre, invocarlo. Sea, pues.
El libro se llama Al buen entendedor, son ensayos escogidos con traducción de Pura López Colomé en edición del Fondo de Cultura Económica de 2006.
El primer ensayo trata sobre Eliot, si: Thomas Sterm Eliot. Este poeta no en vano lleva nombre de un famoso detective, este hombre investiga el alma humana, sus miserias y sus crímenes.
El ensayo inicia con un epígrafe de Eliot, desde luego: Con la edad, con el tiempo, uno va más allá de los poemas/y sobrevive, tal como uno va más allá de las pasiones/y sobrevive.
Habla Heaney de su experiencia personal con la poesía de Eliot. De cómo, de qué forma un joven de escasos quince años se apropia de un volumen de poesía no propio para su edad. De cómo ese jovencito invocaba en sus escasos años al Dios de los lectores para que lo hiciera fuerte y le diera entendimiento para comprender aquellas palabras del poema. Ya de grande, ese joven lector que fue, ya poeta él mismo, nos habla de Eliot, de esa poesía que trata de la vida de los hombres.
El poeta Heaney nos comparte aquélla su época de joven lector, y de su crecimiento en las tinieblas de las palabras de un poeta. No hace un recuento cobarde, no; lo hace lúcido y valiente. Encara y nos dice sus limitaciones en aquellos sus años de escuela en esa Irlanda católica, cobarde.
Enfrentar los años de nuestra existencia debiera ser un ejercicio de las almas valientes que pueblan este mundo. No esa tradición payasa de las almas cobardes, que tanto gustan a la iglesia católica y a todas esas iglesias que pululan por estos tiempos para regocijo de los medrosos, de los miserables de espíritu.
Foto:Ambientación