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De la misma manada
Entre los tubos, encabeza la lista el tubo de las nudistas.
La dama se agarra a él y se balancea de un lado a otro.
Se talla en el tubo. Atora sus piernas en el tubo.
Lame el tubo. Se ciñe al tubo.
Todo su número gira alrededor del tubo.
Eusebio Ruvalcaba, Diccionario inofensivo
Oaxaca, Oax., 5 de octubre de 2011 (Quadratín).- Las mujeres sobre la mesa, detenidas en un baile centenario. Las mujeres expuestas a la mirada de los hombres; de una en una o en grupos, como parvada de aves sin canto.
Mujeres de otro siglo bailan en viejas postales de rostros detenidos frente al ferrocarril, la máquina del progreso. Carne desnuda, joven, suficiente para empequeñecer selvas, nubes, precipicios.
Carne gorga, las mujeres aquí. Llega una mujer trigueña y se sienta a mi mesa. Bebe apurada largos tragos de cerveza tibia que coge de una cubeta de aluminio repleta de hielos que transpiran sobre el mantel.
Platica una historia que podría ser la misma de todas las noches y de todas las mujeres que llegan aquí a enseñar el obligo: cuentan de un hombre malo que llegó un día a su pueblo (hay más de diez mil localidades en Oaxaca, decía los políticos hace algunos sexenios) y la engatusó con su labia, la enredó con sus argumentos, lengua larga, boca dulce, labios de la mentira; y la preñó.
Luego del hecho, preñarla, el hombre malo se marchó muy lejos de aquellas tristes vidas. Se fue a la ciudad. La mujer, casi una niña, recibió la ira y el reproche de su familia y de sus vecinos por el mal paso dado. No soportó más: pudieron más el hambre y los insultos que el amor a su tierra y a su familia. Abandonó todo. Vino a la ciudad.
Claro, venía a buscar al causante de su desgracia, que para mayores males trabajaba en el gobierno del estado, el sinvergüenza. Por alguna oficina lo llegó a ver, pero aquel hombre a quien entregó su inocencia era gente del poder, y le dio miedo hablarle. Se fue a buscar amparo a la calle Zaragoza por un consejo de una vecina de cuarto, mujer joven también.
En la calle Zaragoza conoció a otros hombres y algunas mujeres, gente triste y con vicio. Cuerpos y almas abandonados; solos. Su corazón se identificó con aquella miseria espiritual en que dejan a los seres humanos algunas situaciones de la vida.
Tuvo amigos y enemigos, hombres y mujeres. Pero nunca sintió miedo. Su cuerpo se adaptó a la profesión, a su nueva vida urbana cargada de semáforos, madrugadas con alcohol y tránsito vehicular. Desde la calle Zaragoza, bajo un cielo estrellado, podía admirar los cohetes que estallaban en el infinito en noches de fiesta y alegría.
Lejos quedó el río de su pueblo de aguas infinitas, prístinas. Más lejos aún el rostro de sus abuelos, la mirada de su madre. Las palabras sin enojo de su padre. Muy en el fondo de su ser extrañaba a sus seres queridos, pero muy en el fondo.
Pensaba que era una mujer joven que habitaba la libertad en tiempos de salud y fuerza, belleza en sus ojos y sus caderas; sólo eso. Pero un día, siempre habrá un día en la historia de una mujer libre, tocó la adversidad su dicha: un grupo de facinerosos descendió de una camioneta del año. Empuñaban armas largas, exigían el pago de piso.
Ella no se mostró de acuerdo con entregarles el producto de sus sudores y meneos, desvelos y resacas. La golpearon sin clemencia hasta que quisieron y, medio muerta, la abandonaron en la calle.
Por eso terminó en este prostíbulo de la capital. Ahora cuenta con un padrote que la protege y la estima, podría decirse que la quiere. Ella sabe hoy que toda tranquilidad en su empleo tiene un precio; y que hay que pagarlo. Ya no tiene por qué temer más; hasta estas paredes no llegan los facinerosos.
Ella bebe en la mesa del hombre que le inspira confianza como tú, me dice, que nada más te la pasas escribiendo lo que te cuento en tu libretita-, cobra su ficha por beber y por salir a encuerarse en el tubo. La actividad le da para pagar el cuarto y alimentar a su cría. Comprar zapatillas y colorete; vestidos. Ya conoció el mar. En las horas de la madrugada esta mujer llora. Ebria, escucha el llamado que le hace el administrador del local por el equipo de sonido: Alondra, a la pista de baile. Apura la cerveza entre sus labios y me pregunta:
___¿Quiéres un privado?
Foto:Archivo/Ambientación