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México no se arrodilla ante EU, ya está postrado ante el narco
Oaxaca, Oax. 29 de junio 2012 (Quadratín).- Juan Vela recoge el sebo de los hogares. Su oficio es un oficio viejo, hace velas para la iglesia. Cada tarde llama a la puerta de sus vecinos, hombres y mujeres, que saben de la persistencia de sus manos, de los calores infernales que resiste todas las noches su vientre, su pecho, su rostro moreno.
Juan Vela sabe distinguir el olor del sebo viejo. Su abuelo le enseñó ese arte. Lo que levanta de las recámaras de algunos hombres solos o con mujer, hijos, huele a excremento. Esa materia la aparta para hacer velas que iluminen las misas de cuerpo presente, misas de difunto.
En casa de algunas mujeres solteras viejas el sebo que levanta al pie de la cama huele a ingle, a sudor de senos. Esa materia la guarda para hacer velas que alumbran misas de Quince Años.
El sebo que recoge en casa de mujeres jóvenes, solteras material limpio con olor a tulipán de la mañana- lo guarda para hacer las velas con las que ilumina su casa ahumada.
Por las tardes Juan Vela pasa a recoger el sebo de las casas. Así le enseñó su abuelo. La gente no le cobra por darle esas sobras, con tal de que vaya a recogerlas. Él agradece a sus benefactores con su sonrisa franca de viudo viejo. Es un hombre que conoce todos los cuartos y rincones de las casas de sus vecinos.
Una vez subió a la azotea de la casa de una mujer joven, soltera. Recogió el sebo y desde lo alto miró la ciudad grande y en calma, con su alumbrado público que recién despertaba a la noche y un aire fresco que hace descansar sin ningún temor a la gente que regresa a su hogar después de una jornada intensa de trabajo. Con los restos que levantó en esa ocasión se hizo una vela monumental que ilumina su habitación en la madrugada, luego de concluir sus quehaceres. Es un cirio perpetuo que lo conduce al sueño.
Entrada la noche Juan Vela se sienta en su butaque y amarra el pabilo, a cada jeme, del círculo de carrizo que pende de la viga mayor de su taller. Luego mete leña al cazo donde aguarda el sebo viejo.
Mientras la lumbre levanta, Juan Vela se sienta a leer poemas, así se lo enseñó su abuelo. Luego, con un pequeño recipiente vierte el sebo sobre el pabilo. Una y otra vez manda su mano del sebo caliente al pabilo durante horas, hasta que la vela agarra el tamaño y grosor requerido.
Por la mañana, muy temprano, su sobrina abre el taller, tibio, ennegrecido, y recoge las blancas velas y las lleva a la iglesia.
La vida es una y la quiero, dice Juan Vela resignado con su oficio. Camina al mediodía hacia el mercado y compra algo para comer. Allá, en la calle, mujeres y hombres, sus vecinos todos, le saludan con respeto.
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