Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
OAXACA, Oax. 30 de mayo de 2014 (Quadratín).-Todos queremos ascender. Hay que estar dispuestos a subir los veintitrés escalones y entrar por esa puerta estrecha que se abre junto a la mujer gorda que vende películas piratas sentada en la banqueta mientras espanta las moscas que vuelan sobre su rostro impasible.
Hay que llevar la sangre dispuesta a entrar por la pequeña puerta del hotel sin nombre que se abre junto a otra puerta mayor, grande, enorme puerta de metal pintada de negro que nunca cierran y que ofrece el patio del baño público del mercado. Hay que estar dispuesto a subir los escalones del hotel que levanta su pequeña puerta entre el mercado y la iglesia de San Jorge o San Damián o San Luis y subir los escalones de concreto y enfrentarse a la cámara de vigilancia empotrada en la pared.
El posible registro de la imagen enfría al más valiente. Algo de delito hay en el hecho de subir los escalones del hotel escondido entre la iglesia y el mercado. Con el tiempo y la frecuencia los clientes comprenden que la cámara no funciona, que las telarañas que la invaden no son parte de un set de televisión para camuflar su presencia sino olvido real, abandono.
A nadie interesan las parejas y sus amores. Con la frecuencia de las visitas se advierte también que la campana de la iglesia hace retumbar las paredes en el momento más impropio:
___ Quiero decirte que no acostumbro esto –las campanas que suenan para los solitarios como el colgar del respaldo de una vieja silla de un sostén color lila o el sonido hueco que produce un preservativo usado al caer al piso:
El mismo repique frío de campanas sin feligreses que tocan a duelo o el sonido de la lluvia que cae sobre el techo de lámina del mercado entre el olor a epazote y guayabas o ese sonido liso que hace la cerilla cuando choca contra el piso forrado con rectángulos de falso ónix o el rezo sin fe que llego a escuchar en esta habitación de la segunda planta del hotel, que sube y se mete por la pared del baño y que nadie puede explicar de dónde salió ni a cuenta de qué me recuerda el velorio de mi abuela.