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Presenta ILEO decálogo de las lenguas originarias de Oaxaca
(Segundo Informe)
Oaxaca, Oax. 16 de noviembre de 2012 (Quadratín).-Cuántas cosas pasan en la vida de un hombre mientras lee las páginas de un libro de cuentos. Un hombre de provincias, o de ciudad. Un libro de cuentos de un autor latinoamericano, pongamos por caso. Julio Cortázar con su Deshoras, digamos. No creo saber qué acontezca con otros lectores pero sucede que me gusta retardar lo más posible el tiempo de lectura de una obra que me agrada. No es que me deje llevar por ese consejo que las sexólogas de radio repiten todas las noches para el público en cadena nacional, que es necesario para retardar la eyaculación morderse la lengua (y ahí tienen a todos los machos del país con la lengua y los labios inflamados por los mordiscos), no. Pero entre el tiempo de la lectura de algún autor de mis preferencias y mi vida diaria me interesa que pasen muchas cosas. Esto me sucede con Cortázar, a quien al inicio del presente año me propuse releer, desde su biografía hecha por (…) hasta sus novelas, los libros de cuentos, su correspondencia y sus ensayos. Pero no me interesa aquí anotar que se trata de la obra de un escritor que puede gustar o no a la gente. Quiero abocarme a ese tiempo que transcurre en el momento que una noche uno llega de la oficina o la calle, saluda a los hijos, la mujer, se niega a cenar y prefiere servirse una copa de ron y poner en el reproductor de compactos a Sarah Vaughan. Dejarse llevar por la música de otra época, otro tiempo, y reconocer en el canto de esa mujer negra la fuerza de la vida. El ron y Sarah son buenos consejeros. Los niños ya se acostaron mientras la mujer limpia los platos en la cocina y mete al refrigerador los restos de la cena. En la calle la vida cesa y en el televisor estarán las noticias de las 22:30. Lo mismo de todas las noches. Combate al tráfico de estupefacientes, declaraciones de los políticos, notas del mundo de la cultura y los deportes. Aquí sí se puede anotar: los noticiarios nocturnos de la televisión son malos consejeros, termina uno con pesadillas o en medio del llanto de la impotencia al momento de intentar cumplir en la cama con la mujer y tener que explicarle que existe una relación directamente proporcional entre el anuncio del incremento a las gasolinas y las ganas de querer hacer el amor. Cosas conyugales que nadie querrá leer aquí en este momento, esos son asuntos de dos, ya lo sé. Pero estaba con Sarah, el ron y las noticias del televisor, no recuerdo si en este orden o en otro, pero eso no interesa. Para ese entonces la música y el alcohol te conducen al pequeño librero que está en la sala de la casa, que también es pequeña (cosas de las economías de este tiempo). Desde la calle y la recámara que compartes con la mujer vienen silencios ensordecedores. En esta situación uno no tiene por qué buscarle tres pies al gato si sabemos que tiene cuatro. Lo mejor será quedarse en la pequeña sala de la pequeña casa y buscar algo que leer entre los libros empolvados. Si la voz de Sarah te condujo a otro tiempo lo mejor será buscar el libro de un autor preferido en los tiempos universitarios, allá en la ciudad de México, Distrito federal. Tiempos aquellos en los que una cajetilla de cigarros Delicados alcanzaba para cubrirse del frío. Un lujo era agregarle a ese cuadro de los cigarros unas botellas de cerveza o tequila, una mujer y otros libros. Aparece en el rincón Julio Cortázar con su Deshoras, en Alfaguara, edición de 1996. Lo que inició como el corolario de un mal día, así lo dirían los académicos universitarios en otro y en este tiempo, llega a ser la razón para el vivir de muchos días. Uno arranca con Botella al mar, en medio de una noche donde se pierde la confianza en las horas, en la vida y en el vivir (eso sonó medio a filosofía de tres por un peso, pero así salió, ni modos manito). Pero saldrá derecho de la lectura de ese primer cuento del libro a la cama, a intentar reconciliar las cosas con la mujer. Total, recordar es volver a vivir y como el relato te trajo recuerdos universitarios ahí estás pendiente sin ácido úrico, sin dolor de rodillas y como en los mejores tiempos de mosquetero. Amanecerá el día con chilaquiles y con un beso en la mejilla. Nada se hace sin interés, ya sabemos todo ese cuento contado en otro tiempo. El día pasará en la oficina como siempre, con la cara larga del jefe y los telefonemas del editor que pide con urgencia más relatos para el periódico. Uno intentando capotear como mejor se pueda las angustias, entregar el trabajo de investigación estadística sobre el impacto comunitario de la obra pública del gobierno estatal, pasar por los niños al colegio, encontrar una bendita idea para hacer un cuento (tres, quiero tres para la tarde de este lunes, clama el editor) y todavía mantener la sonrisa en este rostro desvelado que sufre los efectos del exceso (aunque bien podría escribir ex sexo, pero bueno) de la noche anterior. Pero cuidado, ya viene sigiloso a visitarnos don ácido úrico, lo siente llegar la punta de mi dedo gordo del pie izquierdo. Total que las virtudes regenerativas de un buen cuento, pongamos por caso alguno de Cortázar, no sirven para detener el paso del tiempo sobre este cuerpo que clama por un trago, una mujer que lo comprenda, un jefe que entienda las razones de la improductividad y que al menos por hoy (hoy, hoy, hoy) Señor (con alta porque ya saben ustedes a quién me refiero), me proteja de que me parta un rayo. Pero el mismo texto que no podrá hacer nada por nosotros también nos protege, nos cuida y nos guía en medio de esta racha de inhumanidad. Dios protege a los que leen (esto deben saberlo bien muchachos preparatorianos que se niegan a agarrar un libro. Pero bueno, Dios también protege a los que roban, delinquen y se prostituyen, así que en ese mercado todo es cuestión de elegir). El día de trabajo termina en medio de una junta urgente del jefe con el gobernador (con baja porque ya saben ustedes a quién me refiero), y un nos vemos mañana. A la salida del estacionamiento estará la compañera de oficina de reciente ingreso con una sonrisa en el rostro y la pregunta ¿qué rumbo llevas? Si sólo fuera otro día, otro tiempo, si sólo yo fuera otro, aquél muchacho que asistía a la universidad y que ninguna mujer miraba, el insignificante que pasaba las horas cotejando estadísticas. La respuesta que sale de mis labios me convence, camino a la supercarretera, es que me hablaron unos amigos para que me reúna con ellos en un local a tomar la copa. Ni modos mamacita, será para otro día. Para otro día, desde luego. No quiero llorar frente a ella en la primera ocasión que se nos haga irnos a la cama. Recuerden aquí, jóvenes, que dejé el libro milagroso de Cortázar en mi casa. Llegará la noche y tendrá tus ojos (no es cierto maese Pavese, no me quise refritear su poemín) y con ella la botella de ron, la música y el libro de Cortázar. Pero un mal día no deja tiempo para nada, ya encarrerado el ratón lo mejor es ponerse a ver al gato en las noticias de la televisión. Algo nos dejará esta pérdida de tiempo frente a la pantalla. Algo me dejó ver al gato oficial del gobierno dando sus informes a todos los mexicanos. Bien, de aquí me robo alguna idea y mañana temprano se la hago llegar al jefe como si fuera mía, y es posible que olvide lo de mi ineficiencia en los momentos críticos de la administración pública estatal. Pasada la información política llega el segmento de notas deportivas. Con los deportes llega el sueño y hasta mañana mi amor, te quiero mucho, hasta mañana. (Aprontes para amanecer un día después de un informe de gobierno, je.)