
De la misma manada
Oaxaca, Oax. 16 de enero de 2013 (Quadratín).-A la manera de Tito Puente con su marimbol, en aquel disco de Mambo Diablo, el pequeño hombre marca el ritmo de la melodía con los pies mientras sus hábiles manos llevan los cuatro palos por las tablas de la marimba. Músico mago. Músico vago.
El hombre no sabe o no quiere saber que la gente en la plaza lo observa. Su amplia sonrisa busca el encuentro de la mirada del cantinero al cruzar la calle. Sus pies llevan el ritmo de una música salvaje, profunda. Mambo Diablo.
A espaldas de este pequeño hombre marimbero crece un enorme laurel de la India donde las ardillas voladoras navegan de una rama a otra en el mediodía soleado. El hombre no sabe ni quiere saber pero al sonido de la marimba la gente se arremolina entre él y las ardillas en obediencia ciega del sonido que sale de las manos y los pies, la sonrisa, de aquel hombre que hace su música a media calle.
El hombre no siente la presencia de la gente, no la quiere sentir porque es mala para su arte; sólo, como dicen los maestros de oratoria a sus alumnos, fija la vista, su atención, en el rostro del cantinero que lo observa al otro lado de la calle.
Se establece el diálogo de miradas entre el marimbero y el hombre de la cantina. Cuando acaba de ejecutar su música le vuelve a sonreír al cantinero. El músico está bajo el sol y el cantinero en el frescor de la barra. El cantinero le hace con la cabeza una señal aprobatoria, el marimbero la acepta y sonríe.
De pronto estallan los aplausos y el hombre de la marimba se sorprende, pensaba que hacía su música callejera en soledad. Las ardillas voladoras se espantan, huyen mientras el viejo laurel de la India tose sorprendido agitando sus hojas de sombra.
El marimbero se recupera de la sorpresa y pasa el pañuelo rojo entre la concurrencia para recoger algunas monedas. Mujeres y hombres, jóvenes y viejos que se refrescan en el bar, le entregan unos pesos. El marimbero vuelve a sonreír y deposita las monedas en la bolsa de sus pantalones.
Poco antes de recoger su marimba busca con la mirada la mirada del cantinero para agradecerle el gesto de dejarlo hacer su música frente a su establecimiento. El cantinero levanta la mano y le dice adiós.
El marimbero se marcha con su música a otra parte con una amplia sonrisa mientras escucha el tintineo de las monedas en la bolsa de sus pantalones.