Economía en sentido contrario: Banamex
Oaxaca, Oax. 9 de enero de 2013 (Quadratín).-
Vengo de las tierras del viento fuerte, de los muelles sin pescadores, de las tardes en que cabecean las naves amarradas a la tristeza de su abandono, su olvido. Provengo de las tierras que se abren junto al mar.
Tierras donde la tristeza crece como mala hierba en tiempos de aguacero, donde sólo la lectura salva a mi cuerpo de la tentación del suicidio, el vicio.
Las tardes pasan acá sobre un cortejo fúnebre que acompaña nuestra gente, mi gente, por el camino de sol y viento que se adelanta frente a mi casa.
Tardes donde es mejor morir a esperar la vida que se abrirá mañana. Los barcos amarrados en el muelle a una canción de otro tiempo, días de captura de peces y crustáceos. Días de trabajo que hacen florecer la vida.
Algún marino viejo andará por ahí, pegado a la muleta que suple a la pierna, entre guindolas donde se revuelcan con el viento salino espigas de trigo desembarcadas sin fecha de caducidad.
Con este tiempo ningún marino acude a los muelles. Se convirtieron todos, casi todos, en sombra de cantina. Otros, siempre hay otros, acuden al templo evangélico a orar por su alma. Su podrida alma después que dilapidaron juventud y dineros en los mejores burdeles del Pacífico mexicano.
Tarde en que ya no queda el consuelo de acudir a la estación del ferrocarril a ver partid los trenes. El puerto ya no tiene ferrocarril, sólo las vías que orinan puntualmente sarro sobre nuestra tierra.
Tardes sin capitanes del mar, que abandonada la marinería, para largarse a beber o ir a rezar por su podrida alma. Tiempo en que se pudre el casco del barco, la cabuyería, el mástil que ya no vence tempestades.
El puerto entero abandonó la pesca. Ahora lo jóvenes sólo desean engrosar las filas de los burócratas, hacerse viejos sin historias de mar qué contar en las tardes de viento.
Dos o tres hombres recuerdan las historias de batallas épicas en el mar. Pero ya no sueltan amarras de ninguna embarcación. El mar no es más que un pasado, territorio de los abuelos ya fallecidos.
El mar hoy es ya cosa de libros, de poesía, que unos cuantos hombres tristes leen en las tardes de viento. Historias donde el agua salada abunda.
Aquí se lee para no suicidarse, para no abandonar el cuerpo. Asunto que ya no incumbe a nadie. Simple territorio del salitre y la mugre.