Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
OAXACA, Oax. 16 de mayo de 2014 (Quadratín).-La mujer se mueve a tientas por el cuarto a oscuras. Sólo escribe sin pensar que haces literatura. Como un elefante liberado de sus cadenas. Escribe porque ocupas un espacio y tienes tiempo y salud para hacerlo. Más triste sería padecer un resfriado de esos que te hacen imposible toda lectura. Deja de tener un propósito frente a la máquina, el propósito retarda la acción. Puedes llegar a tener los propósitos que quieras después de realizar tu escritura, al momento de corregirla, embellecerla. Pero ahí ya estamos hablando de otro tiempo. Por ahora sólo avanza el trabajo. Antes que tu escritura se abandone al ojo de los demás y deje de ser tuya. Todos tenemos un sentido de la propiedad. Así en el caso de la escritura.
Después de hacerlo viene el arreglo, la corrección cargada de propósitos, intenciones, destinatarios. Algunos le dicen a este momento búsqueda, otros le llaman solución. Pero sólo son argumentos. Levanta tu escritura y deja crecer el trabajo frente a la ventana. Todos fuimos nómadas en otro tiempo. Escribe sin pensar que haces literatura. Una vez me enteré de que los elefantes tienen seis dedos. Una buena cifra para sostener en vilo tantas toneladas de piel y carne donde incrustar un buen par de marfiles. Un científico descubrió por equivocación entre carne y cartílagos el sexto dedo. Las uñas son el pasado, la distancia. Como el retorcido marfil hecho de tiempo. Conocí a una mujer de seis dedos en el pie izquierdo, tenía algo en anfibio o marsupial. Se alejó en una noche de aguacero. En la cortina la luz del relámpago se detiene en el marco de la ventana. Deja crecer tu escritura.
La mujer se alumbra en la oscuridad con una gruesa vela que sostiene sobre un diminuto
plato de metal. Ocupar un espacio. Encontrar el choque de imágenes y significados, sonidos. Buscarlos en el trabajo. Una escritura de verticales y horizontales, diagonales.
Todos ocupamos un sitio. Un elefante liberado de sus cadenas, tu escritura. Un elefante
libre en la calle a la vista de todos, a plena luz. Algo impúdico. Tanto espacio, tantas orejas.
El rabo diminuto. La enorme panza calva. La nariz o trompa que la trae como agujeta de
zapatos sin anudar. Algo de adolescente olvidadizo tiene el elefante, a la vista de todos. Un contrapunto. La figura del paquidermo hace que el arbusto del parque crezca. La figura enorme del elefante es el recuerdo de un hombre que lleva un crucifijo de plata colgado del pecho. Algo que la gente recuerda cuando lo mira, que nunca se olvida, memoria de elefante. La figura del elefante en la calle, libre como un redentor con su corona de espinas.
Junto a su figura desproporcionada crece el verde y el gris, el azul del cielo. A su paso se espera el retumbar de la tierra pero sólo se escucha el agua correr. O el grito agudo de un
hombre perdido en el monte. La sombra de la mujer crece en la ventana mientras zumban los mosquitos.