Diferencias entre un estúpido y un idiota
OAXACA, Oax. 2 de noviembre de 2014.- Casi en forma automática se reprueba a todogobernanteque gobierna o pretenda gobernar con amigos, sin embargo, nadie en su sano juicio puede gobernar con sus enemigos, nos parece esto de sentido común. Entonces la pregunta es: ¿Por qué se reprueba tanto la idea de gobernar con amigos?
Ni duda cabe, la amistad es uno de los sentimientos más importantes del mundo, es propio del ser humano buscar vínculos de amistad con sus semejantes. La amistad la deseamos y la necesitamos, ya sea en la prosperidad o en la adversidad.
Sin embargo, la amistad sólo puede existir entre los buenos, entre malos es imposible la amistad. “Los buenos son aquellos cuyas acciones y vidas no dejan cuestión en cuanto a su honor, sentido de justicia y generosidad, tanto de hecho como de pensamiento. Que tienen coraje de vivir según sus principios y que están libres de avaricia, intemperancia y violencia” (Grayling. A. C. El Buen Libro. Edit. Ariel. España. 2012, p.65).
De aquí se debe de partir para afirmar que sí se debe gobernar con amigos, siempre que tales amistades sean entre buenas personas y buenos gobernantes. Entre amigos malhechores no será posible el buen gobierno.
La proximidad entre el gobernante y su equipo de trabajo hace posible desarrollar bien las acciones de gobierno, de la proximidad nace la amistad y no de la amistad nace la proximidad. Habría que decir que no es lo mismo gobernar con amigos que gobernar con parientes, el parentesco no siempre acompaña a la amistad porque el afecto puede no existir, en cambio, en toda amistad no puede existir sin afecto. La concentración del afecto hace a la amistad.
Casi nadie desconoce la amistad que existió entre Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos y Margaret Thatcher, Primer Ministro de la Gran Bretaña, como lo hemos establecido, en la amistad valen los principios, por eso, para Thatcher, Reagan fue para ella: “Me había sentido vivamente impresionada por su calidez, su encanto y total falta de afectación, cualidades que nunca cambiaron los años de liderazgo que le esperaban. Sobre todo, sabía que estaba hablando con alguien que instintivamente sentía y pensaba como yo; no sólo en lo que a política se refiere, sino también en cuanto a una filosofía de Gobierno, una visión de la naturaleza humana, el elevado conjunto de ideales y valores que hay—–o debería haber——en todo político que desea dirigir su país”(Thatcher, Margaret. Los años de Downing Street. Edit. Aguilar. México. 2013, p.158).
En política, la amistad es el disfrute de un proyecto de gobierno en compañía de otro, con base en un acuerdo común y de la benevolencia del proyecto para la población, tal disfrute está cimentado en el afecto mutuo. Los amigos del gobernante deben de corresponder a esta definición, la falta de algún elemento, no fundamenta a la amistad.
La amistad con el gobernante o del gobernante con un colaborador es una grata experiencia. La soledad del Palacio de Gobierno no debe ser posible para el gobernante, si esto sucede, no fue capaz de cultivar este bello sentimiento; seguramente tal soledad es compañera del fracaso del proyecto gubernamental. No es posible entender que se pueda gobernar sin la mutua benevolencia de un amigo.
Tampoco es posible que el gobernante no tenga a alguien con quien se atreva a hablar de todas las cosas con tanta confianza como si fuera uno mismo. Esta clase de amistad es tan necesaria como las buenas leyes para gobernar. Disfrutar de los triunfos y de los éxitos de gobierno con un amigo es una extraordinaria alegría. Asimismo, en las adversidades esta clase de amistades son más que necesarias.
La singularidad define con exactitud las demás cosas: la riqueza para usarla, el poder para ser obedecido, los cargos públicos para tener reputación, los placeres para gozarlos, la salud para huir del dolor, sin embargo, la amistad no es singular es universal, está al alcance de la mano del gobernante, es cuestión de alcanzarla y saber cultivarla.
La verdadera amistad entre el gobernante y sus colaboradores, es aquella que: Mejora la prosperidad del pueblo, alivia el peso de la adversidad de los ciudadanos, compartiendo glorias y sin sabores. En fin este tipo de amistad le podemos llamar Política sin miedo a equivocarnos.
La amistad política, proporciona esperanza para los desvalidos, compacta voluntades en momentos adversos, desde luego, es un gran antídoto en contra de la desesperación. El segundo yo del gobernante puede ser un buen amigo, es una fortaleza.
Es importante plantear el asunto de la autenticidad de la amistad, en ella no se vale el fingimiento, el disimulo, la simulación, debe ser genuina, porque podría ser la ruina del gobernante con la existencia de falsas amistades en su equipo de trabajo.
En una especie de anatomía de la amistad, se supone que quien requiere de la amistad es una persona de carácter débil y falto de seguridad, por eso se recomienda al gobernante cuidarse de la necesidad de la amistad, no confiar en nadie fue la divisa de Maquiavelo. Sin embargo, por la naturaleza de la amistad que es de gran altura y de linaje excelsa, no será posible que pueda surgir de estas cosas tan mundanas. La amistad surge de la calidez de los afectos, no es una inversión, aunque de ella puedan surgir ventajas, no son la fuente de los afectos; en la amistad la gratitud se da por hecho; en la propia naturaleza de la amistad entre gobernante y súbdito, se da la comprensión mutua. La amistad debe ser de constante búsqueda, no por la esperanza de una recompensa material, sino por la plena convicción de lo que se ha de dar se halla íntegro en el propio sentimiento de amistad.
Cuando el gobernante cuenta con un amigo, “su objetivo es permanecer siempre a su misma altura en afecto, y están más inclinadas a hacer un buen servicio que a pedir algo a cambio”(Grayling, A. C. Op. Cit. p, 69).
De ninguna manera la amistad entre gobernante y equipo de trabajo es negativa en sí, dependerá siempre del tipo de actores y de sus principios.