
De la misma manada
OAXACA, Oax. 23 de febrero de 2014 (Quadratín).- El ciudadano de cualquier Estado, escucha cotidianamente de sus gobernantes la expresión: “gobernamos en nombre del pueblo,” incluso en las cartas magnas de los Estados se señala con exactitud, que la soberanía nacional reside fundamentalmente en el pueblo, que en el pueblo emana todo poder público y que este poder es sólo en beneficio de éste, asimismo, que el pueblo tiene voluntad para constituirse en gobierno que mejor le plazca.
Entonces es válido preguntarse, quién constituye ese pueblo y qué es el pueblo. Para algunos, el pueblo es toda la población, para otros sólo lo serán el conjunto de los ciudadanos, otros dirán que es el conjunto que gana la calle, los que se manifiestan; los otros podrán decir que son los reunidos en una asamblea, otros podrán decir que sólo lo serán los que votan y los organizados.
Como se puede observar, el concepto tiene amplios y significados diversos, sin embargo, habría que intentar precisar con mucho mayor detalle el concepto para que nos sea útil en nuestras expresiones cotidianas.
Lo primero que nos expresa el concepto pueblo es un lugar de existencia de fuerzas que se manifiestan políticamente, de aquí de sus diversas expresiones. El pueblo será, entonces, un territorio de fuerzas que necesariamente tienen la necesidad de expresión política. Si estas fuerzas no se expresan, no podemos hablar de la existencia de un pueblo, será una población pero no es un pueblo. Serán las relaciones políticas los que determinan la existencia del pueblo.
Así, la existencia del pueblo será visible, en primer lugar, por la división entre gobernantes y gobernados, por ello, el pueblo será siempre el gobernado, a pesar de que los gobernantes se legitimen diciendo que gobiernan en nombre del pueblo. En ningún país y en ningún Estado en la historia humana, el pueblo ha gobernado, en su caso, si existiese la posibilidad del gobierno del pueblo, la división entre gobernantes y gobernados no podría existir, por ende, tampoco el pueblo podría tener existencia.
El pueblo cobra también existencia, en segundo lugar, por la distribución desigual de la riqueza social, así, los poseedores de la riqueza creada por la asociación humana, nunca podrán ser considerados como pueblo, en sentido contrario, los desposeídos, los que viven sólo con su fuerza de trabajo sin explotar a los demás, los excluidos de la riqueza social, pueden tener la categoría de pueblo. Los ricos nunca son pueblo, serán una elite, la nobleza, los ricos, los poderosos, o como los llama Maquiavelo: “los grandes” pero no son pueblo. Incluso son ciudadanos pero no pueblo.
En tercer lugar, el pueblo es visible cuando existe un enfrentamiento contra un enemigo del Estado, de la nación; el pueblo surge como una gran potencia, como un verdadero volcán, fortalecido de patriotismo para defender su proyecto y de su posibilidad de seguir existiendo. Aquí, nación y pueblo es uno solo.
Como se puede observar el pueblo no es el mismo en estas relaciones políticas, por tanto, para definir al pueblo habría que entender esa relación.
El pueblo se podrá presentar como multitud o como plebe, dependerá de esas relaciones políticas.
En la relación gobernantes- gobernados es posible observar una de las características fundamentales del pueblo: su irrenunciable deseo de no ser dominado, dicho en otros términos, su deseo inmenso de libertad, por el contrario, los gobernantes tienen el deseo natural de dominar y de oprimir al pueblo. Esta lucha de los deseos ha definido, en gran parte, la historia humana.
Por esa razón, para limitar los deseos de dominio de los gobernantes, el pueblo exige su participación en el gobierno. El temor y el miedo de ser dominado en exceso obligan al pueblo a participar en el gobierno. No es pues por virtud o por cultura cívica por el que el pueblo participa en el gobierno. Las revoluciones han sido la expresión máxima de esa necesidad.
Esta lucha por la libertad define al pueblo, los gobernantes jamás ceden un ápice de libertad si el pueblo no se los arrebata, en materia de libertad no hay concesiones gubernamentales. Luego entonces, habrá siempre predisposición del pueblo a la rebelión o a la sublevación. Los gobernantes no deberán ignorar esta realidad.
Aquí es necesario distinguir entre gobernar al pueblo y dominarlo. Si bien es cierto que los gobernantes tienden a dominar al pueblo, sin embargo, se enfrentan al deseo de libertad de este, por lo que siempre habrá lucha, cuya consecuencia es la inestabilidad del gobierno, en razón de ello, surge la necesidad del arte de gobernar, es decir, conducir al pueblo hacia su bienestar y felicidad. El dominio implica debilitar al pueblo, gobernarlo, por el contrario significa, conducirlo hacia su grandeza en los términos de libertad.
Así, llegamos a la paradoja que es explicado por José Sánchez-Parga, en los siguientes términos: “Un gobierno que se fortalece a costa del debilitamiento del pueblo deja de ser un buen gobierno político para convertirse en una buena dominación bajo apariencia de gobierno, puesto que cuanto mayor sea la capacidad de dominación de un gobierno menor será su capacidad política de gobernar”(Sánchez-Parga, José. Poder y política en Maquiavelo. Ediciones HomoSapiens. Argentina.2005, página, 410).
Por esta razón, gobernar es un arte puesto que implica sabiduría, experiencia, astucia y el dominio de la palabra, por el contrario, cuando se gobierna fácil, implica la debilidad del pueblo y cualquiera puede ser titular de ese gobierno. El gobierno es difícil para los que buscan el fortalecimiento del pueblo.
Así, podemos llegar a una ley de la relación entre gobernantes y gobernados: Si el pueblo es libre y poderoso, estarán sus derechos mejor garantizados y arraigados en la conciencia colectiva, por tanto, se requerirá mejor arte de gobierno para cumplir en la objetivación de esos derechos y menores será la necesidad de oprimirlo o dominarlo. Este arte está ausente en el señor Maduro del Estado venezolano.
El deseo de libertad del pueblo y su estado de constante descontento lo convierte en un verdadero agente de cambio, seamos claros, los gobernantes son poco proclives al cambio, son los pueblos quienes los empujan hacia los cambios, por ello podemos concluir que el pueblo siempre será el sujeto de la historia.