Dos meses de huelga, miles de asuntos pendientes
OAXACA, Oax. 2 de marzo de 2014 (Quadratín).- En los tiempos políticos actuales hay un nuevo ídolo, un nuevo referente básico de la legitimidad política, un nuevo soberano, una nueva ideología, es decir, una falsa conciencia. Este nuevo ídolo ha sustituido los referentes básicos de la historia, como el cosmos antiguo y la fe medieval, este nuevo ídolo es el pueblo.
Ser tocado por esta nueva santidad es el sueño ideal de cualquier político; representarlo es éxtasis de gloria y fortuna; estar ausente de él es la muerte, es la orfandad política, es en suma, desastre de vida.
El pueblo, ese ser amado y deseado, es caprichoso, veleidoso, memorioso y olvidadizo, rencoroso y bondadoso, concreto y resbaladizo, imposible de aprehender y subsumir. Por todo ello, ser gobernante del pueblo no es cosa sencilla, es de una complejidad enorme.
Saber leer al pueblo es capacidad para los dioses; saber guiarlo es profesión de profetas; saber conocerlo es facultad de adivinos y brujos, la ciencia es impotente para ello. La voz del pueblo es mormullo celestial, mandato divino, por todo esto, la democracia es su único régimen político, por lo tanto, es también ideal, utopía y deseo impotente.
El aristócrata dirá, me gusta el pueblo pero a distancia; no hay político que no desee la emancipación del pueblo, lo contrario sería antinatural. No hay pueblo más activo que cuando es masa y multitud, aunque se diga que hasta es anárquico. La multitud, la masa, no necesita un gobernante sino un líder, un predestinado, un misionero, un profeta, el carisma le es inherente a este dirigente.
Vale la pregunta, si el pueblo es sagrado, porqué hay políticos que se purifican con jabón o desinfectante después de estar con el pueblo. Hay una ley inexorable del político: quiere al pueblo pero no quiere subsumirse en él.
Regularmente, el pueblo es pobre y harapiento, sin embargo, le han surgido aduladores desde la antigua Mesopotamia hasta los tiempos modernos, le halagan continuamente extasiados en sus virtudes y perfecciones sin reparar jamás de sus males e imperfecciones. Se exclama: ¡Ah, qué hermoso es el pueblo! ¡Qué bueno es el pueblo! ¡Qué inteligente es ese pueblo hermoso y bueno!
La pregunta es; ¿será hermoso, bueno e inteligente? ¿Desde qué perspectiva lo sería? Porque el pueblo en cuanto multitud es audaz pero por sí mismo es débil nos dirá Maquiavelo. “Juntos son audaces, y cuando después cada uno comienza a pensar en el propio peligro se vuelven viles y débiles” (Citado por José Sánchez- Parga. Poder y política en Maquiavelo. Edit. HomoSapiens. Argentina, 2005, pág.413).
La multitud es doblemente imperiosa: es humilde en la obediencia o soberbio en el mandato. Puede ser cruel cuando siente la pérdida del bien común. Las revoluciones hablan mucho de ello.
Las multitudes que ganan las calles y las plazas anuncian descontentos, angustias, deseos, aspiraciones, que gobernantes sordos no quieren y ni pueden escuchar, ganar la calle es el último recurso del pueblo por las incompetencias de los gobiernos o por sus corrupciones.
Un pueblo en paz es un pueblo atendido, hasta cierto punto satisfecho con lo necesario. Vale la pena subrayarlo, el pueblo nunca pide de más en sus necesidades, le basta no ser oprimido y vivir en libertad. Esta es el mayor bien del pueblo.
En las grandes urbes se presenta el fenómeno de la existencia de la multitud. En esta se borran los rostros individuales y aparecen sólo las sombras de seres vivientes cuyos comportamientos mecánicos dan señales de seres inanimados.
La soledad y la indiferencia señorean el ambiente, el alma ciudadana está ausente. El hombre masa de Ortega y Gasset ya es realidad. Ya los gobiernos en estas circunstancias son sobre masas y no sobre ciudadanos, El régimen político que mejor acomoda a ello, es el gobierno impersonal, de las normas imperativas para manejar tumultos y no personas. Tierra fértil para demagogos es la existencia de la masa y de las multitudes. El carisma sustituye a ley como fundamento de gobierno, se vuelve a los orígenes: gobierno de los hombres y no gobierno de las leyes. Los nuevos tiempos son de héroes y no de instituciones, son de los grandes actos, de las grandes acciones y de los grandes relatos y no de la cotidianidad gubernamental.
La mediocridad no es motivo de las democracias de opinión. La nueva legitimidad es a partir de consentimientos mediáticos y de imágines y no de realizaciones administrativas. La gobernanza sustituye al arte de gobierno, los particulares pueden gobernar, esa es la consigna y la nueva teoría.
Teoría que pretende afirmar que el gobierno no puede, su impotencia es un hecho se dice. Nada más falso, a los poderosos no les basta ser protegidos por el gobierno, quieren sustituirlo y conducirlo mediante sus propias reglas. Esa es la cuestión.
De aquí al cuestionamiento del Estado es un hecho, por esa razón, Norberto Bilbeny, sin rubor puede afirmar que: “Con toda lógica democrática, el estado está destinado a desaparecer a favor de un ordenamiento internacional de paz que ponga fin no sólo al estado como forma regional y provinciana del orden democrático, sino este último residuo autocrático de la democracia que es la razón de estado”( Bilbeny, Norberto. Política sin estado. Edit. Ariel. Barcelona, pág, 11).
Las masas y las multitudes plantean la necesidad de una nueva teoría del Estado, que sin duda, no se puede plantear a partir de su extinción o desaparición.
El Estado en la era de las multitudes y de las masas, tendrá, más que nunca, de la necesidad de la eficacia gubernamental, de la necesidad de las políticas de mayor capacidad de la democracia para satisfacer las nuevas necesidades, no de los individuos como tales, sino de las aglomeraciones.
La masa requiere de una nueva dinámica administrativa cuya base son las nuevas tecnologías para los servicios. Ya no se requiere asistir a las oficinas administrativas para realizar los trámites requeridos por la administración pública, los procedimientos son mucho más ágiles. Al contrario por lo aseverado por los teóricos del fin del Estado, hoy deberá estar más presente ante los nuevos retos que la vida moderna plantea.
Devolverle el rostro al hombre masa, certificar su personalidad, fortalecer su capacidad ciudadana, reconocer su individualidad perdida, son tareas del Estado, no dejar al hombre a la suerte de las fuerzas extraestatales es sin duda, tarea de suma importancia.
En suma, el pueblo organizado es el estatus idóneo para la política deliberativa, la multitud es tarea de la política imperativa, entre ambas, vale luchar por la primera.