Dos meses de huelga, miles de asuntos pendientes
OAXACA, Oax. 4 de mayo de 2014 (Quadratín).- Los regímenes políticos se distinguen de las formas de gobierno porque se atiende, para su diferenciación, al tipo de relaciones que existen entre las instituciones, los actores, la manera de ejercer el poder público y el proyecto específico de ese régimen.
Si bien es cierto que México y la Unión Americana tienen la misma forma de gobierno, esto es, son presidenciales, federales y representativos, sin embargo, son regímenes políticos distintos pues la relación, por ejemplo, entre el Ejecutivo y Legislativo son de distinta índole que en nuestro país, o en su caso, ellos tienen un sistema bipartidista mientras que en México tenemos un sistema pluripartidista. Luego entonces, el régimen expresa el tipo de relación mientras que el gobierno expresa las formas jurídicas de organización política.
La teoría política, a través de muchos autores, han formulado distintas formas de gobierno y re regímenes políticos, en el caso particular de Montesquieu nos habla propiamente de tres tipos de regímenes políticos, estos es, el Republicano, el Monárquico y el Despótico. El régimen Republicano se distingue porque el pueblo o parte del mismo tiene el poder soberano, en cambio, el Monárquico es aquel en que uno solo gobierna sujeto a leyes fijas y preestablecidas y el régimen Despótico es aquel en que el poder está en uno solo, pero sin ley ni regla aquí el soberano gobierna según su voluntad y sus caprichos.
Cabe observar que en el régimen Republicano el pueblo o parte del pueblo gobierna de acuerdo a leyes que el propio pueblo se designa. Nos dice Montesquieu que cuando todo el pueblo gobierna, evidentemente a través de sus representantes, se le llama democracia, por ello, éste es un tipo de régimen y no una forma de gobierno como se le concibe de manera regular. Cuando el gobierno está sujeto a sólo una parte del pueblo a este tipo de régimen se le llama aristocrático.
En el régimen democrático existen dos formas esenciales de gobierno, la representativa y la directa. La primera se establece cuando el pueblo no puede gobernar más que a través de sus representantes y en segundo, es cuando el propio pueblo reunido en asamblea toma las decisiones fundamentales de la comunidad.
De acuerdo a Montesquieu todos los regímenes republicanos son aristocráticos puesto que los que ejercen el gobierno son grupos reducidos. La historia de los gobiernos ha tratado de modificar esta tendencia a través de la representación del pueblo en las instituciones políticas sin embargo, siempre será un grupo reducido el que gobierna los países y los Estados.
Es característico del régimen monárquico la existencia de poderes intermedios como son la nobleza o los grandes capitalistas, así, nos dice Montesquieu: “Abolid en una monarquía los privilegios de los señores, del clero, de la nobleza y de las ciudades, y tendréis muy pronto un Estado popular o un Estado despótico” (Montesquieu. El Espíritu de las Leyes. Edit. Porrúa. México, 2001. pp. 15 y 16).
En realidad en todos los regímenes existen estos grupos intermedios, como por ejemplo en nuestro país, con la presencia de la nobleza religiosa, de los dueños del gran capital, de los industriales, comerciantes, grandes agricultores, propietarios de medios de comunicación, por mencionar sólo algunos. Estos grupos intermedios acompañan al Presidente de la República en la conducción del gobierno, sólo la fuerza del pueblo organizado obliga a los gobernantes a estar más pendientes a los intereses populares. La verdad es que todos los gobiernos sean democráticos, monárquicos o despóticos obedecen a estos grupos intermedios, que de acuerdo a Montesquieu, es propio de las monarquías.
Los regímenes despóticos, poco a poco, están desapareciendo del escenario mundial de los regímenes políticos, para comprender mejor a este tipo de régimen vale la pena citar en extenso lo escrito por Montesquieu: “Un hombre a quien sus cinco sentidos le dicen continuamente que él lo es todo y los otros no son nada, es naturalmente perezoso, ignorante, libertino. Abandona, pues, o descuida las obligaciones. Pero si el déspota se confía, no a un hombre, si no a varios, surgirán disputas entre ellos; intrigará cada uno por ser el primer esclavo y acabará el príncipe por encargarse él mismo de la administración. Es más sencillo que lo abandone a un visir como los reyes de Oriente, quien tendrá desde luego el mismo poder que el príncipe. La existencia de un visir es ley fundamental en el Estado despótico” (Montesquieu. Ob. Cit. p. 17).
Independientemente de la distinción de los regímenes políticos a través de la naturaleza de las leyes que los rigen, la gran aportación de Montesquieu radica en haberlos distinguido a través de las pasiones humanas que los mueven. Los principios que mueven a cada gobierno, hoy en día, no se toman en cuenta pero que es importante recordarlos porque expresan muy bien la naturaleza de los regímenes antes mencionados. En el régimen republicano, en especial su expresión democrática, se basa tanto en la virtud de los gobernantes como en la virtud del pueblo. Es lógico suponer que un pueblo virtuoso tendrá siempre un gobierno virtuoso, los politólogos americanos le llaman a la virtud cultura política, así, mientras más cultura política tenga un pueblo, más democrático será su gobierno, de esta manera un pueblo poco educado o con una educación deficiente difícilmente contará con un gobierno democrático, de la misma manera un pueblo con alta cultura política es un pueblo obediente de las leyes. Es pertinente citar a Montesquieu pues aclara más lo que estamos sosteniendo: “Pero cuando en un gobierno popular se dejan las leyes incumplidas, como ese incumplimiento no puede venir más que de la corrupción de la República, puede darse el Estado por perdido” (Montesquieu. Ob. Cit. p. 20). Queda claro que cuando la virtud desaparece la ambición entra en los corazones que pueden recibirla y la avaricia en todos los corazones nos dice finalmente Montesquieu.
Es evidente que la virtud no es el principio de los regímenes monárquicos y despóticos, es propio de estos regímenes la ambición, la ociosidad, la bajeza en el orgullo, el deseo de enriquecerse sin trabajo, la aversión a la verdad, la adulación, la traición, la perfidia, el abandono de todos los compromisos, el olvido de la palabra dada, el menosprecio de los deberes cívicos el temor a la virtud del gobernante, las esperanza en sus debilidades y, sobre todo, la burla perpetua de la virtud y el empeño puesto en ridiculizarla. Así, la falta de la virtud o de la cultura política conduce a los regímenes políticos, a la existencia de este tipo de acciones, porquè no decirlo, en los llamados regímenes democráticos, estos sin valores existen y son prácticas cotidianas.