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Consejo de la “caricatura”, Servil al Gobierno
OAXACA, Oax. 11 de mayo de 2014 (Quadratín).- Es indudable que cada régimen político establece un determinado tipo de educación, el régimen alimenta a la educación de acuerdo a sus principios y la educación retroalimenta al régimen en el mismo sentido. No esperemos una educación basada en los derechos ciudadanos en un régimen despótico.
Los principios que envuelven a los regímenes políticos permean en toda la educación de ese Estado, así, siguiendo a Montesquieu, la virtud es propia de los regímenes republicanos democráticos; el honor de los monárquicos y el miedo de los despóticos.
Sin embargo, es en la república democrática donde la educación juega un papel fundamental y trascendental, pues este tipo de régimen le es menester de una extraordinaria calidad de la educación, puesto que hacer de los ciudadanos y gobernantes unos seres virtuosos es algo difícil de lograr, por ello: “En el régimen republicano es en el que se necesita de toda la eficacia de la educación. El temor en los gobiernos despóticos nace espontáneamente de las amenazas y los castigos; el honor en las monarquías lo favorecen las pasiones, que son a su vez por él favorecidas; pero la virtud política es la abnegación, el desinterés, lo más difícil que hay (Montesquieu. Del espíritu de las leyes. Edit. Porrúa. México, 2001, p. 33).
Tiene razón nuestro autor, las virtudes ciudadanas y de los gobernantes es complicado de lograr, para empezar, importa lograr la igualdad. La igualdad de consideración es la principal virtud soberana de una comunidad política, sin esta virtud, de hecho estaríamos ante un despotismo. La principal desigualdad, ni duda cabe, es la desigualdad en la riqueza de las personas. Si la brecha entre pobres y ricos es muy grande, aunque se afirme lo contrario, no estaríamos ante una república democrática. Se puede afirmar categóricamente que toda distribución de la riqueza, sea esta buena o mala para la población, depende del orden legal establecido por el Estado; de esta manera, la regulación sobre la propiedad, el robo, los contratos y la responsabilidad civil, así como la legislación sobre el bienestar, la legislación fiscal, la laboral, las leyes sobre derechos civiles, sobre el medio ambiente y todas los demás aspectos de la vida, inciden sobre la desigualdad en la distribución de la riqueza.
Se puede decir que un pueblo es pobre porque ha tenido pésimos legisladores que han elaborado leyes que han fomentado la desigualdad. El primer paso para combatir la pobreza radica, por tanto, en una profunda revisión de nuestras leyes. Esto aplica para nuestros pueblos indígenas, que no han tenido ni oportunidad de tener ni leyes adecuadas para salir de su pobreza ancestral. “Cuando un gobierno promulga o sostiene un conjunto de leyes en vez de otros, no sólo se puede predecir que la vida de algunos ciudadanos empeorará por esa decisión, sino también, en gran medida, qué ciudadanos serán esos” (Dworkin, Ronald. Virtud soberana: La teoría y la práctica de la igualdad. Edit. Paidós. España, 2003, p. 11).
La teoría que pone énfasis en las virtudes ciudadanas se le conoce como republicanismo, su esencia radica en la centralidad del espacio público y de su combate a la privatización de la vida social. Es necesario poner atención al fenómeno de esta privatización de la vida social y política, por llamarlo de alguna manera; cada día más al ciudadano le importa poco participar en los espacios públicos, salvo los casos de las redes sociales en que se crea comunidad. Esta privatización se incrementa a partir de la generalización del consumo, éste individualiza más al ciudadano, hoy nos vemos cada día privados de los espacios públicos y de los tiempos socialmente necesarios.
En las monarquías nos dice Montesquieu, la educación procura únicamente elevar el corazón; en el despotismo, tiende a rebajarlo, para que el ser humano sea servil, en cambio, en la república democrática, el ser humano es libre, esta es una gran diferencia. Debemos reconocer que en Oaxaca, nuestros pueblos indígenas viven aún en la servidumbre, es decir, no son todavía libres. Para estos pueblos el régimen político es cercano al despotismo y muy lejano a la democracia. Aún peor, la educación en estos pueblos es para reproducir este servilismo, el instrumento del Estado para lograr esto es el sindicato de maestros de la sección XXII.
En Oaxaca se educa para la obediencia ciega que implica mantener el estado de ignorancia de la población, lo mismo para quien la aplica como para quien lo recibe, para nadie es un secreto del nivel de ignorancia de los maestros y de los alumnos. “Quiere decir que donde existe el régimen despótico la educación es nula. Es preciso quitarlo todo para después dar algo; hacer lo primero una mala persona para hacer de ella un buen esclavo” (Montesquieu. Op. Cit. p. 32).
Es evidente que la educación no puede ni debe hacer renunciar a la libertad, pues hacerlo es renunciar a su calidad de hombres y estar más cercanos a la calidad de bestias.
Nos hemos referido al espacio público, por este concepto entendemos el ámbito de participación, donde las personas van más allá de sus propios intereses y debaten sobre los asuntos comunes y en busca del bien para todos o para la comunidad política. Se considera que el espacio público es un área de deberes y de sacrificios de los intereses egoístas, solamente aquí se pueden realizar a plenitud las virtudes ciudadanas. Es bien cierto que los políticos profesionales tienen el monopolio del espacio público para sus fines específicos, sin embargo, es un ámbito ideal para los ciudadanos. Este espacio no es propio de los partidos puesto que en este ámbito se excluye el interés de grupo. Los partidos son la institución más destructora de la calidad ciudadana porque hacen del individuo sujeto y objeto de la más simple lucha por el poder político.
El ciudadano del espacio público no busca el poder y el dominio, sino la creación de virtud cívica para lograr una vida en común, en donde la felicidad es un objetivo. La educación ciudadana no se da en los partidos, se da en la familia, en la escuela y en todos los espacios comunes. El espacio público es una gran familia extendida, basada en las relaciones entre hermanos, en la solidaridad y ayuda mutua. En términos oaxaqueños, sería una especie de guelaguetza política, en donde todos se relacionan bajo el principio de la reciprocidad.
Si queremos mejorar la educación tenemos que cambiar de régimen político, hacia la república democrática y si queremos mejorar el régimen político debemos empezar por la educación, esa es la cuestión. No hay otro camino. Esperamos que nuestros gobernantes lo entiendan y asuman su responsabilidad ante los ciudadanos que les dieron su respaldo en las urnas.
Como lo expresó acertadamente el gran teórico de la educación John Dewey: “La escuela en una democracia contribuye, si es fiel a sí misma como agente educativo, a la idea democrática de hacer que el conocimiento y la inteligencia, en síntesis, el poder de acción, formen parte de la inteligencia intrínseca y el carácter del individuo”( Ramírez, Alfonso Francisco. Antología del pensamiento político. Edit. Trillas. México, 1962, p. 603).