Y ahora ¿qué hacemos con Trump?
OAXACA, Oax. 22 de junio de 2014 (Quadratín).- Para saber gobernar, de acuerdo a la conseja popular, es necesario ser un verdadero jefe. En verdad, estamos en una época en que la calidad moral e intelectual no basta por sí solas para detentar el poder político de una nación o de un Estado. Sin embargo, habría que aceptar que vivimos en la religión del saber y toda persona con ciertos conocimientos de las ciencias, de las ideas, de los conceptos y categorías, se cree con la autoridad suficiente para conducir a las naciones o a los Estados.
Pero debemos de saber, por desgracia, que los móviles de la acción humana son demasiados complejos y es difícil creer que basta no ser ignorante para gobernar a los hombres. Podemos afirmar, categóricamente, que los errores gubernamentales, son producto de falta de espíritu, de carácter, que por ignorancia de las cosas. La falta de equilibrio emocional, saber de las oportunidades de ejecución, son más importantes que la propia ignorancia. Un ejemplo de nuestra historia fue Pancho Villa, se le conocía por ignorante, sin embargo, que gran olfato y perspicacia tenía para gobernar, por ello, se le puede considerar como un jefe nato de gobierno y de Estado. Los hombres que se preparan en las prestigiosas universidades extranjeras se creen con la autoridad para gobernar a México, sin saber que han conducido a nuestro país en caminos del desarrollo pero del subdesarrollo. En cambio, los hombres de la Revolución, regularmente iletrados, supieron hacer desarrollar a la República por más de sesenta años.
No se trata de afirmar que el conocimiento no sea fundamental, de lo que se trata es que no basta, que en estos tiempos se requiere de algo más y ese algo más es habilidad, el espíritu de servicio, carácter, templanza y prudencia, que no se aprenden en las universidades sino en la práctica. “El gobierno de los hombres supone con frecuencia ciertas habilidades, una manera especial de ser que exaltando los espíritus o apaciguándolos asegura una mejor cohesión entre los gobernados, haciendo más fácil su esfuerzo común.”(Pose, Alfred. Filosofía del Poder. Edit. Intercontinental, México, 1951, p. 92).
Así, el que quiera ser jefe necesita de ciertas cualidades que no se adquieren en los estudios, esto tiene que ser bastante claro. Estas cualidades son como mínimo: una extraordinaria fuerza vital que anime todos sus actos, un temperamento que nazca de las entrañas para poder asumir las grandes responsabilidades que implica el poder, un carácter que distinga a los hombres más allá de lo que significa esta palabra. En este sentido, podemos afirmar que el conocimiento no puede suplir las deficiencias de la naturaleza. Los jefes natos no se hacen, nacen.
El saber, por sí solo, no puede remediar la falta de calidades de comprensión, dominio sobre sí mismo, nobleza de corazón, grandeza de ánimo y generosidad que son calidades propias de los jefes. Podemos afirmar que las cualidades y las calidades de Juárez lo hizo el jefe nato de la nación ante la grave situación de la nación por la invasión francesa. Por lo anterior se le conoce como “El Coloso de Guelatao”. Estas calidades nos hacen concebir la idea de la acción de gobernar como un oficio. El saber del oficio no sólo requiere del conocimiento de la acción a desarrollar, sino que requiere de la habilidad que sólo trae la experiencia, también requiere de entender a plenitud de la problemática que se presenta, regularmente, bajo la forma de contingencia, tener el carácter y el don de salir avante en situaciones difíciles, además de estar al día de las innovaciones inherentes a los problemas de gobierno.
El oficio de gobernar es un saber eminentemente práctico, de sentido común, de la construcción de posibles soluciones y de alternativas de solución. El oficio se aprende con repeticiones, con prácticas, con imitaciones, con constancia, paciencia y prudencia. No existe un teórico del gobierno que haya triunfado, pero sí muchos ciudadanos que se formaron en la brega. El oficio de gobierno requiere siempre de un método de trabajo, de perspectivas en sus concepciones de la acción siguiente, de los reflejos necesarios para esquivar situaciones que pongan en peligro al Estado. Saber maniobrar en situaciones que un error implicaría la caída de su gobierno. La capacidad de cálculo es un requisito indispensable para tener oficio de gobierno. El oficio de gobierno se adquiere por experiencia, no hay de otra.
La falta de práctica en el mando y en la organización, se puede afirmar categóricamente, que no habrá gobierno eficaz y estable. Es menester dejar bien asentado que el conocimiento que plantea la gestión de los asuntos públicos y de los métodos que permiten resolver los problemas no basta. Al hombre de Estado le es indispensable la experiencia política, es decir, oficio de gobierno. La experiencia política, no es desde luego, una serie de recetas de cocina que utilizándolas producen los mismos resultados deseados, ella implica el conocimiento del hombre, mucho más intuitiva que teórica, separando lo permanente de lo pasajero, es el primer síntoma de la experiencia política.
Contribuir a la eficacia del gobierno es una de las tareas de la experiencia política. Esta otorga al gobernante saber conducir y manipular a las multitudes de tal manera que se aprovechen para legitimar al gobierno; también el conocimiento práctico para saberse respaldado por el pueblo y vencer fácilmente a las oposiciones cuando se constituyan en amenaza para la mayoría. Para ser eficaz el gobernante necesita de la memoria a falta de imaginación creadora o de inventiva. Habría que recordar que los problemas de gobierno no son nuevos, por esta razón los gobernantes de buena memoria pueden abrevar de la experiencia de otros o de los suyos. A problemas semejantes soluciones iguales, es saber actuar con prontitud y eficacia, sin embargo, vale recordar que para Maquiavelo no es siempre verdad esta afirmación, las soluciones son para cada caso pero con la experiencia de haber conocido todas las casos posibles, así sólo la experiencia nos ayuda a discernir para cada caso.
Las concepciones de la realidad también forman parte del ámbito de la experiencia, porque gobernar no sólo implica el manejo de la administración pública, “sino impulsar a la colectividad por ciertos caminos, actuar en una dirección determinada la cual a su vez dependen de una especial concepción de la felicidad” (Pose, Alfred. Op. Cit. p. 106). Pero la experiencia no es siempre apreciada en un régimen político de elección de los gobernantes; las campañas mediatizadoras ofrecen por resultado a gobernantes sin experiencia, mediocres, comunes y sin sentido del deber cívico. En este sistema es difícil encontrar jefes, por el contrario, el burócrata de medio pelo es el que arriba a los gobiernos. El arte de mandar no se puede poseer más que después de haberla practicado mucho y que se adquiere mucho mejor obedeciendo que mandando, así el que aprende, a temprana edad a obedecer, tendrá la posibilidad de saber mandar. La experiencia es fundamental para conservar el poder, primera acción que un gobernante no debe de olvidar nunca, para ello sólo lo da el oficio y su correlativo: la experiencia.