
De Aguas Blancas a Teuchitlán: 30 años de horrores e impunidad en México
OAXACA, Oax. 13 de julio de 2014 (Quadratín).- Cuando se desempeña un cargo en la República, hay un solo objetivo que no se debe perder de vista: el bienestar común, el bien común. Si se cumple a cabalidad este propósito se estará en el camino de lo correcto, del bien, es decir, del ámbito de lo ético en términos estrictamente políticos. Se exige una condición adicional: la utilización de los medios jurídicos adecuados.
La utilización de cualquier medio para alcanzar el objetivo se le vincula con la eficacia, pero no necesariamente con la ética. La utilización de los medios jurídicos adecuados, de procesos administrativos bien estructurados y con los mínimos recursos, se está en el ámbito de la eficiencia, por tanto, necesariamente, en el espacio de la ética del poder.
A decir verdad, a los gobernantes de hoy se les exige ser eficaces, que sean eficientes es mucho pedir. Por ejemplo, en el combate al crimen organizado bastará con ser eficaces. Asimismo, la astucia define al político eficaz mientras que la prudencia es propia del político eficiente, es decir, del ético. Es pertinente observar las diferencias entre ambas.
Siguiendo a Tomás de Campanella, el gran pensador italiano, se puede sostener que: La astucia es regularmente propia de gobernantes autoritarios y la prudencia lo es de los demócratas; la astucia nace del arbitrio del gobernante, la prudencia de la onda reflexión sobre la naturaleza de las cosas; la generosidad o la magnanimidad como le decían los antiguos, es propia del gobernante prudente, en cambio, la soberbia, es propia del gobernante astuto; la astucia rebaja a los grandes gobernantes, en cambio, la prudencia los enaltece; los actos prudentes de gobernante, se reflejan en el buen ánimo del pueblo, en cambio, los actos astutos corrompen al pueblo; regularmente el gobernante prudente perdiendo gana, en cambio, el astuto aún ganando pierde; es de todos sabido que en un gobernante prudente, la clemencia es una de sus virtudes, de la misma manera, es necesario decir que el gobernante astuto, la crueldad lo distingue; en todos sentidos la prudencia es buena, la astucia, en cambio, aparece como buena; la prudencia se hace valer de la ciencia humanística y de la filosofía, por el contrario, la astucia se sujeta de la superstición y del mito; el gobernante prudente toma en cuenta las costumbres de los pueblos, sus climas, su caracteres y sus especificidades, por el contrario, el gobernante astuto sólo considera sus propias ideas, sus valores, hasta llegar a la necedad; la prudencia es propia de grandes señores, en cambio, la astucia es propia de seres serviles; en la conducción del gobierno, el gobernante prudente mira siempre el timón de la nave, mientras que el gobernante astuto, sólo mira a los remeros; el gobernante prudente siempre está atento a la mejor ocasión para la toma de sus decisiones, por el contrario, el astuto por sus aspiraciones inmediatistas, pierde las oportunidades de las mejores ocasiones; el gobernante prudente fomenta leyes buenas para el bien común, el astuto lo hace para acrecentar su poder; el gobernante prudente observa la aplicación de la ley para hacer justicia, por ende, será amado por su pueblo, en cambio el astuto las aplica como simple coacción, siendo odioso por el pueblo; el gobernante prudente puede llegar al engaño por el bien del pueblo, descubierto el engaño, será mucho más amado, en cambio, el gobernante astuto siempre engañará para fines propios y descubierto el engaño será mucho más odiado.( Ramírez, Alfonso Francisco. Antología del Pensamiento Político. T. I. Edit. Trillas, México, 1962.). En fin, la prudencia es propia de la ética política, en cambio, la astucia, sólo lo es del poder.
Relacionando los conceptos de eficacia, eficiencia, de prudencia y de la astucia, caemos en cuenta en las dos éticas que establece el teórico social alemán, Max Weber, que denomina, ética de la convicción y ética de la responsabilidad. La diferencia entre las dos éticas, según Weber, es que en la ética de la convicción, regularmente, no se asumen las consecuencias de los actos, lo importante será lograr el objetivo deseado por la propia convicción, por ejemplo, un movimiento revolucionario o un movimiento de reivindicaciones, como por ejemplo, el movimiento de los maestros de la Sección XXII. Este sindicato jamás asumirá las consecuencias de sus actos, por tanto, actúa por la ética de la convicción, a pesar del enorme daño que le causa al Estado oaxaqueño, el resultado de sus actos, seguramente, será culpable el neoliberalismo, el gobierno del PRI, etc. “Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio (Weber, Max. Escritos Políticos. Folio Editores, México, 1982, pp. 355- 356).
Por otro lado, asumir plenamente la responsabilidad de las decisiones políticas por parte del gobernante, deberá estar plenamente consciente que estar en el ámbito de la política es utilizar, llegado el caso, la violencia del Estado, no se vale en este ámbito la pusilanimidad, la debilidad del carácter, porque juega con intereses fundamentales, pero sobre todo, deberá asumir las consecuencias de sus actos. “Todo aquello que se persigue a través de la acción política, que se sirve de medios violentos y que opera con arreglo de la ética de la responsabilidad, pone en peligro la salvación del alma” (Weber, Max. Op. Cit. p. 361). Quien se dedica a la política debe saber de antemano que, incluso, pacta con los poderes diabólicos que giran en torno a todo poder. No se vale, por tanto, fingir ignorancia de las grandes responsabilidades que se deben asumir por consecuencia de las decisiones tomadas. Quien busca la salvación de almas, actividad propia de las religiones, no debe buscar el camino de la política, pues el uso de la fuerza y de la violencia le es consustancial.
Entonces, la vocación política deberá tomar en cuenta ambas éticas, bien cuidadas y bien aplicadas, con cierta relatividad, hacen del político, un buen político. La combinación más apropiada será sentir la pasión de las convicciones políticas y asumir la mesura necesaria para que esa pasión no tiente a los demonios. Con la pasión se consigue, incluso, lo imposible, sin embargo, con la mesura, la gloria de conseguirlo es más duradera.
En política no es menester ser caudillo o héroe, nos concluye Weber, basta la fortaleza de ánimo, no quebrarse cuando las cosas no salen bien, cuando la esperanza es lejana, cuando la realidad aparezca llena de irracionalidades, cuando parece que todo está en contra, cuando se está en tales condiciones y se sale avante, uno ya puede decir, con vitalismo supremo: estoy preparado para la política. Así, cuando ella nos retire, con sus alegrías y sin sabores, podemos ver nuestra historia y decir con plena convicción, si esta es la política, la quiero volver a vivir.