Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
OAXACA, Oax. 7 de septiembre de 2014 (Quadratín).- Es indudable que todo gobernante debe ser capaz de conservar, nutrir y desarrollar las fuerzas del Estado, quien hace lo contrario, seguramente será considerado un mal gobernante. Para lograr este gran propósito, el gobernante no puede dejar de usar la violencia legítima que es monopolio del Estado, pero a la vez deberá de contar con la virtud de gobernante.
La virtud, que es el fundamento del espíritu público, es la cualidad de la acción del gobernante, para alcanzar los fines más nobles del Estado; luego entonces, un gobernante virtuoso es aquél, que en su acción, logra conservar, nutrir y desarrollar el poder del Estado, sin recurrir a la violencia legítima, mediante este procedimiento alcanza la fama, la gloria y la grandeza como hombre de Estado. Durante la edad media, la virtud estuvo acompañada de principios cristianos y morales, hoy en día, hablaríamos de eficacia política. Claro está que no todos los teóricos de la Ciencia Política acuerdan que basta contar con la buena virtud para conservar el Estado, opinan que hace falta también la virtud de la eficacia del uso del poder, como Maquiavelo.
Si bien es recomendable que el gobernante actúe virtuosamente, no es recomendable que lo haga todo el tiempo ni en todo momento, pues estará en peligro de ser muy vulnerable ante sus enemigos y ante el pueblo. Ser bueno en la acción, en todo momento, es ser considerado muy mal gobernante. Ser cruel es a veces una manera de ser bondadoso. “Maquiavelo apunta a esta línea de pensamiento al analizar la virtud de la libertad. Indica que como el deseo de parecer generoso a menudo lleva a los príncipes a imponer cargas gratuitas a su pueblo, un príncipe que no tema actuar ahorrativamente puede descubrir que “con el tiempo, llegará a ser reconocido como un hombre esencialmente generoso” (Skinner, Quentin. Los fundamentos del pensamiento político moderno. Editorial FCE, México, 2013, p. 148).
Debe quedar claro entonces que, la eficacia política se logra por diversas vías, entre estas se cuenta la maldad, sin embargo, es prudente que se logre por la vía de la virtud. Incluso, utilizando la maldad, si se logra el bienestar del pueblo, el gobernante será tildado de bondadoso. Pero es conveniente también que los actos de maldad se oculten, se aparente otra cosa, se coloreen, porque no es conveniente que el gobernante aparezca como cruel, más bien deberá ser considerado siempre honorable y alabado.
Un gobernante eficaz, pero que no es virtuoso, debe hacer todo lo posible de escapar de toda mala reputación, aquellos vicios que hacen posible, hasta incluso, perder el gobierno. “Esto, a su vez, significa que debe de estar dispuesto a ser “gran mentiroso y engañador”, aprovechando el hecho de que “los hombres son tan simples” que “el engañador siempre encontrará alguien dispuesto a dejarse engañar”. El talento indispensable es la capacidad de imitar la virtud: el príncipe “no necesariamente debe tener toda las buenas cualidades” pero “ciertamente debe parecer que las tiene” en todo momento” (Skinner, Quentin. Op. Cit. P. 148). En consecuencia, el gobernante que desee ser capaz de conservar su gobierno, tiene que entender que la virtud es una cualidad y un medio que se debe de emplear de acuerdo a las necesidades y a las circunstancias.
Maquiavelo es enfático en señalar que la brecha en que cómo se debe vivir y cómo vive es tan vasta, que el gobernante que olvida esta relación, es más fácil que arruine su gobierno que lo conserve. Es importante establecer que la virtud es el valor político de la acción y no una cualidad del gobernante, es una valoración de la práctica política, no es pues una característica del ser o de las personas, sino de sus acciones. La virtud se adquiere, por tanto, en la acción, por naturaleza no pueden existir personas virtuosas. El equívoco de atribuir a las personas la virtud y no a sus acciones, ha conducido a conclusiones que no responden a lo que sucede en la práctica, se dice bien cuando se afirma: “Por sus acciones los conoceréis”.
Siempre será el factor político, sus fines y sus motivos políticos los que determinan el carácter virtuoso de una acción. Buenas acciones políticas convertirá al político en un buen gobernante. La acción política estará determinada por la ocasión y por la necesidad, luego entonces, el gobernante que aprovecha estas circunstancias para su acción, será considerado un virtuoso.
Es claro que existen dos concepciones de la virtud, la virtud moral y la virtud política, la primera enjuicia a las personas mientras que la segunda se refiere a la acción política propiamente dicha. Por esta razón, la virtud política puede hacer referencia a la maldad, violencia, vicio, crueldad e inhumano, sino que también dicha virtud llega incluso a requerir de tal forma de comportamientos. La concepción tradicional de la virtud, es decir, como la naturaleza de una persona; está lejos de la concepción política, en realidad, la virtud política debe de entenderse como acción y no aquellas supuestas virtudes presentadas por los clásicos griegos y romanos, que no eran más que encumbramientos de vicios humanos, perversiones que afectaban tanto a gobernantes como a ciudadanos. Cabe la pregunta si sigue siendo pertinente seguir estudiando las cualidades que deben tener los gobernantes y no atender la naturaleza de sus acciones. Un gobernante que asiste todos los domingos a misa, no necesariamente será un buen gobernante.
Seguir el estudio de la naturaleza de los gobernantes puede suceder que siguiendo una supuesta virtud, puede conducir a la ruina del gobierno o por el contrario, seguir un supuesto vicio del mismo, puede conducir a la gloria del Estado. La primera aplicación que hace Maquiavelo de estas ideas es lo referente a la liberalidad o generosidad del gobernante, su principio fundamental consiste que “no pudiendo usar de esta virtud sin daño, debe si es prudente no preocuparse de la fama de avaro”; es decir, lo contrario de la liberalidad.
El planteamiento correcto de esta supuesta virtud del gobernante, es ubicarla en su nivel político: uso o no uso de la liberalidad o generosidad, puesto que no se trata de una cualidad que el gobernante posea o de lo que carezca, sino de una cualidad de su acción, como hemos insistido, que el gobernante puede practicar o no, de acuerdo a las circunstancias. La generosidad del gobernante se convierte en una verdadera pesadilla para la economía de los ciudadanos, sin embargo, supuestamente, se refuerza la virtud generosa del gobernante, por ende, su poder y dominación. Una virtud del gobernante, en el caso de la generosidad, es una pésima virtud política para los ciudadanos.
Volvemos a insistir, los gobernantes virtuosos son aquellos que por sus acciones y por sus resultados logran el reconocimiento de sus ciudadanos, son aquellos también que requieren de poca fortuna para ser eficaces, en caso contrario, son poco virtuosos. Bajo esta óptica, sería conveniente analizar a nuestros gobernantes, se haría otra lectura de nuestra historia, ya no sería una historia llena de conceptos morales y de poca eficacia en lo político.