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Oaxaca, Oax. 28 de julio de 2013 (Quadratín).- De todas las ciencias, las ciencias sobre el hombre son las más importantes y menos desarrolladas, así, para establecer el gobierno más adecuado para los hombres es menester conocerlo ampliamente. Rousseau nos dice que mientras más estudiamos al hombre lo hemos colocado fuera del estado conocible (Discurso sobre el Origen de la Desigualdad. Edit. Porrúa. México, 1979, p. 106)
Sin embargo, habría que explorara la propuesta de dos principios que rigen la vida humana propuestos por Rousseau que son la lucha por la conservación y el miedo a la muerte. Es indudable que tiene razón nuestro autor, estos dos principios son los que nos mueven a vivir y relacionarnos con los demás. Sólo se puede conservar al hombre en asociación y sólo se hace menos dolorosa la muerte en asociación, dándole la ritualidad e inventando la religión como medio de esperanza y consuelo.
De la necesidad de la conservación nace el Estado y del miedo a la muerte la religión, así, Estado y religión han estado presentes en nuestra historia.
Otra regla que se puede mostrar en el estudio del hombre es la violencia de los poderosos, violencia que ejercen sin miramientos para conservar sus privilegios.
La existencia de los privilegiados es una constante en la historia del hombre. Los gobiernos han sido el instrumento privilegiado para conservar eso privilegios.
Por otro lado, la opresión de los débiles es otra norma de la historia humana. La historia de la humanidad es la historia de los opresores y los oprimidos por esa razón, nació la idea de la utopía como una hipótesis posible de lograr una asociación en que no exista la desigualdad o la alternativa de la sociedad comunista que es una posibilidad y no utopía, por eso, la historia humana es la intensa lucha de los contrarios el espíritu se rebela contra la dureza de los unos o deplora la ceguedad de los otros (Rousseau. Ob.Cit. p. 109)
Es cierto, los poderosos son duros, aunque van a misa todos los domingos; los oprimidos son regularmente ciegos ante su situación, por esa razón, para Marx necesitan de la clase revolucionaria, de la ciencia proletaria y del partido revolucionario.
Parece evidente que existen dos clases de desigualdades entre los hombres; la primera, la natural o la física, que consiste en las diferencias de edades, de salud, de fuerzas corporales, de belleza, de moral, de espíritu o del alma, de tal suerte que un ser humano es diferente del uno del otro. En esto consiste la riqueza de la humanidad, la diversidad de talentos, de espíritu, moral, etc.
La otra forma de desigualdad, Rousseau le llama moral o política, porque depende de una especie de convención o porque está establecida o al menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta consiste en los diferentes privilegios de que gozan unos en prejuicios de otros, como el de ser más ricos, más respetados, más poderosos o de hacerse obedecer (Rousseau. Ob. Cit. p. 109)
No comparto esta tesis de Rousseau, pues este tipo de desigualdad no puede nacer de una convención de un consentimiento o tenga alguna autorización, tampoco que se llame moral o política a este tipo de desigualdad, pues la política tiene por objetivo alcanzar la libertad y la igualdad en el hombre; el nombre correcto de este tipo de desigualdad sería social.
No es falso afirmar que la naturaleza de los gobiernos es concomitante a la creencia de alguna naturaleza del hombre. Los primeros filósofos partieron de diferenciarlo de los animales sin desconocer su carácter de animal de la naturaleza. Rousseau no escapó a esta metodología.
Así, para nuestro autor el hombre puede ser el menos fuerte que unos o el menos ágil que otros pero es el mejor organizado.
Hobbes lo hace intrépidos y guerreros por naturaleza, o que Cumberland y Puddenfordd afirmen que el hombre es tímido que siempre está temblando y dispuesto a huir al menor ruido que escucha o al más pequeño movimiento que percibe (Rousseau. Ob. Cit. p. 112)
El hombre reunido en sociedad, por sus pasiones e inconsistencia, hace posible el movimiento y cambio social, en cambio, en el mundo natural la uniformidad de la vida es la más usual. A diferencia de los animales, el hombre, asociado, es más fuerte, más hábil, nace la necesidad del conocimiento, por esta asociación es capaz de vencer los obstáculos de la vida. Es evidente que en lo particular, en hombre asociado, es mucho más débil que el hombre de la naturaleza.
A diferencia de los animales para Rousseau el hombre es libre, no está sujeto a ninguna regla escrita, su poder de perfectibilidad lo distingue más, además las pasiones hacen del hombre más que la razones.
El hombre escoge o rechaza por actos de libertad y no por instintos como los animales. La capacidad de discernir dada por la libertad que tiene el hombre, es una experiencia para su desarrollo. El hombre libre es la gran aportación de la modernidad, sin embargo, también tiene sus asegunes, pues la explotación capitalista tiene su base, precisamente, en la libertad humana, el hombre libre es el único capaz de vender su fuerza de trabajo.
La sujeción a las reglas prescritas por la naturaleza es una condición del animal, en cambio el hombre por sus libertad, no siempre se sujeta a ellas, incluso en perjuicio propio, por eso dice Rousseau así se explica el que un pichón muera de hambre a pie de una fuente llena de las mejores viandas y un gato sobre un montón de frutas o de granos, no obstante de que uno y otro podría muy bien alimentarse con los que desdeñan, si les fuese dado ensayar, y así se explica también el que los hombres disolutos se entreguen a excesos que les originan la fiebre y la muerte, porque el espíritu pervierte los sentidos y la voluntad continúa hablando aun después que la naturaleza ha callado (Rousseau. Ob. Cit. pp. 115 – 116)
Está capacidad humana, hace también del hombre posible la perversión y maldad. El animal no es malo ni bueno, en cambio el hombre puede ser lo uno o lo otro, es el único que puede matar por placer, además de martirizar a su víctima, el animal no lo hace.
La capacidad de perfectibilidad del hombre es un arma de dos filos; lo puede hacer el más brillante del universo o el más imbécil de los animales. No cabe duda alguna que el hombre ha construido una cultura y una civilización a través de los siglos, el arte y las ciencias han progresado, sin embargo, esta perfectibilidad es el origen de todas las desgracias del hombre, que es ella la que le aleja a fuerza de tiempo de ese estado primitivo en el cual deslizábanse sus días tranquilos e inocentes; que es ella la que, haciendo brotar con el transcurso de los siglos sus luces y sus errores, sus vicios y sus virtudes, lo convierten a la larga en tirano de sí mismo y de la naturaleza (Rousseau. Ob. Cit. p. 116).
El condicionamiento más importante de la vida del hombre, es, sin duda alguna, la idea que se ha formado de la muerte lo ha alejado en definitiva de los demás animales, pues el animal no sabe lo que es morir, presiente la muerte humana más no la suya, como es en el caso del perro.
El saber de la muerte hace valorar la pasión de vivir por el hombre, desde luego esta idea y sentimiento pasional determinan la concepción del poder político.
Sobre la naturaleza del hombre que no vive en sociedad, Rousseau sostiene la polémica con Hobbes, pues éste como se sabe, definió al hombre como naturalmente malo.
Para Rousseau, los salvajes no son malos porque no saben lo que es bueno, no hay conciencia moral en el hombre de la naturaleza. Para Hobbes la fuerza del Estado vuelve civilizado al hombre, en cambio, para Rousseau es la calma de las pasiones y la ignorancia del vicio lo que impide al hombre hacer el mal.
En estas argumentaciones concordamos más con Hobbes, el hombre por sí mismo no puede calmar sus pasiones sin la fuerza del Estado, por pura voluntad no se puede ser bueno o malo, es el miedo al castigo lo que hace que el hombre modere sus pasiones como ejemplo de la naturaleza bondadosa del hombre de su virtud de piedad, virtud que para Rousseau es la única virtud natural que tiene el hombre, esta disposición propia a seres tan débiles o sujetos a tantos males , virtud tanto más universal y útil al hombre, cuanto que precede a toda reflexión y tan natural, que aún las propias bestias dan a veces muestras sensibles de la misma. Sin la piedad el hombre sería un monstruo.