
Tareas de Claudia sin AMLO: economía y Casa Blanca
OAXACA, Oax. 12 de junio de 2014 (Quadratín).- Nadie en su sano juicio puede negar que asistir a la población más pobre de un Estado o de un país es una acción benéfica, que no hace daño, por el contrario es un bien que realizan los gobiernos del signo que sea. En México y en Oaxaca son famosos los programas asistenciales como Oportunidades, Sin Hambre, Bienestar y Cocinas Comunitarias del gobierno estatal.
Es indudable que cumplen el objetivo fundamental de aliviar las necesidades más apremiantes de la población. Es imposible no reconocer que un apoyo mensual, sea en dinero o en especie, es esencial para las familias pobres. La pobreza, resultado del régimen económico, es auxiliada por la política que busca moderar los niveles de desigualdad social.
Existe un principio fundamental que no podemos soslayar: a mayor democratización mayor demanda de los ciudadanos para vivir mejor y a mayor demanda, menor capacidad del Estado para satisfacer a los requerimientos de los ciudadanos.
El aumento de la demanda a los gobiernos y al Estado origina las crisis de gobernabilidad, estas crisis plantean al Estado la necesidad de instrumentar programas asistencialistas para evitar esta crisis. Tampoco se puede ignorar que muchos gobiernos instrumentan estos programas asistencialistas para cooptar y captar votos electorales.
A pesar de sus aparentes bondades, en términos estrictamente políticos, el asistencialismo es contrario a la construcción de una sociedad democrática, nos explicamos porqué. La política asistencialista del Estado se manifiesta, en términos políticos, como paternalismo. La pregunta que se debe hacer es si una política paternalista es benéfica, en términos políticos, para el ciudadano, o dicho más concretamente, si ayuda a la libertad humana que es un fundamento de la democracia.
Nuestra respuesta es categórica: el gobierno paternal no contribuye a la libertad del hombre, no contribuye al desarrollo de una sociedad democrática, por el contrario, mediatiza al hombre y lo vuelve un sujeto sin iniciativa; lo mantiene en edad infantil, precisamente para que el gobierno, que adopta la figura paterna, lo sigue manipulando y dominando. Kant dijo en una ocasión, que el paternalismo es el peor de los despotismos. Sin embargo, el gobierno paternal es benevolente, pero al serlo impide el libre desarrollo del ciudadano y del hombre en general, como cualquier padre que por exceso de amor atrofia las facultades libertarias de su hijo.
Para ser más explícito vale la pena citar la definición de paternalismo contenido en el Diccionario de Política de Norberto Bobbio y otros ( Edit. Siglo XXI, México, 2007, pp. 1160- 1161).
“En el lenguaje común paternalismo indica una política social, tendiente al bienestar de los ciudadanos y del pueblo, que excluye la directa participación de los mismos: es una política autoritaria y al mismo tiempo benévola, una actividad asistencial para el pueblo, ejercida desde arriba, con métodos puramente administrativos. Para expresar esa política, se hace referencia, con una analogía, a la actividad (benevolente) del padre hacia sus hijos “menores”.
Varias cosas quedan claras de la política paternalista: Es una política autoritaria por no decir antidemocrática; Accionada por cuadros burocráticos de manera vertical y sin participación activa de los ciudadanos; es una política providencial que inhibe el desarrollo de los ciudadanos, atrofia las voluntades del hombre, lo aliena y lo hace dependiente.
La política asistencial concibe a los hombres como no autónomos, dependientes, sin voluntad y sujetos menores a los que habría que señalarles qué hacer y qué caminos transitar. Es indudable que este tipo de política es una grave amenaza a la democracia. Esta política es concurrente a una política de masas, propia de gobiernos populistas y antidemocráticos. Reduce al individuo a un ámbito familiar y contrario de su contenido social y preso de las ayudas gubernamentales. Lo peor del caso es cuando la burocracia asistencialista concibe su acción como derivada de la caridad. La caridad es la acción de negación del hombre en cuanto ser humano, es el estado en que, tanto el que recibe como el que da, se hace dependiente de la conciencia religiosa y no de la conciencia política que libera.
“El nuevo Estado paternal, para Tocqueville, se diferencia del antiguo despotismo porque sería más extendido y más suave y envilecería a los hombres sin atormentarlos; lo hará posible justamente el compromiso entre el despotismo administrativo y la soberanía popular. Sería semejante a la autoridad paterna si, como ésta, tuviera la finalidad de preparar al hombre para la edad viril, mientras en realidad no trata más que de detenerlo irrevocablemente en la infancia” (Diccionario, p. 1161).
Lo peor del caso es que el asistenciado se convierte en un número, en un código de la maraña burocrática, pierde su identidad como ser humano; por otro lado, el asistencialista adquiere poder, dominio y con capacidad de decisión para manipular las acciones a su gusto o al gusto del gobierno o partido al que sirve. Más de las veces se apropia de los programas asistenciales.
Si la libertad es autonomía y amplitud de acción, el paternalismo es una política de gobierno que hace nugatoria mi capacidad de decisión, por lo tanto, toda política asistencialista es una potencia que limita las libertades ciudadanas. Llegado al caso, en términos liberales y democráticos, nadie me puede a obligar a ser feliz a su manera y esto es una expresión del más puro despotismo.
“Lo es porque significa tratar a los hombres como si no fueran libres, como un material humano que yo, el reformador benévolo, moldeo de acuerdo con los propósitos que yo libremente, y no ellos, he elegido”( Berlin, Isaiah. Sobre la Libertad. Edit. Alianza, Madrid, 2004). Negarles la libertad a los hombres es tratarlos como objetos y no sujetos, es considerarlos sin voluntad propia, es negarles su condición humana, en fin, es degradarlos. Es justo considerar a la política paternalista como una gran mentira, pues no libera al hombre de sus en cuanto hombre, sólo en cuanto simple ser vivo es considerado como objeto de la burocracia. Los hombres se convierten en medios para los fines del gobierno o del reformador al margen de ellos y no para ellos, sino para el gobierno, aunque parezca para ellos. Es también tratarlos como infrahumanos y actuar como si sus fines fuesen menos fundamentales y sagrados que los míos.
La burocracia se justifica diciendo que la política asistencialista es un bien superior a los propios beneficiados, está fuera de su alcance comprender su importancia, pero por el contrario, tal burocracia si hace saber que ella tiene pleno conocimiento de esta clase de política. El fin superior que se apela es al gobierno, al señor presidente, al señor gobernador o al partido.
La acción fundamental de los ciudadanos es su participación activa en el diseño de las políticas de bienestar, de su evaluación y de su eficacia, la participación libera y hace posible la democracia, por el contrario, la no participación es una victoria para las burocracias y reformadores.