Cortinas de humo
OAXACA, Oax. 26 de octubre de 2014.- En los tiempos modernos es muy complicado ejercer las funciones de gobierno en sus diversos niveles. Por la ampliación de los medios de comunicación y de información que tienen acceso los ciudadanos los gobernantes se han vuelto muy frágiles. Estamos en pleno desarrollo de la democracia de opinión y de la sanción pública de los gobernantes. Ante esta situación, los gobernantes requieren de mayores capacidades para responder con éxito ante esta nueva realidad.
En principio, es dable que todo gobernante esté dispuesto a reconocer las consecuencias de sus acciones, debe tener un gran respeto y reconocimiento a la causalidad y estar consciente de la utilidad de la previsión. Prever las consecuencias de las acciones de su gobierno, construir escenarios probables de desarrollo de la acción gubernamental es ya una necesidad cotidiana de los gobernantes, la teoría de la prospectiva es una herramienta de gobierno de utilidad permanente.
En esta democracia de opinión, el gobernante debe moderar su ira y resentimiento cuando piensa que sus buenas acciones son reprobadas por la opinión pública, deberá de comprender las causas de estas reacciones de los ciudadanos. El coraje que puede sentir el gobernante deberá ser reflexionado por él mismo y reconocer que lo negativo de la opinión pública puede ser de mucha utilidad en lo futuro. En estos momentos, habría que reflexionar profundamente sobre los principios de la función pública. Las ideas claras y bien conceptuadas permiten desenmascarar lo que es falso y transitorio. Poniendo en práctica preceptos ya comprobados deberá dirigir sus acciones no con base a emociones sino con base en razones, entendiendo que, en política no existen los absolutos, sino relatividades.
Recordar también que la mente puede sobreponerse a las emociones y actuar en consecuencia, sólo los gobernantes ignorantes son presos de sus emociones, que no deja de asimilarse a los animales, pues son sometidos a sus apetitos y miedos. Los ignorantes se distraen fácilmente por causas externas a ellos, por eso sus mentes no alcanzan la concentración que requiere el buen gobierno, por ende no se alcanzan a comprender así mismos ni a las cosas de gobierno. El gobierno de los hombres requiere de la más alta concentración, esa es la regla.
Una regla básica que deberá comprender un buen gobernante es que algunas cosas escapan a su control y otras no. Las que se pueden controlar son aquellas acciones que dependen de él y las que no se encuentran bajo su control son las acciones ajenas. Regularmente las acciones que dependen de él son sin grandes restricciones y obstáculos, en cambio, las acciones ajenas son limitadas para el gobernante. Suponer que se puede controlar en absoluto las acciones ajenas es un error de gobierno y se puede pagar con el desprestigio ante la opinión pública. La lamentación, la inquietud, culpar al equipo de trabajo y desacreditar los métodos y herramientas de las decisiones, son acciones que realizan los gobernantes que no entienden el error de querer dominar en absoluto lo que no está bajo su control. La aversión que sienten los gobernantes por aquello que escapa a su control los puede volver desdichados, por eso la conseja es eliminar todo sentimiento negativo sobre aquello que no se puede controlar.
Es común que los gobernantes no se cuestionan seriamente sobre la naturaleza de sus acciones, su impacto en la opinión pública los sorprende por ello, este olvido no los hace comprender que los ciudadanos no se inquietan o se preocupan por las cosas en sí, sino por los principios y nociones que se forman con respecto a las cosas. Por ejemplo, se sabe que es correcto que todo gobierno debe de abordar el problema de crecimiento de la población. La racionalidad así lo indica, sin embargo, el principio de libertad del uso o abuso del cuerpo es fundamental para todo ser humano, la noción de libertad es más fundamental que la acción de racionalidad del gobierno.
Lo grave está en que los principios del gobernante los quiere imponer como principios para toda la población, esto expresa ignorancia sobre los gobernados; de aquí que se culpe a la población del fracaso de la acción, sólo los ignorantes pueden culpar a los demás de su mala condición, sin embargo, es justo reconocer que el buen gobernante debe reconocer en sí mismo de sus malas decisiones y cuando escapan a su control reconocer la naturaleza de las cosas.
Será siempre difícil que las cosas ocurran tal como lo desea el gobernante, sin embargo, puede elegir la acción más correspondiente de acuerdo a la naturaleza de las cosas, una enfermedad puede ser una limitante para vivir, pero no impide la capacidad de elección del individuo; las cosas pueden aparecer como obstáculos pero no para la decisión del gobernante, aunque tal decisión se encuentre acotada por la naturaleza de las cosas, con cada limitante que se puede encontrar un gobernante, deberá de preguntarse sobre la capacidad que tiene para sortear tal limitante.
Un error manifiesto del gobernante es creer que es capaz de dar o quitar aquello que los demás desean tener o evitar, quiere ser el amo de los demás, sin comprender que se vuelve esclavo de este deseo, no es libre, pues no puede depender de él lo que pertenece a otros, la conseja es tener una actitud correcta hacia aquello que no se puede controlar.
El gobernante deberá de formularse un carácter y una conducta que es conveniente mantener tanto en lo privado como en público, la dualidad en el comportamiento no es aconsejable, puede aparecer como hipocresía, en tiempos de democracia de opinión parece no aconsejable. Una de las conductas más apreciadas en los gobernantes es hablar cuando es necesario, cuidarse de no hablar en demasía, se pueden cometer errores que son muy costosas en política. Se considera de buen gusto en los gobernantes, hablar cuando la ocasión lo demande, evitar los temas vulgares, hablar acerca de las personas, sea para culparlas o para alabarlas o para hacer comparaciones.
Es conveniente, si es necesario hablar, guiar a los escuchas en temas apropiados, si hubiese extraños es aconsejable permanecer callado. Se debe tener una risa apropiada, un léxico adecuado, evitar las palabrotas, entretenimientos adecuados, en fin, es conveniente no irritar a las personas, ni reprobarlas, no presumir en demasía, todo esto evita posibles consecuencias en la democracia de opinión.También es aconsejable que en los debates y conversaciones, el gobernante, debe evitar la mención frecuente y excesiva de las obras de su gobierno, se debe pensar que no para todos se puede obtener aprobación.
El buen gobernante o por lo menos el gobernante prudente, en público no debe censurar a nadie, elogiar cuando se debe, no culpar a nadie de una mala acción de gobierno, por ende, no acusar a nadie, no alardear de lo sé es, ni de lo se sabe.
En razón de lo anterior, me parece que la política es hermana de la prudencia. Tiene la razón el autor de la introducción del libro de Baltasar Gracián, “Oráculo Manual y Arte de la Prudencia”, que el tema es actual por la excesiva hostilidad del ser humano, por la presencia en abundancia del pragmatismo, la adaptabilidad, la exploración de las leyes de la seducción, la democratización de la moral, la exaltación del individuo, el debilitamiento de las creencias religiosas y el gran interés por la realidad.