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OAXACA, Oax. 13 de octubre de 2013 (Quadratín).- Un aspecto fundamental de la Ciencia Política, tiene referencian con la conducta de los gobernantes en relación con los ciudadanos y con sus colaboradores, este aspecto fundamental, si es ignorado, trae como consecuencia, la ruina de los gobiernos.
Se puede decir, en lo general, que la Ciencia Política, es en última instancia, una ciencia conductual. Los grandes gobernantes han tenido la conducta apropiada para su tiempo y circunstancias. No es fácil olvidar la sentencia de Ortega y Gasset al decir: “Soy yo y mis circunstancias”. Esto quiere decir, que al gobernante le corresponde hacer el 50% y el resto, dependerá de las circunstancias.
En principio, el buen gobernante debe contar con dos cualidades fundamentales: la prudencia y la virtud. Las dos cualidades, necesariamente tienen que ir juntas, pues la prudencia sin virtud, aparece como agudeza, malicia o astucia, pero no será prudencia.
La virtud es de naturaleza permanente, diferente, por ejemplo, a la riqueza o hermosura que son frágiles y transitorias. La virtud se puede dividir en dos aspectos: piedad y bondad. La piedad es el más bello sentimiento que puede tener un gobernante hacia sus conciudadanos, si es impasible ante la injusticia y desigualdades sociales, no es digno de ocupar esa responsabilidad. La piedad es compañera de la conciencia. No tener conciencia de las cosas y de la realidad es no saber nada.
La bondad tiene que ver con vivir una vida recta, tiene relación con las buenas costumbres. La bondad es el rostro verdadero de la piedad, piedad sin bondad es vana o improductiva.
En relación a la prudencia, debemos decir que, en primer lugar, es conocimiento de las cosas, pues no se puede ser prudente en desconocimiento, en el ámbito del conocimiento, la prudencia es “ojo del alma” segun Aristóteles. Es también discreción de las cosas, pues ser prudente significa valorar en su exacta dimensión las alternativas que se pueden presentar en el gobierno de los hombres. Son sabios aquellos gobernadores que saben diferenciar y reconocer lo que conviene y es útil, para sí y para los demás, o para proveer a sí mismos y a la república.
La prudencia es la medicina de la salud política, porque ordena y otorga racionalidad al presente, prevé las futuras y guarda memoria de las pasadas.
Para un buen gobernante, la prudencia está antes que la felicidad, pues ésta última es consecuencia de la primera.
En sentido opuesto, la imprudencia es desdicha para el gobernante, es falta de inteligencia, tacto, virtud y piedad. La imprudencia es lo más alejado del arte de gobernar bien.
La prudencia es hija de la experiencia y de la memoria de las cosas, la experiencia nos hace cautos, inteligentes, hasta ciertamente astutos, la experiencia es vida vivida, por decir lo menos.
Sólo la experiencia de las primeras derrotas de Escipión, fue la causa de su victoria final sobre Aníbal, en esa larga lucha entre Roma y Cartago. Sin esta experiencia, la historia occidental sería otra. La experiencia es la eficaz maestra de todas las cosas, también, la experiencia aventaja a los preceptos de todos los maestros, segun Cicerón.
Por preceptos y reglas no se puede aprender el arte de gobierno, sino por la experiencia. Así también, “como dice el poeta, la experiencia proviene de los años tardíos y postreros (Ovidio). De donde manó el dicho vulgar: prudencia, de viejos. Y aquel otro del sabio: que aprendiendo continuo caminaba a la vejez (Solón)” (Lipsio, Justo. Políticas. Edit. Tecnos, Esp. 1997. p. 28).
Por otro lado, la otra hija de la prudencia, la memoria, es de más fácil acceso que la experiencia y tan útil como ella. Ella es la guarda de los hombres ilustres de quienes habría que abrevar. Testigo de la maldad de los ruines, de quienes habría que no emular. Es bienhechora del género humano. Plutarco nos dirá que es verdaderamente maestra, pues en ella, como un espejo, es lícito mirar, ataviar y componer su vida cada uno, por el modelo de las virtudes ajenas (citado por Lipsio, p.29).
Por otro lado, el mismo Alejandro llamado el Magno, recomendaba que en sus Consejos hubiesen personas versadas en la historia. Por cierto, se desconoce si con los gobernantes mexicanos esté integrado un experto en historia, sería bueno tenerlo.
Si la prudencia y la virtud son los dos aspectos que debe de tener todo gobernante, pues el primero hace parecer y lucir en las acciones de gobierno y la virtud es necesaria para la vida. A decir verdad, la prudencia y la virtud define al gobernante verdadero, pues es tal no quien tiene el poder sino el que obra bien.
La virtud, como forma de vida, se expresa como fama y reputación, pues ambos valores son hijas de la voz pública, ésta es la ventana de todos los hechos y dichos del gobernante, ni el sol puede ocultar la virtud del gobernante. Habría que saber que una vez que un gobernante es aborrecido, sea o no con justa razón, no habría modificación de conducta alguna que le pueda ayudar y sea de utilidad.
Todo gobernante tiene que ser firme en sus decisiones. La firmeza es amiga de la vergüenza, del derecho y de la equidad, en el sinvergüenza no caben la piedad, la bondad y la justicia. Los grandes tiranos de la historia nunca tuvieron vergüenza por sus acciones.
La virtud de los gobernantes deberá también ser imbuida a los ciudadanos, pues una sociedad de virtuosos es más fácil de gobernar que una sociedad de sinvergüenzas.
La virtud del gobernante se puede transmitir a los ciudadanos por dos vías: por medio de las leyes y del ejemplo mismo. En relación con el ejemplo, se puede sostener por regla general: “¿Se quiere tener buenos ciudadanos?, no hay más remedio que el gobernante debe de predicar con el ejemplo. “¿los queréis disolutos y malos?. Descomponeos. Porque los príncipes no solo conciben los vicios, sino los derraman por la ciudad, haciendo más estrago y daño por el ejemplo que por la maldad que cometen” (Cicerón: citado por Lipcio. Ob. Cit. p.49).
De todas las virtudes que debe tener un gobernante es la virtud de la justicia. Esta debe de cubrir todo el universo de la Nación y del Estado. Su ausencia es indicador de obscuridades, nieblas, borrascas y tempestades. La justicia es virtud que guarda estrechamente el derecho y la equidad. Es torpe suponer que un gobernante pueda dirigir los destinos de sus conciudadanos por su única voluntad sin tomar en consideración el derecho. En palabras de San Agustín: Quitad la justicia ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios?.
Estas ideas expresan lo que el gobernante y ciudadanos deben ser, pero para Maquiavelo, la Ciencia Política, deberá de abordar el estudio tal como son los hombres y no como se quisiera que fueran. Los teóricos y filósofos anteriores, nos dice, Maquiavelo, se figuraron repúblicas y principados que nunca existieron.
Por eso, “hay tanta distancia de la manera en que se vive a la forma en que se debiera vivir, que quien diera por real y verdadero lo que debería serlo, pero por desgracia no lo es, corre a una ruina inevitable, en vez de aprender a preservarse, porque el hombre que se empeña a ser completamente bueno entre tantos que no lo son, tarde o temprano perece. Es, pues, preciso que el Príncipe que quiera sostenerse aprenda a poder dejar de ser bueno, para serlo o no serlo, según la necesidad lo requiera” ((Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón. México, 2007, p.52).
Si bien es cierto que la virtud y la prudencia son valores indispensables para lograr un buen gobierno, sin embargo han existido gobernantes virtuosos y prudentes que han perdido sus Estados, la equivocación está que las actitudes de prudencia y virtuosidad no pueden ser una norma constante sin cuidar las circunstancias y necesidades, como nos dice Maquiavelo. Hay que aprender a poder de dejar ser bueno, para serlo o no serlo, según la necesidad lo requiera, es la ley del gobernante. Pero que la necesidad sea la conservación del Estado.
La realidad es que el gobernante, está inmerso en una sociedad en que domina más la pasión que la racionalidad. Gobernante que no considere que el hombre es más pasión que racionalidad, está perdido, por eso, su comportamiento no puede ser lineal. La Política no es sobre debiera, ese es el problema de la moral, lo que es, es su materia.
Por estas ideas, se ha acusado a Maquiavelo de cínico, en realidad se trata sólo de conclusiones que se derivan de sus teorías, lógicas y experiencias.
Una experiencia de Maquiavelo, contada por el escritor Roberto Ridolfi. Maquiavelo trabajaba en la Cancillería de Florencia, por tanto, se requería que asistiera a comisiones propias de la Cancillería. “La primera vez que correspondió a Maquiavelo una de estas comisiones fue por un asunto de poca importancia, y también a causa de la tan llevadas y traídas guerras de Pisa. Fue enviado a entrevistarse con Jacobo d” Appiano, señor de Piombino, que era uno de los condottieri y pedía aumento de pago y de mando. De qué manera se desarrollaron las cosas entre él y y este principote, el cual, según un juicio que el mismo Maquiavelo escribió entre sus notas, “razonaba bien, concluía mal y ejecutaba peor”, se puede colegir por los resultados: éstos fueron, respecto a la primera petición, que lo convenció de que debía satisfacerse con lo que tenía; respecto a la segunda, haberle dado buenas esperanzas” (Ridolfi, Roberto. Maquiavelo. Edit. Renacimiento. México, 1961, pp. 35-36). Esto demuestra la agudeza de Maquiavelo y de su habilidad para entender lo que los hombres son realmente.
Pesquale Villari ha dicho, acertadamente, que Maquiavelo “se dio cuenta con toda claridad de que la política tiene formas y procedimientos de la moralidad privada; que, por el contrario, la moralidad de la vida privada puede a veces frenar a un hombre de Estado a la mitad de su carrera y hacerle vacilante, sin ser bueno ni malo, y que son principalmente las vacilaciones de este tipo las que conducen a la caída de los Estados. En esto no debe haber vacilaciones, decía, sino la adopción audaz de medidas adecuadas a la naturaleza de los acontecimientos. Tales medidas estarán siempre justificadas, cuando resultan idóneas para la consecuencia del fin. Y el fin que debe tomarse en consideración debe ser el bienestar del Estado. El que logra esto, aunque sea un hombre perverso, puede ser condenado por su perversidad, pero a pesar de ello merecerá como Príncipe la gloria eterna. Si por el contrario, produjese la ruina del Estado, ya sea causa de la ambición privada o debido a vacilaciones producidas por un motivo justo, caerá sobre él la infamia y pasará a la Historia como Príncipe perverso o incapaz, incluso aunque como individuo privado se haga acreedor a los mayores elogios. Tal es la verdadera significación de la máxima de Maquiavelo: El fin justifica los medios” ((Villari, Pasquale. Maquiavelo. Edit. Biografías Gandesa. México, 1971 p.474).
El éxito en la conservación del Estado hace al gobernante, será motivo de reconocimiento, no importando su moralidad privada, es una máxima muy necesaria en nuestros tiempos.