
Reforma de maíz transgénico: ¿camino a soberanía alimentaria de México?
OAXACA, Oax. 1 de diciembre de 2013 (Quadratín).- La tarea de gobernar un Estado y de conducir una nación por los caminos del progreso y de la paz, es bastante complicada. El hombre o mujer que desempeñe esta actividad no puede, ni debe ser un cándido hombre, un buen hombre, que actúe sinceramente y no por astucia.
Un gobernante que se muestre tal como es, irremediablemente estará perdido y por consecuencia, será la ruina de su gobierno. Un gobernante que haga de la sinceridad una norma de gobierno, será bastante vulnerable para sus enemigos. Jugar con cartas abiertas en las tareas de gobierno es una verdadera imprudencia.
En cambio, el gobernante astuto, el que oculta sus verdaderas intenciones, el que tiene siempre un as para la ocasión, el que aparenta, el que engaña, regularmente tiene éxito en sus empresas políticas, la historia lo demuestra fehacientemente.
Esto es así, porque está en la naturaleza de los hombres no ser buenos, el único hombre bueno que ha existido en la historia de la humanidad, lo sacrificamos, lo matamos, lo azotamos. Si el hombre es malo, no hay razón alguna para confiar en él, esa es la regla para el gobernante. Si buscamos hacer el bien al hombre, hay que hacerlo con astucia.
Para lograr el bien de los hombres, nos dice Maquiavelo que hay dos maneras: Con las leyes y la fuerza. Combatir los males sociales con las leyes es propio de seres civilizados, en cambio, a los animales se combaten por la fuerza, pues no son seres racionales.
Sin embargo, los hombres, los seres racionales, se comportan como si fueran animales, hay muchos ejemplos de ellos en el mundo, México y Oaxaca. Luego entonces, para poder combatirlos, hay que hacerlo en su propio terreno, es decir, en el terreno animal, por tanto, “El Príncipe debe saber portarse como hombre y como animal, que es lo que los escritores antiguos enseñan claramente cuando cuentan que Aquiles y otros príncipes fueron dados como alimentos al centauro Quirón que había de educarlos con su disciplina, para hacer ver que, como el preceptor era medio hombre y medio bruto, los príncipes tenían que participar de ambas naturalezas, pues no podían subsistir mucho tiempo una sin otra” (Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón. México, 2007, p. 57).
Ante la irracionalidad humana, cuando las leyes no son eficaces, hay que imitar, fundamentalmente, a dos animales por parte del gobernante: Al zorro y al león. Al primero por su astucia y al segundo por su fuerza. Las cualidades de ambos animales deberán estar presentes en todo buen gobernante.
Para Bermudo, esto es sólo justificable para determinadas circunstancias en que pueda vivir el gobernante, así: “En determinadas circunstancias que llamaremos excepcionales, está justificada una política que, recurriendo estrategias y procedimientos rechazados por la ética comúnmente aceptada, logra sacar a la comunidad de ese estado de excepción que amenazaba su existencia. Plantea, pues, no tanto la supremacía cuanto la legitimidad de una política sin control ético en determinadas circunstancias” (Bermudo, J.M. Filosofía Política l Luces y Sombras de la Cuidad. Tomo 1. Edit. Serbal. Barcelona. Es. 2001 p. 231).
La simulación, el disimulo son las armas favoritas del gobernante astuto. Vale la pena mencionar que la Iglesia Católica ha aceptado el uso del disimulo pero no de la simulación, pues este será un pecado. La simulación y el disimulo son las artes que requieren cierto entrenamiento, sin embargo, nos dice Maquiavelo que en virtud de que el hombre es tan sencillo, y está tan acostumbrado a obedecer a las circunstancias que el engañar siempre es tarea que estará presente pues siempre habrá a quien engañar.
Por otro lado, el gobernante que no cuenta con grandes cualidades y virtudes, deberá fingir tenerlas, pues el fingimiento es una cualidad más del arte de gobierno, ahora, si por el contrario, el gobernante tiene grandes cualidades, más vale no mostrarse tan abiertamente, pues se volverá muy vulnerable.
No hay que olvidar que la tarea fundamental del gobernante es preservar, mantener e incrementar el poder del Estado para el bien de la propia sociedad, si el gobernante no lo entiende de esta manera y hace uso de la astucia sólo para provecho personal, tarde que temprano será juzgado por ello.
El gobernante, por lo menos deberá mostrar las cualidades siguientes: Debe parecer clemente, fiel, humano, religioso e integro; más ha de ser muy dueño de sí para parecer lo contrario, dado el caso. En este radica el fingimiento en el ejercicio del poder, preservar el bien o el mal dependerá de las circunstancias pues siempre se deberá optar por la eficacia de su ejercicio, sin embargo, siempre se deberá buscar dar la impresión de tener buenas cualidades.
En los tiempos de la democracia de opinión más que de la democracia de la representación, comunicar la apariencia, saber colorear la realidad, nos demostrará la astucia del gobernante. En la acción de los gobernantes siempre será la opinión pública, y no los tribunales los que dicen la última palabra; así: “El Príncipe no ha de hacer más que vivir y sostenerse en su Estado; los medios que emplee para conseguirlo siempre parecerán horrados y laudables porque el vulgo juzga siempre por las apariencias y sólo se atiene a los resultados; todo el mundo es vulgo, y los menos no cuentan sino cuando la multitud no sabe en que apoyarse” (Maquiavelo. Ob. Cit. p. 59).
No cabe duda alguna que los gobernantes deben ser trasparentes, rendir cuentas a los ciudadanos, pero lo que no cabe es que el gobernante sea transparente, de buena fe y honesto con los gobernantes, con esta actitud, pronto será aborrecido por los propios ciudadanos y será motivo de escarnio público. Como no recordar el famoso episodio que sufrió el candidato Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, al mostrarse muy sincero y honesto, le costó seguramente, algunos miles de votos.
Los moralistas de la política opinan que el gobernante, más que astuto debe ser prudente, para mi gusto deberá tener las dos cualidades.