Palabra de Tribunal
OAXACA, Oax. 27 de octubre de 2013 (Quadratín).- Es recurrente calificar, de forma absoluta, a los gobernantes, no existe término medio para ello, por cualidades que le son encomiadas o reprobadas, nos dice Maquiavelo. Se les aprueba o reprueba, en buenos o en malos, no hay de otra.
El gobernante deberá de cuidar que en, primera instancia, sea aprobado, a partir de aquí, puede transitar en su período gubernamental con cierta tranquilidad. Sólo errores garrafales e incompetencia evidente, puede hacer cambiar la percepción inicial.
La realidad es que no existe gobernante alguno que sólo tenga buenas o malas cualidades, si tuviera sólo buenas cualidades sería un verdadero tesoro.
Como no se puede tener todas las buenas cualidades o servirse de ellas, porque está en la naturaleza humana no tenerlas, “Se necesita grandísima prudencia para sabe evitar la infamia de los vicios que le harían perder el poder, y para preservarse de los demás, a ser posible; pero, si esto último es superior a sus medios, no debe preocuparse de ello con exceso y sí velar constantemente por huir de los defectos que pudieran perderlo. Tampoco debe temer incurrir en infamia por los vicios que son necesarios para la conservación del Estado, porque, considerándolo bien, tal caso que parezca virtud, podría perderla, si la practicase; y otra que parezca vicio, puede ser la causa de su seguridad y de su dicha”(Maquiavelo.Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón, México, 2007. P.53).
Se puede afirmar categóricamente que el gobernante tiene como fin fundamental nutrir, mantener y aumentar las fuerzas del Estado. Sólo un Estado fuerte es capaz de mantener el orden político, preservar la paz, la felicidad humana y las libertades.
La prudencia, es decir, actuar con sabiduría, con conocimiento de causa, con tacto, es el remedio para evitar la infamia de los vicios. Por ello, proponemos una nueva ciencia de los gobiernos y del orden político: La Ciencia de la Prudencia. Necesitamos, por tanto, de gobernantes prudentes.
En una primera instancia, se debe de reconocer en el gobernante prudente, la necesidad de una superioridad intelectual, pues si es prudente, podrá considerar lo que es bueno para los hombres y la sociedad como lo que es bueno para sí mismo.
El gobernante prudente se propone, por su capacidad intelectual, la vida feliz de la comunidad que dirigen, es decir, el prudente trasciende los fines particulares.
A la prudencia le es consustancial la experiencia. El conocimiento práctico que se deriva de ella, es una condición para lograr la eficacia y eficiencia en el gobierno. La experiencia es un saber vivido más que aprendido, de aquí su valía.
Por esta relación de la prudencia con la experiencia, algunos niegan la cientificidad de la prudencia, pues: la experiencia se trata de un saber enraizado en la existencia de cada cual; si la experiencia es incomunicable, es singular para cada quien, en cambio la ciencia es impersonal y se trasmite de manera universal, en cambio “la experiencia se sitúa en un nivel más vital: en el nivel donde las facultades intelectuales son responsables no sólo de la lógica de su contenido, sino de la conducta del hombre, de la cual son guía, en este nivel donde el lógos mismo debe hablar el lenguaje de la pasión, del carácter, del placer y de la pena, si quiere ser entendido por ellos y elevarlos a su nivel” (Aubenque, Pierre. La Prudencia en Aristóteles. Edit. Las Cuarenta. B.A. 2010, pp. 98-99).
Por lo anterior, a los gobernantes prudentes se les puede apreciar a tener la capacidad de la perspectiva global y el sentido de lo particular, de aquí que sea una capacidad intelectual superior.
Entonces la prudencia es un saber particular, vasto y disponible, enriquecedor para el gobernante. Las disposiciones de la prudencia suponen cualidades naturales, sino también virtudes morales que tendrán el propósito de guiar al gobernante, tales como: la valentía, el pudor, la templanza. La templanza se le asigna ser la salvaguarda de la prudencia, de aquí que Aubenque, afirme que: “Por este motivo se elogia a alguien por ser prudente como por ser virtuoso, pero no por ser inteligente o por poseer tal o tal cualidad natural” (Aubenque, Pierre. Ob. Cit. p. 100).
La prudencia tiene que ver también con la habilidad, el gobernante prudente es también el gobernante hábil. Sin embargo, las acciones de la habilidad deberán de tener como fin el bien del ordenamiento político, en caso contrario, no es una virtud del prudente. Así, la prudencia es la habilidad del virtuoso.
Si mantener el orden político es el fin del gobernante, sí lo logra, la infamia del los vicios son aceptables. Colorear el gobierno es indispensable para ocultar los vicios por el bien del Estado, pues muchas veces, los vicios coloreados en virtudes públicas salvan el orden político. Así mismo, practicar una virtud que parezca vicio para salvar al Estado es un recurso de la acción política.
Para lograr el éxito en el gobierno se deberá ser prudente en la toma de decisiones y se deberá ser eficaz en su logro, no importando los medios para alcanzarlos.
Si bien es cierto que estas conclusiones son de gran controversia, sin embargo, ante las nuevas realidades en que se desenvuelven los gobiernos, la prudencia y la eficacia deberán de ir juntas para evitar el uso de recursos indebidos para alcanzar los fines del gobierno.