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OAXACA, Oax. 8 de diciembre de 2013 (Quadratín).- Una preocupación fundamental de todo gobernante es evitar ser odioso y despreciable, es fundamental que lo evite, porque si lo logra, no deberá temer cualquier otra infamia.
Existen áreas en la vida del ser humano que el gobernante debe de respetar si no quiere pasar por odioso, nos dice Maquiavelo, por ejemplo, no debe apoderarse de los bienes y mujeres de sus conciudadanos, no haciéndolo, los ciudadanos lo pueden soportar. La ambición de la gente menor se puede dominar en diversas formas, cuestión que al gobernante no le debe preocupar.
Por otro lado, todo gobernante se hace despreciable si es inconstante, es decir, que muda con demasiada facilidad y ligereza de opinión, pensamiento, de aficiones y de conducta. La inconstancia de un gobernante es un verdadero peligro para la buena marcha del gobierno. Regularmente, por ello, se tiene un gobierno que no goza de la confianza de los ciudadanos. El gobernante inconstante nunca podrá llegar a ninguna meta o lograr un objetivo.
Tampoco el gobernante puede ser ligero o actuar por ligereza, es decir, no puede ser voluble, inestable, irreflexivo o poco meditado. Las labores de gobierno son tan importantes y fundamentales para la ciudadanía, que amerita responsabilidad, constancia en la acción, reflexión sobre las decisiones a tomar o meditar bien las decisiones y acciones de gobierno. La frivolidad se acompaña muy bien con la ligereza.
Tampoco es deseable que el gobernante parezca afeminado, esto es, que pierda la energía atribuida a su condición varonil; o que esté inclinado a que sus modales y acciones o en el adorno de su persona se parezca a las mujeres. En la cultura general, lo afeminado se puede traducir como cobardía. Incluso, cuando la mujer es gobernante es reprobable que se haga parecer a un hombre, lo que significaría una cobardía para asumir su condición de mujer.
Así mismo, el gobernante no se puede mostrar como un pusilánime, es decir, falta de valor para intentar cosas grandes, emprender grandes proyectos o enfrentar, con valor, los problemas fundamentales de gobierno.
Ser irresoluto es un verdadero mal en todo gobernante, pues significa ante los problemas no toma las resoluciones adecuadas. La falta de decisión de los gobernantes habla mucho de su incapacidad.
En sus relaciones con sus conciudadanos, en forma particular, es conveniente que sus decisiones sean irrevocables y que nadie se atreva en engañarle, ni mucho menos hacerle cambiar de parecer, para fines particulares. Un gobernante que sigue esta regla será respetado y amado, así como sus enemigos lo consideren de cuidado.
La regla a observar, nos dice Maquiavelo, es que el gobernante no debe temer, más que lo necesario, de sus enemigos si cuenta con el favor del pueblo; “Pero si el pueblo está en contra suya y le detesta, puede temerlo todo por parte de todos” (Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón. México, 2007, p. 61)
Existe una regla de oro para el buen manejo del arte de la política, no desesperar a los grandes y satisfacer al pueblo. Lograr el equilibro entre el deseo inmenso de los poderosos de adquirir más riquezas y poder, y mitigar la sed de justicia, libertad y bienestar del pueblo.
Si el régimen es democrático, este arte es mucho más difícil, pues este régimen permite la ampliación de las demandas del pueblo y el irrefrenable chantaje de los poderosos para apropiarse de la riqueza pública.
La mejor institución para administrar y atajar la intolerancia de los poderosos, debe ser el Congreso o el Parlamento. Esta institución deberá servir de muro de contención de las demandas de los poderosos. Al ser integrado por una pluralidad, no tendrá uniformidad de criterio para aceptar las demandas de la clase pudiente. Un Congreso fuerte y honorable sirve de equilibrio en los regímenes políticos.
Para defender al pueblo en general, sobre todo a los desprotegidos, se deberá tener un poder judicial autónomo, profesional, que no solo actúe en la legalidad sino también con justicia. “De donde se puede deducir que los príncipes deben dejar a otros la aplicación de las penas y reservarse la distribución de las mercedes” (Maquiavelo. Ob. Cit. p. 61)
Sin embargo, el gobernante siempre se las verá con la ambición de los poderosos y la insolencia de los pobres. Si a esto le aunamos la avaricia de los militares, se tendrá siempre una enorme dificultad para conservar el gobierno. “Siempre hay alguien que odie a los Príncipes, han de procurar que no sea la multitud la que los odie; y si no pueden conseguirlo, tienen que evitar a todo trance el odio del partido más poderoso. Y como los emperadores a quienes la naturaleza o el arte no deban autoridad suficiente para contener a unos y otros, perecían siempre; y como la mayoría de tales príncipes, y en especial los que de particulares habían subido al trono, sabían la necesidad de tener contentos ambos partidos, se ponía de parte de las tropas sin parar mientes en ofender al pueblo” (Maquiavelo. Ob. Cit. p. 62)
El gobernante deberá tener mucho cuidado de la relación entre los poderosos, el pueblo y los militares. Deberá de saber que lo mismo se ganan odios gobernando bien que gobernando mal. Si quiere conservar bien su gobierno, se puede ver obligado a no ser bueno y obrar con la fuerza del poder. En esta relación deberá seguir sus instintos y contentarlo, por ello, ya no se tiene libertad para hacer el bien.
Maquiavelo relata el ejemplo de Alejandro el Magno, quien siendo tan bondadoso, nunca dejó que matasen a un soldado o súbdito sin juzgarlo; pero se le tenía por afeminado y por ser un gobernante manejado por su madre, por lo cual era despreciado y poco respetado, el ejército conspiró contra él y le dio muerte. Cuidado pues, con las apariencias y con el desprecio del pueblo.