
Recuerdo de un Cronopio
OAXACA, Oax. 22 de diciembre de 2013 (Quadratín).- En su libro, el Príncipe, Maquiavelo sostiene que: “Un Príncipe prudente no debe cumplir su palabra sino cuando pueda hacerlo sin perjudicarse y cuando ya no existan las circunstancias que le obligaron a empeñarla” (Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón, México, 2007, p. 57).
Para Maquiavelo, por tanto, existen dos condiciones para que el gobernante traicione su palabra o no cumpla acuerdos pactados en la política: no sufrir perjuicios por el incumplimiento y cuando las circunstancias cambian en relación al momento de empeñar la palabra o el acuerdo. La condición fundamental para no cumplir acuerdos o traicionarlos, debe ser, a todas luces siempre, que tal traición sea en beneficio del interés común, de la nación, Estado o pueblo, en otras circunstancias cae en el ámbito de la moralidad privada.
Los autores franceses, Denis Jeambar e Yves Roucaute, en su libro: “Elogio de la traición. Sobre el arte de gobernar por medio de la negación”, editado por Gedisa en el 2008 en España, nos plantea la problemática de la traición en la teoría política, en primer lugar, en sus términos más generales, al decir que: “En los avatares de un proceso reiniciado y nunca terminado, los políticos son objetos de frecuentes ataques bajo los peores pretextos. Ocultos detrás de la máscara del ciudadano, los moralistas, abogados de una sociedad civil quejumbrosa, los acusan de no cumplir sus promesas, de ceder a la demagogia, hija perversa de la democracia, de estar dispuestos a renegar de lo que sea, con tal de conquistar y luego conservar el poder”.(Jeambar, Denis, et. al. Ob. Cit. p. 9).
Debemos pensar, la traición política sólo vale en aras del beneficio de la nación, patria, pueblo o Estado, si esto no es así, las políticos que no cumplen sus promesas en otras circunstancias de las mencionadas, faltan a la moral. Sin embargo, en el realismo de la política, en su praxis cotidiana, nos dicen los autores citados: “No traicionar es perecer: desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia” (Jeambar, Denis. Et. al. Ob. Cit. p. 10).
En la reciente reforma energética, los unos acusaban a los otros como traidores a la patria y a los principios de la Revolución Mexicana, los otros, los acusaban de nacionalistas trasnochados, en este sentido, la política estaba ausente, porque la democracia funciona con normas, tales como de la mayoría, pudiese ser que dicha mayoría no tuviera razón sobre su decisión, pero la regla es la regla. Por otro lado, la política nos habla de flexibilidad en la toma de decisiones, de aprovechar la ocasión, de asumir riesgos, así mismo de la necesidad de la adaptabilidad, de negar todo dogmatismo. La función fundamental de la política es mantener la construcción constante del bien común, de construcción del espacio público, del interés general. Por ende, para responder a estas características de la política, la traición le es consustancial.
Por el contrario, no responder a los principios democráticos o a los marcos en que se da la democracia ser inflexible, no adaptarse a las circunstancias, ser un dogmático y caer en la religiosidad de la palabra o del acuerdo, es sencillamente, negar la política y es caer en la cobardía política.
Por esa razón, es aceptada la apreciación de Maquiavelo, cuando sostiene que; “Muy digno es de elogio al príncipe que conserve la fe, que obre sinceramente y no por astucia; pero la experiencia de nuestros tiempos demuestra que sólo han llevado a cabo grandes empresas los que hicieron poco caso de su palabra, que se dieron maña para engañar a los demás y que al fin supieron vencer a los que en su lealtad habían confiado” (Maquiavelo, Nicolás. Ob. Cit. p. 57).
La traición va de la mano con la eficacia del gobierno, La traición va de la mano con la realización de grandes proyectos de los Estados, por ello, el que no es capaz de traicionar su palabra, en aras del bien común, no sirve para político.
Hay otros que no son de esta misma opinión, por el contrario, piensan que “es posible estructurar una administración fuerte y progresista, sobre los anchos movimientos de la lealtad a la palabra jurada, del interés general, de la verdad y de la justicia. Y ello sin dejar de ser hábil y sagaz. En suma: que se puede ser honorable y a la vez buen político” (Ramírez, Alfonso Francisco. Antología del pensamiento político. Edit. Trillas. México, 1962. p. VII prólogo.). Si se lograra con esto ser eficaz en el gobierno sería magnífico, ese es el ideal.
Es indudable que la traición es más imperioso en los regímenes democráticos que en los despóticos o autocráticos, por ser aquella un verdadero campo de batalla para establecer la diversidad de los proyectos. En gobiernos únicos, la traición puede ser una herramienta poco útil. Los tiempos, los pocos periodos de gobernabilidad y las grandes transformaciones sociales en una democracia de opinión, la traición a la palabra es una imperiosa necesidad.
Así, “en este universo ultramoderno en el que se impone lo efímero, la política debe hacer gala de una gran elasticidad para conservar las relaciones necesarias entre los individuos, átomos inquietos del cuerpo social, en intervenir en los conflictos de intereses sin cometer excesos” (Jeamber, Denis. Et. ab. Ob. Cit. p. 11). Así también, un incumplimiento de la palabra empeñada puede salvar a una nación entera, como se ha demostrado en la historia. La traición política no es inmoral, es simplemente amoral.
En tiempos de gobiernos más sujetos a la competencia y a la opinión pública, los dogmatismos, las rigideces, las ideologías, producen déficit de gobernabilidad, son los tiempos de gobiernos pragmáticos que ven más por los cortos y medianos plazos, que aquellos gobiernos que se planteaban grandes empresas utópicas, no son los tiempos de los grandes relatos, sino de acciones concretas para sociedades concretas.
Asimismo, la traición, en más de las veces puede evitar la arbitrariedad del gobierno, si las circunstancias cambian. Claro está, la traición política está de espalda a los oportunismos que significan, simple y llanamente, la preeminencia de lo privado sobre lo público, mientras que la traición es la sujeción de lo privado a lo público.
La traición política deberá estar siempre acotada a los deseos y aspiraciones de los electores, la traición no es absoluta de alguna manera. Eficacia de gobierno y voluntad ciudadana deben ir de la mano casi siempre.
Por la decadencia de las ideologías, por la aparición del pragmatismo en el gobierno, la acción política lleva en su seno la existencia de la traición, incluso para nuestros autores, ya citados, nos afirman que la traición está en el corazón mismo de la vida política; de su buen manejo puede depender el futuro de los gobernante, el progreso de las sociedades y de las mismas libertades pasan por la suave mano y el poder de seducción del traídos”(Jeambar, Denis. et. al. Ob. Cit. p. 12).
Sobre este tema es posible reflexionar si hubieron posibilidades en nuestra historia nacional, si la traición política hubiese sido posible. Por ejemplo, Si Villa y Zapata, hubiesen traicionado sus objetivos y se hubieran atrevido a tomar el poder y hacer a un lado al viejo Carranza y al astuto obregón. Ni duda cabe, se hubiese tenido una revolución más radical y tal vez más justiciera.
En un posible elogio de la traición, se vale decir con Jeambar y Roucaute, que los gobernantes no son las palabras sino los hombres.
Para la acción de cualquier traición política, la alabanza del pueblo vale más que todos los haberes, pues en realidad no hay fenómenos morales, lo que hay no es más que interpretaciones morales de los fenómeno, esto en términos nietzcheanos.