Honrar su memoria
OAXACA, Oax. 29 de diciembre de 2013 (Quadratín).- Se puede concebir al Gobierno, en su sentido estrecho, es decir, el ámbito del Poder Ejecutivo, como una máquina, como un reloj, donde cada una de sus piezas ha de cumplir sus funciones. Dentro de esta maquinaria, indudablemente, juegan un importante papel los secretarios, o también llamados ministros, los directores de organismos, empresas y demás instituciones del gobierno.
No basta pues, tener un buen gobernante, que sea capaz de reunir las virtudes necesarias, sino que también habría que determinar los colaboradores más idóneos para cada cargo.
Si no existiera una armonía plena entre gobernante y colaboradores, el peligro de la ingobernabilidad es latente y la ineficacia del gobierno sería evidente.
Para ilustrar mejor la importancia de los secretarios y demás colaboradores del gobernante, se puede recurrir a la metáfora del arte de navegar un barco. Así, no rige una nave un hombre solo; son necesarios pilotos, marineros y grumetes. O la metáfora de la construcción de un edificio. No construye una casa sólo el arquitecto, sino le ayudan maestros y albañiles. Mucho menos se puede regir una nave de una República, ni construir el edificio del gobierno, si no hay muchos que ayuden y cooperen.
Los colaboradores, por tan tanto, no son externos o extraños de la buena marcha de un buen gobierno, son la esencia misma del gobierno. Ese edificio del gobierno, ese orden del poder, no podría existir sin los secretarios y demás colaboradores.
Puede quedar mucho más clara la idea, si se usa el símil de la anatomía para explicar de cómo han de actuar cada uno de los miembros en el cuerpo de la acción política. Así, A. Mendo, en su obra:” Príncipe perfecto y ministros ajustados, documentos políticos y morales”; impreso en Salamanca, en el año 1657: “Necesita el príncipe de muchos ojos, oídos y manos, y lo son sus consejeros y ministros. Tantos ojos, oídos y manos se añade un rey, cuantos ministros prudentes y celosos tiene. Si no hay muchas manos que manejen los negocios se retardará su despacho con detrimento público” (pág. 32).
Existe también la tradición política que sostiene que el gobernante es el cerebro que piensa y que los secretarios son los brazos que ejecutan, siguiendo con el símil del cuerpo humano. Los ciertos es que los secretarios y demás colaboradores del gobernante, son tan importantes como lo es el gobernante.
Es menester que el gobernante elija a sus colaboradores con criterio muy precisos tales como: los que se distingan por su honradez, su ingenio, su prudencia, su grandeza de alma y su rectitud en la obediencia, tanto al pueblo como al gobernante.
Cabe señalar que el secretario o colaborador, al momento de ser nombrado, tiene dos superiores, por decirlo así, al soberano que es el pueblo en primer lugar, en segundo lugar, al gobernante quien lo nombro.
Aquí surge el primer dilema que sufren los buenos gobernantes: elegir al colaborador por sus virtudes o por su ciencia. Lo ideal sería elegir quien tenga ambos requisitos, pero si se está en el dilema, es preferible elegir al colaborador por sus virtudes, incluso se considera pertinente hacer un examen de su vidas y costumbres.
Es ideal que antes de nombrar un Secretario o Ministro sea aclamado por la simpatía del pueblo, para que el mismo pueblo pudiese tener el derecho de reclamar sus faltas.
Juan de Mariana, quien escribe el libro: “Del Rey y de la institución real”, reproducido en parte en la obra colectiva: “El Arte de Gobernar: antología de textos filosóficos-políticos. Siglos XVI y XVII”, editado por Antropos, México, 2008, sostiene que: “los cargos de la República no han de confiarse sólo a los que lo solicitan, deben si confiarse a lo más idóneos, a los que más se distinguen por sus costumbres y por su mucha experiencia” (pág. 33).
El propio Mariana, recomienda que se debe evitar nombrar a favoritos, privados y parientes, pues las cuestiones de la República son tan fundamentales que no vale cometer tan enorme error.
Tampoco es conveniente nombrar a personas sin experiencia para altos puestos de la República, pues más de las veces, se cree que pueden aprender en el puesto mismo. La curva de aprendizaje le cuesta mucho a la Nación. Es preferible nombrar a los colaboradores sabiendo de su ciencia y prudencia.
Es recomendable hacer guardar la potestad del gobernante, pues cuando el secretario se asume como parte de la potestad, se obtienen resultados funestos para la buena conducción de la República. Los secretarios no pueden mandar por encima del titular del Estado. Para Maquiavelo, el príncipe demuestra su sabiduría y capacidad al nombrar a sus ministros y colaboradores. El buen gobernante no se puede equivocar en esta materia; así, “un Príncipe que coloca bien su confianza no es Príncipe ordinario; y por ahí es por donde se juzga la prudencia que puede tener, que, por otra parte, no suele haber muchas ocasiones de apreciar” (Maquiavelo, Nicolás. “El Príncipe”. Edit. Colofón. México, 2007, pág. 71).
Para el florentino, hay tres clases de ministros: los que son capaces de comprender y aprender por si solos; los que comprenden todo cuanto se les enseña y por último, los hay que no comprenden ni por si ni por otros. A los primeros se les considera idóneos y magníficos, los segundos buenos, inútiles e incapaces a los últimos. Baste decir que en nuestro Estado predominan estos últimos en el gobierno de la alternancia.
Además de cuidar que sus colaboradores sean lo más idóneos para los cargos, el gobernante debe estar atento sobre el comportamiento de sus colaboradores. Si se observa que un colaborador piensa más en él que en el gobernante y que todos sus actos responden a su provecho, tanto público como privado, nunca hay que fiarse de este personaje, lo primero que hay que hacer es despedirlo sin miramientos.
De aquí la precisa recomendación de Maquiavelo: “El que rige los negocios de un Estado no lo ha de pensar nunca en sí propio, sino siempre en el Príncipe, ni hablarle nunca cosas ajenas al Estado” (Maquiavelo, Nicolás. Ob. Cit. pág. 72)
Por el lado del gobernante, deberá siempre reconocer a los buenos colaboradores, castigar a los malos; a los primeros los tiene que honrar, cultivar su agradecimiento con dignidades y cargos, método idóneo para que no ambicionen más y que teman al gobernante, que sin él no pueden conservar los cargos conferidos.