Diferencias entre un estúpido y un idiota
OAXACA, Oax. 12 de enero de 2014 (Quadratín).- Una extraordinaria descripción del daño que le pueden hacer al gobernante los aduladores, es la ofrecida por el Barón de Holbach (1723-1789) de la siguiente manera: “Un gobernante enemigo de la verdad, desprovisto de equidad y de ilustración, que desconoce el mérito, que sólo aprecia a los aduladores, no será jamás servido por súbditos fieles, sinceramente adicto a su persona, ocupado del bien público, e interesado en la gloria de su jefe. Empleados tan sólo en su bienestar, aplaudirán aquellos vicios de que esperan sacar provecho; tratarán de corromper al gobernante; le harán ver la grandeza en la prodigalidad; lo apartarán de los negocios y lo sepultarán en la molicie y en los vicios. El ejemplo del gobernante, siempre será contagioso, infestará a los que lo rodean, no tendrá amigos; sólo tendrá cómplices en sus desarreglos, enemigos del mérito y de la virtud, los cuales, aturdiendo a su señor, le impedirá oír la voz de la verdad. Así se perpetuarán los males de naciones; el gobernante, aletargado por el vicio, sólo conoce su ruina cuando ya es demasiado tarde para evitarla”. (Ramírez, Alfonso Francisco. Antología del pensamiento político. Edit. Trillas, México, 1962, p. 239).
Si el gobernante tiene plena conciencia de la peligrosidad de los aduladores, es importante retomar las consideraciones que hace Maquiavelo para poderlos evitar.
Una primera consideración, los gobernantes, en relación con los aduladores, es un mal que difícilmente evitan, muchos se sienten cómodos si cuentan con muchos aduladores. Por amor propio, los gobernantes se engañan al aceptar la existencia de los aduladores.
Para evitar la adulación, el gobernante debe de convencer a sus colaboradores, que no lo ofenden al decirle la verdad, por el contrario, le hacen un bien a él y al Estado el conocimiento de la verdad. Pero cuidado, nos dice Maquiavelo, si todos dicen la verdad, le están faltando el respeto, pues significa que el gobernante no tiene un ápice de credibilidad.
En este sentido, el gobernante tiene que ubicarse en un término medio, así, cuando quiera saber de la verdad sobre su gobierno, deberá escoger a la persona idónea y en asuntos muy concretos y no en todas las secretarías, porque en tal caso le estarán mintiendo al gobernante.
Es importante que el gobernante, al escuchar a la persona y funcionario escogido para saber de la verdad sobre su gobierno, debe escuchar, interrogar con sabiduría, deliberar e intercambiar opiniones, es importante hacer creer al interrogado que le está complaciendo su libertad para opinar sobre los asuntos del Estado.
Es importante que el gobernante escuche y delibere con pocas personas, pues si hace lo contrario, la diversidad de opiniones lo puede perder.
Para ilustrar la tesis anterior, Maquiavelo pone el siguiente ejemplo: “El sacerdote Luca decía un día del emperador Maximiliano, su señor, que nunca se aconsejaba de nadie, y que, no obstante, nunca hacia nada a su capricho, debido a que seguía un sistema contrario al que acabo de indicar; porque el emperador era hombre reservado que a nadie comunicaba sus proyectos ni pedía consejo; pero, como en el momento de ejecutarlos, se empezaba por conocerlos, eran criticados por las personas que le rodeaban, y fácilmente renunciaba a ellos. De donde resultaba que siempre se destruía lo que se había hecho la víspera, que nunca se sabía lo que quería hacer y que no se podía contar son sus decisiones” (Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Edit. Colofón. México, 2007, p. 73). No escuchar o escuchar demasiadas opiniones acarrea siempre males a los gobiernos.
Es prudente, por tanto, que el gobernante busque consejo en todas las materias, pero cuando él quiera y desee, no cuando quieran los otros, pues se cae en la adulación, a la que es preciso evitar. El gobernante, ni duda cabe, le es propicia la adulación, lo nutre, lo engrandece, sin embargo, para él será muy positivo, pero para el Estado es demasiado pernicioso.
Una característica de un buen gobernante y que quita de encima a los aduladores, es que debe de sustraerles las ganas de opinar cuando no se les pide. Un buen gobernante debe preguntar mucho, escuchar con prudencia y sabiduría la verdad y los que ocultan la verdad hacerlos saber la molestia que tal actitud le genera.
Los aduladores se hacen creer que la prudencia del gobernante se debe a los consejos que le otorgan; cosa por demás muy equivocada, pues un gobernante que no es prudente de por sí, no puede recibir consejo alguno. La esencia de la prudencia del gobernante es saber discernir entre diversas opiniones y saber tomar la mejor decisión.
Ser aconsejado por un solo ministro o secretario de Estado es peligroso para el gobernante, pues de aconsejado puede pasar a ser dirigido, cuestión que le valerá la pérdida de su gobierno.
“Aceptando los consejos de varios, el Príncipe que no es prudente nunca tendrá consejos uniformes ni será capaz de conciliar sus diversos pareceres. E n cuanto a los consejeros, éstos no pensarán más que en sus intereses, sin que el Príncipe lo note ni pueda corregirlo. Como muy generalmente son malos los hombres, si no se les impone la necesidad de ser buenos, el Príncipe no podrá tener otros” (Maquiavelo, Nicolás. Ob. Cit. p. 73)
Queda claro pues, que es la prudencia del gobernante lo que hace posible los buenos consejos y no los buenos consejos la sabiduría de gobierno. Es la esencia del gobernante lo que hace posible la eficacia de los buenos consejos y es la misma la que hace posible la complacencia de los malos consejos y malos consejeros.
Es pertinente recordar lo que Lorenza Ramírez del Prado en su libro Consejo y Consejeros de Príncipes, publicado en los años 1628 y 1644, señalaba sobre la labor del consejeros “En los consejeros no ha de estar sujeto el entendimiento, esto es, que hablen la verdad con solicitud, con diligencia” (p.33)
Contar con la prudencia del gobernante y la honestidad de los consejeros es suficiente para evitar a los aduladores.