
México y la semana aquimichú
OAXACA, Oax. 27 de abril de 2014 (Quadratín).- Montesquieu (1689-1755) propuso una tesis muy interesante que vale la pena analizar: “Vale más decir que el gobierno más conforme a la naturaleza es el que más se ajusta a la disposición particular del pueblo para el cual se establece” (Montesquieu. Del Espíritu de las Leyes. Edit. Porrúa. México, 2001, p. 7).
En primera instancia, el gobierno se debe ajustar a la realidad física del lugar, por ejemplo al clima; al género de vida de la población, por ejemplo si son campesinos, obreros o pastores; al grado de libertades conque goza el pueblo; a su religión, a sus inclinaciones, a su riqueza, al número de sus habitantes y a la índole de sus costumbres; también ha de amoldarse a su historia e origen, así como a las disposiciones del soberano, que necesariamente debe ser el pueblo.
Esta regla, tan elemental, tan lógica y de sentido común, no la aplican los que forjan los gobiernos, por el contrario, regularmente van en sentido contrario de la misma.
El espíritu de los gobiernos sería, entonces, la correspondencia entre el gobierno y esta naturaleza de los pueblos. Pongamos un ejemplo cotidiano para podernos explicar mejor, el gobierno oaxaqueño. Si hubiese una correspondencia entre la naturaleza de la población y el gobierno, se debería constituir un gobierno de acuerdo a los valores indígenas, pues los indígenas somos la gran mayoría de la población, por el contrario, existe un gobierno de espaldas a los pueblos indígenas del Estado. Asimismo, la comunidad es nuestra base de organización política y social, por el contrario, el gobierno dispone que sea el municipio. Nuestra convivencia se basa en los valores colectivos y en la solidaridad, mientras que el gobierno, por medio de sus leyes, nos impone valores individualistas.
El reconocimiento de los sistemas normativos de los pueblos indígenas, es apenas el primer paso de coherencia que han hecho los gobiernos oaxaqueños. Está en manos de los actuales legisladores avanzar más en la materia, puesto que está en la legislatura la iniciativa que envió el gobernador Gabino Cuè, sobre sendas reformas a nuestra Constitución en materia indígena. Vale decir que dicha iniciativa es producto de diversas consultas a los pueblos organizadas por la Secretaría de Asuntos Indígenas que dirige, con eficiencia, el hermano mixe Adelfo Regino y su equipo de trabajo.
Asimismo, en cuanto pueblos, no tenemos representación en la cámaras de diputados local ni nacional, es decir, ¡la gran mayoría de la población oaxaqueña no estamos representados en la principal institución legislativa! Esto es una verdadera tragedia griega, por decir lo menos.
Una segunda tesis de nuestro autor consiste en lo siguiente: “El pueblo que goza del poder soberano debe hacer por sí mismo todo lo que él puede hacer, y lo que materialmente no pueda hacer por sí mismo y hacerlo bien, es menester que lo haga por delegación en sus ministros” (Montesquieu. Op. Cit. p.10).
Lo que el pueblo debe de hacer y hacerlo bien, es definir su proyecto, sus aspiraciones, sus valores y principios, su estrategia de desarrollo, y porque no, su utopía. Su instrumentación estaría a cargo de sus representantes y servidores públicos. Su voluntad lo debe expresar la Constitución en un solo acto, por ello, en la propia norma general, deben existir normas que expresen principios fundamentales que ningún poder legislativo pueda cambiar. Siempre en cuando que sean normas que son el producto de ese espíritu de las leyes y del gobierno.
Por otro lado, los ministros y magistrados deberán ser aprobados en su desempeño ante los representantes del pueblo y ante la opinión pública, todo servidor público que no sea aprobado deberá ser cesado de inmediato por el gobernante en turno, no vale el argumento de que “sólo el gobernador me puede despedir.”
Los gobernantes, casi siempre se equivocan al nombrar a servidores públicos, por el contrario, nos dice Montesquieu, “el pueblo es admirable para escoger a los hombres a quien debe confiar una parte de su autoridad. Le bastan para escogerlos cosas que no puede ignorar, hechos que se ven y se tocan. Sabe muy bien que un hombre se ha distinguido en la guerra, los éxitos que ha logrado, los reveses que ha tenido; es por consiguiente muy capaz de elegir un caudillo. Sabe que un juez se distingue o no por su asiduidad, que las gentes se retiran de su tribunal contentas o descontentas; está pues capacitado para elegir a un pretor. Le han llamado la atención las riquezas y magnificencias de un ciudadano; ya puede escoger a un buen edil. Todas estas cosas, que son otros tantos hechos, las conoce el pueblo en la plaza pública mejor que el monarca en su palacio. ¿Pero sabría dirigir una gestión, conocer las cuestiones de gobierno, las negociaciones, las oportunidades para aprovechar las ocasiones? No, no sabría (Montesquieu.Op. Cit. pp.10.11).
El conocimiento del pueblo de aquellos ciudadanos que serían capaces para desempeñar los cargos públicos, es tergiversado por los partidos políticos y por los medios de comunicación, en cuanto aparatos ideológicos del gobierno, en razón de ello, no es en la plaza pública donde se conocen a esos ciudadanos capaces, sino que nos son impuestos por estos aparatos de mediación, que regularmente promueven a personas incapaces, corruptas e insensibles ante los reclamos del pueblo, aún más peor, los gobernantes deciden por incondicionales, leales e íntimos sin importar su competencia.
En la elección de los gobernantes son por demás muy interesantes las tesis de nuestro autor, es proclive al voto público y no al voto secreto, así, sostiene que: “La ley que fija la manera de entregar el boletín de voto es otra ley de la democracia. Es una cuestión muy importante la de saber si el voto ha de ser público o secreto. Cicerón dejó escrito que las leyes haciendo secretos los sufragios, en los últimos tiempos de la república romana, fueron una de las principales causas de su caída” (Montesquieu. Op. Cit. p. 12).
Es pertinente que el voto sea público, como en nuestras comunidades indígenas, pues el voto de los hombres de bien instruye a los demás, el ejemplo de vida es motivo de enseñanza democrática, sin embargo, los argumentos por la secrecía del voto consiste en la presión que pueden tener los ciudadanos por los elementos de poder en la comunidad o sociedad. En lo particular, la secrecía del voto ha permitido que las presiones de poder sea eficaz la cobardía de los ciudadanos al no emitir su verdadera voluntad, la libertad se ejerce de cara a la sociedad y no en la soledad de la urna.