Honrar su memoria
OAXACA, Oax. 19 de enero de 2014 (Quadratín).- Un peligro que debe temer todo gobernante es la posibilidad de perder el Estado y por lo tanto, también el gobierno. Cuando esto sucede, el ciudadano estará inerme ante el dominio del más fuerte y del control privado de la violencia. Se estará en la situación en la que el ciudadano perderá su seguridad y por ende, su propia vida.
Por esa razón, la obligación primaria del gobernante es garantizar la seguridad y la vida del ciudadano a través del Estado y del gobierno. Un gobernante que no sea capaz de desempeñar esta acción, no es digno de llamarse como tal.
Leslie Lipson lo ha dicho muy acertadamente: “La protección que los hombres no podían obtener actuando por sí solos tenía que encontrarse en cooperación con el grupo. Pero cuando una necesidad, como esta de la protección, permanece constante, el método por el cual el grupo las satisface consiste en desarrollar prácticas y procedimientos que tienen que repetirse continuamente. En determinado momento, en virtud de la repetición, se reconocen y aceptan. Se las dota, entonces, de organización formal. En una palabra, se institucionalizan. Lo que llamamos “institución” es simplemente lo que ha nacido, en forma sistemática, de las repetidas prácticas con que un grupo satisface una necesidad común. El estado, surge, en pocas palabras, cuando un grupo de personas ha institucionalizado su propia protección” (Lipson, Leslie. Los grandes problemas de la política, Edit. Limusa, México, 1964, p. 77)
Luego entonces, un gobernante que no fortalece, nutre y aumenta el poder del Estado, está exponiendo la seguridad y la vida de las personas. Desde luego, esto no es una cuestión ideológica, es simplemente una actividad esencial que surge de la naturaleza misma del Estado.
Las formas más evidentes para debilitar al Estado son: No tener un buen ejército y un buen policía; no ser apreciado por el pueblo; no asegurarse del respaldo de los poderosos y tener una mala administración.
Maquiavelo nos pone el ejemplo de Felipe de Macedonia, quien no tenía un gran Estado, pero que era un hombre de guerra, supo conservar la amistad del pueblo y congraciarse con los poderosos, a pesar del estado constante de guerra con sus vecinos, fue capaz de conservar el poder del Estado.
Por lo regular, los gobernantes que pierden sus Estados y Gobiernos, culpan a la mala fortuna, es decir, a la mala suerte de la situación, sin embargo, sólo se debe a la falta de predicción y a la falta de prudencia.
Sin embargo, prevalece entre los gobernantes, la idea de que hay cosas en este mundo que ni la predicción y la prudencia puede modificar. Se sabe que muchos gobernantes se acercan a las artes adivinatorias y a los conjuros para poder alcanzar el camino adecuado para el éxito. Ni duda cabe, que existen políticos con suerte que con poco trabajo, siempre obtienen sus aspiraciones.
Ni dudarlo, la buena o la mala fortuna existe, todo depende de qué tipo de relación se quiere con ella. Nos dice Maquiavelo que la fortuna influye en la mitad de nuestras acciones y en la otra mitad depende del albedrio de la persona. Existe un consejo para todos los políticos; “Todo político debe hacer su parte, la otra parte dependerá de las circunstancias o de la fortuna”. Si el político no hace su parte será inútil toda buena fortuna.
A la fortuna, nos dice Maquiavelo: “La comparo a un río de rápida corriente que, al desbordarse, inunda llanuras, derriba árboles y casas, arranca de un sitio la tierra para llevarla a otro; todos huyen, todos ceden a su furia sin oponer resistencia; y a pesar de ser así, una vez vuelta la calma, no deja de poner remedio los hombres por medio de diques y calzadas, de manera que si turna a desbordarse el río, tiene que correr por un canal y ya no es su impetuosidad ni tan desenfrenada ni tan peligrosa.
“Tal sucede con la fortuna: muestra todo su poder donde no halla resistencia organizada, y encamina su furor al llegar donde sabe que no hay diques y canales que la contengan” (Maquiavelo, Nicolás. Príncipe. Edit. Colofón. México, p. 75)
Este ejemplo de Maquiavelo, nos induce a plantear y a definir a la acción política como una evidente práctica y no como una técnica. Los tecnócratas que consideran que la acción política es una técnica, es decir, piensan, que toda acción política es precedida de una conjunto de procedimientos racionales de cálculo, deliberaciones, asesoramientos, de juicios de valor, de principios científicos, que ofrece por resultado una toma de decisiones de la más adecuada. Sin embargo, habría que acordar, que a pesar de proceder de esta manera, los gobernantes prudentes lo saben muy bien, esto no es suficiente para garantizar el alcance de los objetivos y obtener los efectos deseados de la acción política; porque sencillamente, como el río del ejemplo de Maquiavelo, la contingencia, la casualidad, más que accidental se manifiesta en dicha acción, lo cual revela que las fuerzas y las lógicas del poder trascienden siempre la misma racionalidad y el mismo poder del gobernante.
Aceptamos, por tanto, que no basta el saber técnico para el dominio de la contingencia, es necesaria la práctica, es decir, la totalidad de la acción política no puede ser prevista, no se puede dominar, no se puede contener, a pesar de todas las experiencias, este es el campo de la fortuna.
Entonces la acción de la fortuna, su desenvolvimiento natural, por llamarlo así, es el campo de lo no previsible, de la contingencia. En la edad media, a este campo se le llamó de la providencia. Por lo anterior, al gobernante siempre le hará falta la buena fortuna.
Sin embargo, es su obligación, mediante la técnica del buen procedimiento, de la buena planificación y del cálculo, reducir al máximo el campo de la necesidad de la fortuna. Si por el contrario, es descuidado e irresponsable en la técnica, será sujeto aun más de la buena fortuna.
Por esa razón, es acertada la afirmación de José Sánchez-Parga: “Según esto, la fortuna so sería más que ese margen de poder que, sin conocerlo ni controlarlo, influye en la acción humana y en los procesos históricos; lo que cognoscitiva y políticamente se deja a la suerte, azar o casualidad” (Sánchez- Parga. Poder y política en Maquiavelo. Edit. Homo Sapiens. Argentina 2005, p. 243).
En resumidas cuentas, la fortuna no tendrá más poder o influencia en la acción de los gobernantes, que los que inteligencia, capacidad y el poder del hombre no tenga la fuerza necesaria para controlar plenamente.
La resistencia organizada, los diques y canales que habría que construir, para que la fuerza de la fortuna no nos determine tan de sobremanera, esa es la recomendación del florentino. Perder el Estado y el Gobierno, por tanto no se puede deber a la mala fortuna.